Su fascinante diseño atrajo a mercaderes, maravilló a los pintores por su potencial y alentó supersticiones
"El diablo está en los detalles", reza el aforismo. Si buscas una imagen de 'El matrimonio Arnolfini', la celebérrima obra de Jan van Eyck expuesta en la National Gallery de Londres, y la examinas con atención lo que encontrarás en sus detalles no es el diablo, sino un "ojo de bruja". Tal vez nunca te hayas fijado hasta ahora. O tal vez sí. El caso es que uno de los elementos centrales de la composición, no por tamaño, pero sí desde luego por ubicación y la relevancia que le quiso conferir el propio maestro flamenco, es una pieza denominada así: "ojo de bruja", aunque también suele denominarse "espejo de bruja" o "espejo de banquero".
Y lo más importante: aunque la obra de Jan van Eyck data de la primera mitad del siglo XV, a su modo pueden considerarse primitivas cámaras de vigilancia.
¿Espejo de bruja? Así es. El nombre tiene resonancias a película clásica de Disney o relato de los hermanos Grimm, pero la realidad es menos fantasiosa… y mucho más fascinante. Lo que en su día se denominaba "espejo de bruja", "ojo de bruja" o "espejo de banquero" es en realidad un pequeño espejo circular y convexo cuyos orígenes suelen situarse en el norte de Europa, en el siglo XV, el mismo en el que van Eyck pintó su obra. En su retrato de Giovanni Arnolfini y su esposa él lo situó justo en el centro de la estancia, entre ambos miembros de la pareja. Y su peculiar diseño le permitió alardear de su habilidad con los pinceles.
¿Y por qué ese nombre? Precisamente por las mismas cualidades que lo hicieron tan atractivo para Jan van Eyck: por su peculiar forma, curva y con un espejo convexo. Su diseño le confería una cualidad valiosa y que pronto supieron apreciar los comerciantes que recibían a clientes interesados en su mercancía. La forma del espejo les permitía seguir los movimientos de las visitas con discreción, por el rabillo del ojo, sin necesidad de asomarse, levantar la cabeza o inclinarse hacia adelante para asegurarse de que nadie hurtaba sus mercancías.
El espejo les ofrecía un buen rango de visión. La clave estaba en colocarlo en el lugar adecuado, uno desde el que pudiera ver reflejado buena parte de la estancia. Nada más. Tanto éxito debió de tener entre los burgueses acaudalados que, como recuerda Anne-Lise Carlo en Le Monde, el primer nombre que recibió fue "espejo de banquero". Allí donde había dinero, metales preciosos, joyas o cualquier otro género valioso su diseño resultaba una ventaja, igual que las cámaras CCTV.
Y llegó la superstición. Con el tiempo aquellas piezas elegantes y bien diseñadas adoptaron otros nombres, con resonancias exóticas, como "espejo de bruja" o incluso el mucho más poético "ojo de bruja". El cambio se explica en gran parte por la superstición. Se dice que los sirvientes de las casas burguesas miraban con recelo aquellos pequeños espejos curvos y de vidrio abombado que permitían a sus patrones mirar allí donde aparentemente no debía alcanzar su vista.
Del mito queda básicamente eso, el mito, pero es bastante elocuente: había quien temía que los "ojos de bruja" espiasen todo el tiempo e incluso quien creía que eran algo más que decoración y les atribuía cualidades mágicas. Además de ampliar el rango de visión de los espectadores, los espejos ayudaban a difundir la luz por las estancias y servían también para iluminar los recovecos oscuros del hogar.
De decoración a moda vintage. Su historia no se limitó al siglo XV y los hogares burgueses. Lo del espejo convexo gustó lo suficiente como para que el diseño siguiese evolucionando y retocándose. Así se llegó, ya bien entrado el siglo XX, al "espejo de sol", o "miroir soleil", que era el nombre con el que se conocían los modelos decorados con marcos dorados en la Francia de la década de 1940.
Otro de sus herederos más populares, recuerda también Le Monde, son los chaty vallauris, inconfundibles por su diseño y que ideó el decorador y herrero Gilbert Poillerat. Los "espejos de bruja" siguen siendo aún hoy piezas populares.
Apreciado por los artistas. Quizás los mercaderes los apreciasen, pero si hay un colectivo que supo sacar partido de su peculiar diseño fue el de los pintores. Jan van Eyck es un buen ejemplo. En su retrato de los Arnolfini, de 1434, juega con su reflejo, luz y ángulos. Pero hay más. Petrus Christus lo incluyó en 'Un orfebre en su taller', obra datada en 1449; y Quentin Massys en otra pintura igual de reconocida, 'El cambista y su mujer', de 1514. Massys situó el espejo sobre la mesa, en primer plano, y su reflejo nos muestra una ventana situada fuera de la escena pintada.
¿Un antepasado de las cámaras? Su uso y popularidad ha llevado a algunos a ver en estos espejos convexos un antepasado remoto de las cámaras de seguridad. "La característica especial de los espejos convexos permite a sus dueños ver una habitación entera. Todo sin tener que cambiar de posición ni girarse. Por eso se utilizaban sobre todo para la vigilancia. Solían colocarse en lugares donde hoy se encuentran la mayoría de las cámaras de vigilancia, es decir, en bancos y tiendas; de ahí el nombre de 'espejo de banquero'", relata la galería francesa Atena.
No son los únicos que señalan ese vínculo y encuentran similitudes con las modernas cámaras de ojo de pez, aun cuando las primeras videocámaras para vigilancia no se inventaron hasta bien entrado el siglo XX y la webcam como tal, aunque con un funcionamiento primitivo, no llegó hasta hace apenas 30 años.
Imágenes | Wikipedia 1, 2 y 3
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