Cuando la contención internacional del coronavirus se convirtió en una quimera, a principios de marzo, el orden global que habíamos conocido durante los últimos veinte años se vino abajo. La piedra angular del mundo globalizado, la posibilidad de viajar cuando deseáramos a cualquier rincón del planeta, por remoto que fuera, quedó suspendida. Los vuelos pararon. Las fronteras cerraron. El turismo se evaporó de la noche a la mañana.
La incertidumbre y la gravedad de la epidemia hicieron el resto. Los países comenzaron a recluirse sobre sí mismos, imponiendo confinamientos generales. Millones de viajeros quedaron aislados en naciones ajenas, lejos de sus redes familiares, de sus hogares, de sus puestos de trabajo. Debían, necesitaban volver. ¿Pero de qué modo, en un contexto de paralización del tráfico aéreo internacional, sin apenas alternativas comerciales, en un bajo una gravísima emergencia sanitaria?
La respuesta la ofrecieron los distintos gobiernos del mundo, entre ellos el español. El Ministerio de Exteriores fletó aviones de emergencia para repatriar a miles de españoles atrapados en Filipinas, India, Ecuador, Australia y un largo etcétera. Lo hicieron amparados en su propia recomendación, la que invitaba a todos los españoles diseminados por el globo a regresar a sus hogares. En total, según el ministerio, más de 20.000 nacionales fueron repatriados.
Una cifra abultada, pero incompleta. En el camino quedaron otros tantos miles de residentes españoles cuyas estancias tenían un carácter menos eventual, menos puntual. Estudiantes becados en América Latina, trabajadores extranjeros de visita familiar, investigadores con estancias en universidades de otras partes del mundo, y un largo etcétera. Grupos aislados y sin capacidad de regreso, aunque lo necesitaran por cuestiones sanitarias o económicas.
Al menos 200 de ellos se encuentran en Uruguay. Desean regresar, pero no tienen alternativas para hacerlo. Durante las últimas semanas se han organizado en las redes sociales (@ESvaradosUY) para exigir a la embajada y al Ministerio de Exteriores una solución. Que en esencia pasaría por un avión humanitario, fletado por el gobierno y pagado por sus bolsillos, capaz de sortear el gigantesco océano que separa Montevideo de Madrid.
El ejemplo de Félix y Maria José*, un matrimonio español que aterrizó en Uruguay a finales de enero, es ilustrativo. Él, investigador, tenía prevista una estancia de tres meses en el país. Conferencias, programas de investigación, elaboración de artículos, etcétera. Alquilaron un piso en la capital y fijaron su regreso tres meses más tarde, el 5 de mayo. Hasta aquí, una historia común, una de tantas que poblaban la geografía mundial en el mundo de antaño
Todo cambió cuando llegó la pandemia.
"Hay muchísimos problemas particulares", explica, "gente que si no va a España pierde el contrato y el puesto de trabajo, que no cobra el paro, que se queda sin nada". Su situación, confiesa, "no es mala". Lograron extender el alquiler y su situación económica les permite sostenerse en un país, Uruguay, caro. Pero no es ideal. Él tiene 69 años y una enfermedad pulmonar obstructiva crónica (EPOC). Es población de riesgo en una pandemia provocada por una enfermedad respiratoria particularmente peligrosa para las personas mayores.
Escapar de Uruguay
La prolongación de la estancia provocó que agotara sus medicinas. "Hemos tenido que ampliar el seguro médico que teníamos porque había caducado. Aquí te dicen que la seguridad pública te puede atender... Eso tiene arreglo", explica. Resta importancia a los condicionantes personales. Hay otros dos centenares de personas con problemas similares. La cuestión, remarca, es tener un plan en el horizonte. "Es todo una sensación de dejadez, de abandono, de que estás olvidado del mundo", lamenta.
Sus palabras se dirigen al Ministerio de Exteriores y muy especialmente al consulado de España en Montevideo, sobre el que vierten gran parte de su resentimiento. "El consulado nos está tratando muy mal", opina María José, "al principio nos escuchaban, pero ahora cuando nos ponemos en contacto con ellos nos remiten a la página oficial". Durante los últimos días han volcado sus esfuerzos sobre la embajada, más receptiva. Dos representantes del grupo se reunieron con el embajador hace unos pocos días.
Por el momento, tal y como explican tanto ellos como la portavoz de Españoles varados en Uruguay, Paula Albitre, investigadora de la Universidad Complutense de Madrid, la única solución ofrecida por el consulado dice así: volar desde Montevideo a São Paulo; desde São Paulo a alguna de las ciudades europeas con las que aún mantiene un vuelo directo; y desde allí, ya en Europa, tratar de llegar a España por un medio u otro. Tres aviones. Cero certezas. 3.000€.
Los problemas, argumenta Gallego, son variados. Uruguay ha cerrado sus dos únicas fronteras terrestres, con Brasil y Argentina, y ha restringido su espacio aéreo. Pese a ello, un avión tiene permiso para cubrir la línea Montevideo-São Paulo "una vez por semana". Una vez en Brasil, podrían comprar un billete hacia Europa. Lufthansa y Air France aún mantienen el servicio, pero a un precio muy por encima de lo habitual. "Los han doblado. Cuesta 1.000€ cada billete", dice Félix.
El trayecto ni siquiera concluiría en España, sino en Europa, por lo que aún quedaría otro desplazamiento pendiente. "Naturalmente hay muchos que no pueden pagarlo", continúa, "pero aunque lo pudieran pagar podrías quedar perfectamente varado en São Paulo. Y entre Montevideo y São Paulo, prefiero Montevideo. No es razonable". Para ellos, además, es un riesgo sanitario. Son población de riesgo y Brasil es uno de los países más afectados de todo latinoamérica. Uruguay, uno de los menos.
¿Hay alternativa? A finales de marzo, cuando Madrid se había convertido en una de las regiones más golpeadas por la epidemia, tuvieron la oportunidad de subir a un vuelo proveniente de la Antártida. "Se llevaba a los técnicos de la base allí, cabían más personas, nos ofrecieron ir en ese vuelo pero dijimos que no. Tengo 69 años y un EPOC, con todo lo que implica, y no había acabado mi estancia aquí, con las complicaciones burocráticas y administrativas que suponía", recuerda.
Para el matrimonio, al igual que para el resto de españoles varados en Montevideo, la única solución razonable pasa por fletar un avión que una la capital uruguaya con Madrid. "Pagando nosotros", remarca insistentemente Félix, dejando claro que lo que el grupo de españoles aislados en Uruguay reclama no es caridad, sino medios.
No es que sea técnicamente imposible. Cuentan con un ejemplo muy cercano. Hoy mismo ha aterrizado en Madrid un avión desde Uruguay, ocupado por 250 esquiladores. España cuenta con más de 15 millones de ovejas que deben ser peladas cada año. Es habitual que profesionales de otras partes del mundo, muy especialmente Uruguay, se trasladen a la península durante la temporada de esquila ante la carencia de trabajadores especializados dentro del país, una carencia agudizada ahora por las restricciones del coronavirus.
Es un vuelo privado, fletado por diferentes empresas del sector. Los esquiladores aterrizarán en Extremadura y Castilla y León, y el viaje ha sido gestionado por uniones de cooperativas agrícolas y compañías como EA Group. Sólo en tierras castellanas los esquiladores uruguayos lidiarán con más de 3.000.000 de ovejas. Muchos de ellos son auténticos veteranos de la campaña de esquila, y acumulan más de diez años de experiencia. Resultaban esenciales. Y las cooperativas han logrado traerlos.
Los españoles varados en Uruguay reclaman una gestión similar al Ministerio de Exteriores y a la embajada en Montevideo. Ni más ni menos. "Si una empresa privada es capaz de organizar un vuelo así, ¿cómo no puede hacerlo el gobierno de España? Pagando, porque nadie lo está exigiendo gratis", remarca Félix. Según ellos, el ministerio de Exteriores uruguayo se ha ofrecido a realizar todas las gestiones necesarias para que poner en marcha el avión y sacar de la capital al grupo.
Exteriores, por su parte, recuerda que ya ha traído a más de 9.000 españoles desde Sudamérica, y que "ahora estamos en una nueva etapa, con muchos españoles aún en el extranjero, pero residentes y gente que estaba en estancias más largas que las turísticas habituales". No se trata de un colectivo tan "vulnerable", aunque están trabajando en su vuelta. Algunos de los varados han podido acceder al vuelo fletado por las empresas ganaderas, gracias a que sobraban plazas y a una mediación de la embajada con Air Europa.
Pero la abrumadora mayoría de ellos sigue allí, en Uruguay. A la espera de un plan que no atisban, de una fecha que no llega, de una resolución que ponga fin a una odisea alargada inesperadamente a más de 20.000 kilómetros de sus hogares.
*El matrimonio ha preferido mantener su anonimato.
Imagen: Cesar Lanfranco/GTRES
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