Sí, La Llegada es una de las películas de la temporada. Una maravillosa aventura dramática que nos hace recuperar la fe en el género fantástico. Que nos ha hecho creer por un momento que las películas de contacto con extraterrestres todavía pueden causar emoción, así como plantear el conflicto entre especies desde novedosos enfoques argumentales.
Y aunque es una película de ciencia ficción dura, que ha contentado a los espectadores con más cariño por la ciencia, seamos sinceros: los verdaderos protagonistas de La Llegada son los lingüistas, una reivindicación de esta profesión que, como vemos gracias al personaje de Amy Adams, tienen mucha más importancia de la que normalmente le damos en sociedad. Y precisamente la hipótesis filológica de la que emana el argumento central de esta película (a su vez, adaptación de un relato de Ted Chiang) es una de las ideas más potentes dentro de este campo de estudio.
Muchos conocerán ya el planteamiento de la nueva cinta de Denis Villeneuve: 12 naves intergalácticas han tomado tierra en distintos puntos del globo, causando pánico, miedo y temor entre la población general ante lo que los extraterrestres estén planeando hacer. Científicos de todos los rincones trabajan sin descanso para descubrir si sus intenciones son benignas o bélicas. Pero es Louise Banks, doctora en filología, quien irá descifrando su idioma para desvelar el misterio. Al cabo de los meses Louise va sintiendo cómo el contacto con los heptápodos está afectando a su forma de ver el mundo. Y hasta aquí podemos leer.
La teoría de comunicación en la que se basa el fenómeno que vemos en la película se conoce como relatividad lingüística o hipótesis Sapir-Whorf. En los años 40 los estudiosos Edward Sapir y Benjamin Whorf alimentaron una corriente de pensamiento que era la antítesis de la gramática universal de Noam Chomsky. Según esta Sapir-Whorf, existe una cierta relación entre las categorías gramaticales del lenguaje que una persona habla y la forma en que la persona entiende y conceptualiza el mundo. Pensamos con palabras, y por eso no piensa igual un chino que un angloparlante que alguien que habla en francés.
Lo cierto es que es una teoría controvertida, que no se ha podido probar de forma clara. De hecho, en los años posteriores a las publicaciones de Sapir y Whorf se descubrió que muchos de los ejemplos que habían utilizado para basar su teoría partían de asunciones erróneas sobre el uso de la lengua por diferentes pueblos que habían analizado. Pero, por el momento, las críticas tampoco han sabido desmontar algunos de los argumentos más importantes que defienden los relativistas.
Dame palabras para los colores y distinguiré mejor los colores
Uno de los textos en los que se basa el whorfianismo moderno es en un libro de 2010 del profesor Guy Deutscher. Su investigación analizaba cómo los rusos, que tienen dos palabras para referirse al azul (distinguen siempre entre azul claro y azul oscuro), eran capaces de distinguir esos tonos de forma más rápida que los ingleses, que sólo usan un término para el color. En el mismo texto documentaba cómo algunas tribus indias nativas tenían un lenguaje espiritual más rico, y sus conceptos son directamente incomprensibles para los que no conozcan esa lengua.
Aquí tratamos una idea parecida, cuando contamos cómo en la antigua Grecia no había palabra para el color azul y, por tanto, era un concepto que no se percibía.
Sobre el poder del lenguaje también se ha reflexionado a partir de un estudio con los monos de nariz blanca. Estos primates nigerianos tienen dos palabras de llamada, una para avisar del avistamiento de un leopardo y otra para referirse a la presencia de águilas. Cuando emiten las dos palabras al mismo tiempo es una forma de decir “vámonos de aquí”. Esa idea de combinar dos sílabas para crear una sintaxis, de aunar dos conceptos para elaborar un tercero, es una señal primitiva de la capacidad de construir un lenguaje.
Dime tus categorías de género y te diré el sexismo que incorpora tu idioma
Un importante estudio llevado a cabo en Cambridge centrado en la psicolingüística recogía respuestas a varios tests de personas cuyo primer idioma era el chino, griego, español, indonesio, ruso, inglés y el de los aborígenes australianos. Uno de los ejercicios requería describir con adjetivos objetos de uso diario. Lo que los investigadores comprobaron es que, aunque las preguntas se hicieron a todo el mundo en inglés, había una gran diferencia a la hora de seleccionar esos adjetivos entre los países en los que los objetos tenían un género femenino o uno masculino.
Así, por ejemplo, las llaves eran para los hispanoparlantes “doradas”, “intricadas”, “pequeñas”, “encantadoras” o “brillantes”. Mientras que para los germanoparlantes, país en el que llave es un sustantivo masculino, podían ser “duras”, “pesadas”, “metálicas”, “serradas” o “útiles”. Los puentes eran para los hispanos “grandes”, “peligrosos”, “largos”, “fuertes” y “robustos”, mientras que para los alemanes, en cuya lengua “puente” es una palabra femenina”, eran “bonitos”, “elegantes, “frágiles, “pacíficos” y “bonitos”.
También hay lingüistas dentro del espectro relativista que creen que los beneficios cognitivos del aprendizaje de los idiomas pueden haber determinado el salto evolutivo humano en plena construcción de la civilización. Son, tal vez, una de las ramas más radicales dentro de este campo, y esa es la idea que vemos reflejada en La Llegada. Según el filme de Villeneuve, es crucial que los humanos aprehendan el lenguaje alienígena.
¿Qué vino primero, la lengua o la cultura?
La mayor crítica reciente a esta teoría proviene del profesor John H. McWhorter, que en el libro The Language Hoax explicaba exhaustivamente cómo los mentados descubrimientos de los deterministas eran extrapolaciones sin suficientes justificaciones. Para el profesor, si se obedeciese a la teoría relativista podríamos crear formas de pensar divergentes que traerían como efecto cosmovisiones particulares.
Pero McWhorter subraya que en sus estudios sólo imputa la relación determinista entre lengua y cultura, y no niega que haya importantes puntos de encuentro entre ambas corrientes y que estas hacen que varíen ciertos puntos de vista, aunque cree que es más importante el grado en que la cultura hace que la lengua varíe que la otra dirección, la whorfariana idea de que es la lengua la que modifica nuestra cultura.
Dame relativismo lingüístico y te daré ciencia ficción
Aunque la película de Villeneuve ha hecho de esta idea el eje sobre el que se sustenta toda la trama, lo cierto es que el relativismo lingüístico ha estado de una forma u otra presente en muchas obras, especialmente de ciencia ficción. La realidad distópica imaginada por Ayn Rand en Himno trata de una sociedad que ha eliminado el concepto de individualidad para convertir a la población en una masa colmena.
Sobre el poder de las palabras trataba también Los Desposeídos, de Ursula K. LeGuin. El planeta anarquista en el que viven los protagonistas carece de concepto de propiedad, con lo que los humanos no comprenden ideas como la posesividad. Sin ir más lejos, en 1984 la neolengua cambiaba las expresiones con fines represivos.
El concepto de neolengua ideado por George Orwell se basaba en dos principios: uno, que lo que no forma parte de la lengua, no puede ser pensado; y dos, que los buenos libros de ciencia ficción deben adelantarse a los acontecimientos reales. Por ejemplo, a día de hoy la guerras ya no tienen muertos, sino "bajas" o "efectos colaterales".
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