Que España ha aportado grandes nombres al mundo de la moda es algo de sobra conocido: Balenciaga, Paco Rabanne o Manolo Blahnik son algunos de los nombres que nos vienen a bote pronto. Pero, ¿qué españoles podemos decir que han vestido de punta en blanco? Si una piensa en las pinturas más famosas que cuelgan en el Prado, nombres como los del general Torrijos, desafiante ante su destino e impecablemente vestido o la duquesa de Alba, vestida (o no) de maja, podrían ser candidatos al podio de los mejor vestidos de la historia de España.
Aquí te proponemos otros cuatro candidatos.
Leonor de Toledo, outfits fechos al itálico modo
El de Leonor, hija de Pedro Álvarez de Toledo, constituye uno de esos casos excepcionales dentro de las aristocracia europea: A pesar de que su matrimonio fue pactado, Leonor tuvo la suerte no solo de ser guapa rica y estar bien posicionada, sino que el suyo fue un matrimonio largo, feliz y monógamo con uno de los hombres más importantes del Renacimiento: Cosme I de Médici, duque de Florencia y gran duque de Toscana. Leonor fue por tanto la consorte del hombre más importante de Italia, solamente por detrás (o quizá no) del Papa. Italia, y en especial la corte florentina, vivía en aquellos momentos una auténtica explosión cultural que afectaría a todo Occidente, siendo la ciudad de Florencia el principal centro neurálgico del Quattrocento.
Tanto ella como su marido fueron grandes mecenas de las artes, lo que englobaba, por supuesto, la moda. Leonor tenía más de diez tejedores a su servicio, que había escogido de entre los mejores artesanos de la ciudad, incluyendo a dos mujeres, Francesca Donati y Piera di Lorenzo. Elaboraban para Leonor, su marido y sus hijos los más exquisitos ropajes bordados en oro, plata y perlas, siendo los colores favoritos de la duquesa el bermellón y el violeta, ajelándose así del negro que abanderaría la monarquía española durante el siglo XVI.
Para muestra de lo fabulosa que se paseaba por los jardines del palacio Pitti (que ella mandó construir) basta con echar un vistazo a los retratos de Bronzino (aquí y aquí), pintor de la corte florentina.
Felipe II y Micaela de Austria, back to black
En las últimas décadas se ha discutido enormemente la veracidad de la llamada leyenda negra española, asociada en gran medida al rey Felipe II y que en Alemania y Países Bajos le valió el sobrenombre de "el demonio del sur". Cierto o no, lo que sí podemos afirmar es que Felipe fue el rey del look total black. Y es que Felipe hizo del impecable y pulcro jubón negro sobre camisa su sello de distinción. Muchos han querido ver en ello un signo inequívoco del espíritu bajonero de la Contrarreforma; no obstante, también se ha interpretado esta apuesta estética como una muestra de distinción, elegancia y poder. Al fin y al cabo, Felipe era el emperador de la entonces mayor potencia de Europa. Un auténtico badass.
Mención especial merece su hija, Catalina Micaela de Austria, tan aficionada al negro con su padre y que aparece así y así de estupenda en los retratos de la época.
Eugenia de Montijo. Emperatriz de la moda por sorpresa
Eugenia de Montijo nació en Granada, ciudad en la que se dice que siendo adolescente una anciana gitana le vaticinó que algún día sería reina. La señora se quedó corta, ya que Eugenia no solo llegaría a ser reina, sino que tras contraer matrimonio con Napoleón III se convertiría e emperatriz de Francia.
La joven aristócrata, además de ser excepcionalmente hermosa, era una mujer inteligente culta y sofisticada que había pasado su juventud viajando por toda Europa y petándolo en todas las cortes del continente. Tanto que el joven emperador galo, durante una recepción en el palacio de las Tullerías a la que acudieron Eugenia y su hermana, decidió que no podía pasar ni un minuto más sin ella. Además de haberse enamorado como un burro, Napoleón había elegido a una mujer que sería la emperatriz francesa perfecta. No en vano su padre, el General Palafox, había luchado a favor de la causa napoleónica durante la guerra de Independencia.
A pesar de que al principio los franceses no estaban muy conformes con una soberana española, pronto Eugenia se hizo muy popular tanto dentro como fuera de Francia. Inspirándose en otra reina conocida por sus atuendos, Maria Antonieta, Eugenia se hizo famosa por su estilo y su extensísimo guardarropa, siendo una de las primeras y más importantes clientas de Charles Frederick Worth, padre de la alta costura. A él le encargaría más de 100 vestidos de lujo solo para un viaje a Egipto. La emperatriz se convirtió en un auténtico icono de moda, hasta tal punto, que las revistas publicaban reproducciones de los vestidos y los peinados que lucía en las fiestas.
También fue una mujer progresista e innovadora, no solo en cuanto a la moda (fue de las primeras aristócratas en dejar de llevar vestidos con miriñaque) sino también por su apoyo a las ciencias (apoyó las investigaciones de Pasteur e impulsó la construcción del canal de Suez) y a las mujeres profesionales francesas. Pero si hoy la mencionamos es por ir siempre hecha un primor. Su amiga, la aristócrata húngara Paulina de Metternich, comentaría esto sobre su aparición en un baile en la corte:
Iba Eugenia vestida con un traje blanco con lentejuelas de plata y portando sus más bellos diamantes. Había dejado caer sobre sus hombros de forma casual una especie estola de color blanco bordada en oro y los murmullos de admiración la seguían como un reguero de pólvora.
Mariano Téllez-Girón, duque de Osuna. La casa y el armario por la ventana
A la boda de Eugenia y Napoleón III asistió como embajador en París uno de los españoles que no solo ha vestido bien, sino que presumía de no usar jamás dos veces la misma prenda. El de Mariano Téllez-Girón, XII Duque de Osuna, fue uno de esos casos con los que una puede escandalizarse y maravillarse a partes iguales ante los excesos de la vida privada de una figura histórica. Y es que el duque vivía a todo lo que daba la máquina, abrazando un estilo lujoso y decadente digno de Gatsby la María Antonieta de Sofía Coppola. Mariano se convirtió en heredero muy joven y de forma casi inesperada, debido a la muerte de su padre y a la de su hermano mayor, acaecida poco tiempo después.
Además de una lista de títulos nobiliarios larga como una ristra de longanizas, Mariano heredó una gigantesca fortuna que incluía numerosas propiedades en España y Europa. En casi 40 años se lo había fundido todo. Fiestas, joyas y ocurrencias varias, como tirar una vajilla de oro completa al río Nevá, en San Petesburgo, en una cena ofrecida al zar Nicolás II. Fue durante esta estancia como embajador español en Rusia en donde coincidió con el escritor Juan Valera, que así hablaba de él (y su extenso armario) en su correspondencia:
El duque es incansable y no comprendo cómo no se cae muerto de fatiga. No duerme ni reposa; se viste y desnuda seis o siete veces al día, y no hay fiesta en que no se halle ni persona a quien no visite; con lo cual, y con su grande cortesanía y con toda la larga cáfila de sus títulos, se tiene ganada la voluntad de los rusos. Anoche volvió a casa a las tres o las cuatro de la mañana y a las siete o las ocho estaba ya de punta para ir con el emperador a la caza del oso.
Falleció a los 67 años en Bélgica, en la ruina económica con la que llevaban amenazándole años sus administradores. Las posesiones que restaban al ducado de Osuna fueron subastadas y quedaron desperdigadas, aunque por suerte se conservaron algunas como su gran colección de libros, que fue adquirida por el Estado y que pasó a engrosar los fondos de la Biblioteca Nacional. Pero la memoria de su vida a todo trapo permanece en las crónicas del XIX, que llegaron a recoger un dicho que se volvió popular en la época "ni que fueras un Osuna".
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