El espectador pesao no es cosa del presente: Dickens y Dumas ya jugaban con el fan service

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Hablamos de fan service cuando la trama de una obra cambia con el objetivo de satisfacer los gustos de la audiencia. Esta forma de afrontar la narrativa siempre ha sido habitual en el manga donde, de repente, aparece una escena de sexo introducida a calzador, pero que está ahí por que a los seguidores de este género les gusta. 

La decepción de la audiencia con la última temporada de Juego de Tronos busca precisamente que el fan service se aplique por decreto como si fuese un artículo más de la Constitución de las series. La polémica o la petición en Change.org que exige la reelaboración de toda la temporada tiene como objetivo conseguir una resolución argumental a gusto del consumidor que está enfadado porque (ojo spoiler) Jon ha matado a Daenerys y Bran es el heredero de los siete reinos.

Aunque parte de los motivos que los tuiteros expusieron durante el mes de mayo tienen sentido (el arco de Daenerys, el asesinato del rey de la noche por la cara o la masacre en Desembarco del Rey) no justifican que la productora tenga que volver a rodar seis capítulos. No es la primera, ni probablemente será la última vez que una serie pase a la historia por destrozar toda su buena fama en el desenlace. Pero que Perdidos no sucumbiese a las quejas de sus fans allá por 2006 no quiere decir que sea un hecho aislado. El fan service es un derecho que los ciudadanos del siglo XIX ya reivindicaban haciendo el mejor uso posible del boca-oreja.

'Hard Times' de Dickens, una prueba beta del fan service

Eso de tener en cuenta la opinión del público o hacer plausibles las críticas hacia una obra ni lo inventó Twitter ni los señores con barba de las columnas de opinión. Allá por el siglo XIX, uno de los nombres más aclamados de la literatura inglesa ya tomaba como referencia las críticas de sus seguidores.

Tanto si eres Charles Dickens como si eres un escritor de Watpad lo que buscas es que la gente lea lo que escribes y quiera repetir (básicamente si quieres vivir de la literatura). Es por ello que, después de escribir 9 novelas y ser un escritor consagrado, Dickens decidió publicar Hard Times (Tiempos difíciles) en un periódico y por fascículos. 

Pero ¿por qué esperó hasta el décimo libro para seguir esta estrategia? Según el filólogo Nacho M. Pagán: por dinero. A pesar de ser en aquel momento un escritor consagrado, Dickens tenía dificultades económicas para mantenerse entre novela y novela. Sumado a esta circunstancia personal, la sociedad inglesa de la época pasaba también por momentos económicos difíciles por lo que le resultaba complicado acceder a la literatura, tanto por una cuestión de dinero como de tiempo (se pasaban el día en las fábricas).

Hard Times se convirtió en un título accesible para las masas, entre otras cosas, porque Dickens trazó muy bien su estrategia comercial. Por un lado, tocó un tema que les interesaba: el capitalismo y, por el otro, eligió un canal de difusión y un formato asequible para la clase trabajadora. A cambio, el escritor no solo logró llegar a más gente, sino que también pudo comenzar a analizar las opiniones y no solo de la crítica especializada.

Este experimento sirvió a Dickens para aprender que, a la hora de escribir, podía dejar cierto margen de maniobra para que el rumbo argumental estuviese alineado con los gustos del público. 

Otros casos de sumisión frente a los fans

La estrategia seguida por Dickens con la publicación de Hard Times bebe de alguna forma del folletín, un género literario que surgió en Francia a principios del siglo XIX y que también destacaba por publicarse en fascículos.

Autores como Alexandre Dumas o Victor Hugo fueron pioneros en la explotación de esta nueva forma de distribución. Los Tres Mosqueteros (1844) es un ejemplo más de este tipo de obras cuya escritura no obedece a un plan previo y donde las tramas pueden ir evolucionando paralelamente a las opiniones del público que las consume.

Y era algo que funcionaba. Cuánto más gustaba la historia, más se corría la voz y más gente compraba las entregas, ergo, el escritor obtenía mayor rentabilidad económica. Sin embargo, esta no era la única razón por la que este género triunfó en la Francia del siglo XIX, época que destacó por su efervescencia social. El folletín también servía para tomar el pulso de lo que estaba pasando en la sociedad y, de alguna forma, darle al público una lectura crítica de las cosas. Es aquí donde entra Los Miserables de Victor Hugo, obra concebida después del golpe de estado de Napoleón en 1851 y publicada por entregas en 1862.

Les Mis

De este modo, tanto en las novelas caballerescas de Dumas como en la denuncia ciudadana de Victor Hugo, los franceses encontraron una literatura de servicio que lo mismo les entretenía y escuchaba sus plegarías narrativas, que les reconfortaba al leer que la sublevación ciudadana era posible de nuevo.

Igualmente entregado a los deseos de sus lectores estaba Arthur Conan Doyle, el creador y máximo detractor de Sherlock Holmes. Sí, Doyle odiaba al personaje que le convirtió en un escritor de renombre y gracias al cual publicó más de 50 entregas en la revista  Beeton's Christmas Annual, la primera publicación que apostó por su obra.

Y es que, los mismos rasgos del detective que encandilaron al público llevaron a su creador a la repudia. La soberbia y el aura narcisista que  desarrolló Holmes a raíz de las capacidades deductivas que su autor le iba otorgando, derivó en que el propio Doyle le terminase matando

Holmes cayó desde el alto de las cataratas de Reichenbach en El último problema gracias al hartazgo que Doyle materializó a través su pluma. Sin embargo, tal fue el aluvión de protestas de sus seguidores  (más de 20.000 lectores cancelaron la suscripción a la revista que publicaba sus historias) que 7 años después, Doyle tuvo que revivir al elocuente personaje en  El perro de los Baskerville, la penúltima novela de una colección de cuatro.

Casi un siglo después de que Doyle sucumbiera a las quejas y deseos del fandom de Holmes, Agatha Christie recibía constantes críticas por la elaboración de sus asesinatos, incluso, cuando ya era una referencia dentro de la literatura. Que si eran poco explícitos, que si faltaba sangre y así un largo etcétera que culminó en el propio consejo de su cuñado,  James Watts.

Según cuenta a Magnet Jónatan Sark, Agatha Christie decidió hacer caso al marido de su hermana Margaret, quien le decía que sus novelas tenían poca sangre, una queja con la que coincidía parte de la crítica. Así, después de una veintena de novelas publicadas, Agatha Christie escribió Navidades Trágicas, su obra más sangrienta donde quiso callar todas las bocas que la criticaban a este respecto. 

Dany

Sin embargo, Christie no cayó en la espectacularidad por la espectacularidad como sí hicieron Benioff y Weiss con Juego de Tronos, sino que convirtió esta crítica en un reto del cual extraer algo mejor. Y así fue, aunque en Navidades Trágicas la cantidad de hemoglobina es superior a la media, cada gota derramada está justificada desde la maestría con la que construyó las tramas de sus anteriores novelas.

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