Cada fin de semana millones de españolitos de bien participan en una coreografía que se remonta al inicio de los tiempos. Cuelgan el mono de trabajo, apagan la pantalla del ordenador, se despiden de sus compañeros y se citan con sus amigos en el bar de confianza. Allí charlan, ríen, discuten y piden. Piden muchas cosas. Raciones, tapas, vino, cervezas, varios cafés, la copa ocasional. Al término de la noche y cuando ya toca partir para casa, el camarero deposita un papel alargado sobre la mesa. Es la cuenta. Es mucho dinero. Y no todos han consumido lo mismo.
¿Qué hacer?
El asunto toca la fibra sensible de unos y otros. Los hay quienes reparten a partes iguales el dinero. Esta idea parte de un fundamento muy simple: no importa que tú hayas pedido una cerveza más que yo o que yo haya comido más de esa ración de puntillas buenísima que nos han sacado antes de los segundos. Lo relevante no era el consumo, lo relevante era juntarnos, pasar un buen rato, compartir el momento. Al fin y al cabo, ¿qué importan un puñado de cochinos euros cuando has pasado unas horas con tus amigos haciendo lo que más te gusta, que es comer, beber y charlar?
Hay otra forma de verlo. Para muchos, pagar a escote tan sólo es un imán de incentivos perversos por el cual una minoría sale perjudicada a costa de la mayoría. ¿Por qué yo debo subvencionar tu escandaloso consumo de vino o esa hamburguesa tan cara cuando me he limitado a beber agua con gas y he pedido uno de los platos más económicos de la carta? Está muy bien eso de vernos, pero el encuentro deja de tener gracia cuando se abusa de mi confianza. O mejor dicho, de mi línea de crédito.
Como tantas otras cuestiones de nuestro tiempo, esta disyuntiva provoca una aguda polarización entre nosotros, españoles, en especial por nuestra costumbre de socializar en torno a la comida y a la bebida y de compartir toda clase de platos en amor y compañía (la ración, esa gran desconocida allende los Pirineos). Los primeros acusan a los segundos de ser ratillas, tacaños que sólo miran por los euros que quedan en su cartera; los segundos acusan a los primeros de abusadores, de jetas. Y en estas apareció en el debate Google, una multinacional estadounidense.
Uno de los tuits más calientes a esta hora del día es este. Lo firma Google Pay, la herramienta de pagos digitales e inmediatos creada por Alphabet. Dice así: "Dejad de repartir la cuenta de la cena equitativamente cuando no todos habéis comido equitativamente":
Dado que su ratio anda disparado (muchas más menciones que retuits, sinónimo inevitable de polémica), es interesante analizar las reacciones. Primero se aprecia una brecha cultural. La mayoría de respuestas anglosajonas parodian el meme utilizado por la compañía (un conjunto de emojis/caracteres que emulan a un señor sujetando un cartel) para exigirle el pago justo de impuestos o una redistribución de su riqueza (inmensa) más equitativa. Todo esto está muy bien. Alphabet se ahorra mucho dinero en impuestos y la desigualdad es un problema global.
Pero no hemos venido aquí para hablar sobre eso.
Entre el público hispanohablante, Google ha abierto el Gran Melón de la Cuenta. O cuál es el protocolo aceptado para lidiar con consumos divergentes cuando se come o se cena en compañía. ¿Se apartan las bebidas, la parte más cara de la factura, y se divide todo lo demás? ¿Cada uno paga lo suyo tras haber racionalizado soviéticamente cada tapa y ración, cada jarra de cerveza al centro? ¿Se comparte todo? Preguntas a menudo soterradas por el miedo al escarnio social (de unos y otros).
Cómo pagar cuando pagamos todos
El asunto, como es lógico, no es nuevo. Hay infinidad de artículos flotando por Internet hablando sobre la forma más justa de afrontar una cuenta entre un grupo de amigos. Se trata de un tema controvertido. Hace años, un usuario de Forocoches abría un hilo titulado del siguiente modo: "Estoy a favor de que cada uno pague lo suyo". Planteada así, se trataba de una declaración de principios, la confesión de alguien que no puede más y debe expresar su opinión pese a la represión mediática. "Estoy a favor de que cada uno pague lo suyo" como quien dice "Las croquetas no son para tanto" o "La tortilla de patata sin patata y sin cebolla".
"En mi tierra, Barcelona, es muy típico que vayas a comer o a tomar algo y cada uno se pague lo suyo. En muchos otros sitios no. Sin embargo todos tenemos aquel amigo/conocido que come mas/mas caro que los demás y luego pide pagar todos juntos. Si cada uno se paga lo suyo se evitan problemas", explica en el mensaje. Dejemos a un lado los clichés sobre los catalanes. La lógica económica de esta postura es insondable. Hace algunos años, Eduardo Sáenz de Cabezón, quizá el matemático más popular de YouTube, argumentaba el pago-lo-que-pido del siguiente modo:
Más de un millón de visitas después, el interés sobre el tema es evidente. Sáenz de Cabezón partía de la teoría de juegos para resolver desde un punto de vista científico tan emocional dilema. Según él, pagar a escote generaba un incentivo perverso entre todos los comensales. Al dividir a partes iguales todos los platos, había una mayor tentación de pedir los más caros. El coste de consumirlos a nivel individual hubiera sido demasiado alto, pero al quedar diluidos en lo colectivo se hacían más atractivos. Como resultado, el precio global de la cuenta subía. Subía para todo el mundo. También para los que pedían platos más modestos.
Sáenz de Cabezón citaba un experimento en el que tres grupos distintos aplicaban tres soluciones distintas al dilema de la cuenta (en un mismo restaurante, mismo número de comensales). En el primer grupo todos los participantes pagaban su consumición. Montante de la factura: 37$. En el segundo se dividía a partes iguales. Montante de la factura: 50,9$. Y en el tercero todo estaban invitados: 82.3$. Conclusión evidente: pagar a escote era una invitación para que algunos comensales tiraran la casa por la ventana a costa de los demás.
Estos serían los jetas, en la imaginación de los pago-por-lo-que-pido.
El problema de esta perspectiva es que en España la comida y la bebida no es un juego matemático. Operan otros factores. Para muchos españoles, bajar al bar y pedir dos cañas tiene un coste económico menor comparado con el beneficio de compartir tiempo con las personas a las que más aprecian. Las cañas, las raciones, las tapas, no estamos ahí por la comida. Estamos ahí por la gente. Y es muy difícil poner un precio al tiempo que pasas con tus amigos o con tus familiares, mucho más "dividir su coste". Héctor G. Barnés lo explicaba a la perfección hace unos años en esta columna, donde hablaba de la decadencia del "hoy pago yo".
Entre mi generación y los más jóvenes, cada vez resulta más difícil ver a alguien pagando una ronda de cañas, las copas o, desde luego, invitando a comer. En todo caso, se explicita que si uno ha asumido el coste de la bebida del otro, en el siguiente bar este le corresponderá (...) la fórmula de pagar cada uno lo suyo parece muy eficiente, y vivimos en los tiempos de la eficiencia. También en contra de los consabidos abusos, que existen, aunque sean menos de los que pensamos (...) De ahí que lo habitual sea que todos saquemos la calculadora del móvil y dividamos el montante total y, si alguien ha consumido más, que añada un par de euros (o lo que toque).
Es cierto que algo ha cambiado. No sólo a nivel sociocultural (es una tesis interesante, pero una tesis: seguro que cada lector puede recordar la última vez que invitó a una ronda o que se pagó una cena a partes iguales), sino también a nivel tecnológico. Es aquí donde volvemos a Google Pay: la popularización de aplicaciones que permiten realizar transferencias instantáneas de móvil a móvil ha hecho mucho más sencillo saldar las deudas. El éxito tan espectacular de Bizum tiene mucho que ver con una aplicación muy bien diseñada... Y con nuevas formas de uso económico donde quitarte la deuda pendiente es más importante que antes.
A esto podemos sumar otro factor: el destierro de la calculadora. La tecnología también ha neutralizado la vergüenza que todos sentíamos cuando había que sumar, restar y dividir nimiedades como un cuenco de salmorejo o una ración de bravas. Aquel protocolo inevitable antaño, en el que tantas personas acusaban o temían ser acusadas de tacañería, aunque fuera silenciosamente, ha quedado neutralizado por aplicaciones como Settle Up, donde dividir la cuenta es un ejercicio sencillísimo. El lamentable trámite de la calculadora lo pasa ahora la fría tecnología.
A Google Pay, evidentemente, le interesa que cada uno pague lo que consume porque su modelo de negocio depende de ello. ¿Un mundo donde hoy pago yo y mañana pagas tú al margen de lo que cada uno haya consumido? Es un mundo donde la tecnología es menos necesaria. Cuando la compañía es la moneda con la que pagamos nuestras comidas, el dinero, y por tanto las aplicaciones para transferirlo, es mucho menos importante. Puede que forme parte de un pacto social ya caduco, quién sabe. Pero en España el melón sigue cerrado.
Imagen: Emilio Morenatti/AP
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