Por un lado, altavoces feministas clamando contra el amor romántico y todo lo que represente la celebración de San Valentín. Por el otro, personas que opinan que es precisamente esta tendencia a la igualdad y la relajación de las costumbres las que están matando tanto el cortejo como el propio romanticismo. ¿Va el feminismo en contra del amor?
Se acabó el “para toda la vida”. Es cierto. Cada vez nos divorciamos más, nos casamos menos y tenemos menos hijos. En prácticamente todo occidente la familia tradicional está muriendo, y es un fenómeno muy ligado a la emancipación social y económica de la mujer. Así que puede decirse que el feminismo está acabando con las viejas costumbres.
De dónde venimos en el romanticismo: nuestro romanticismo tradicional se basaba, en parte, en los roles de género y en la división de tareas por sexo. Los hombres tienen la iniciativa y abordan a las mujeres y ellas actúan como seleccionadoras de esos candidatos. Para ellas, entonces, es importante encontrar un marido fiable o con suficiente poder adquisitivo para que la mantenga mientras ella tiene hijos y trabaja en casa.
Y hacia cuál vamos: esas estructuras se han ido disolviendo a medida que se equipara la carga productiva entre los dos miembros del hogar, haciendo poco a poco que esos roles del cortejo tradicional (es decir, heterosexual) pierdan el sentido. Los estudios dicen que las mujeres están adoptando cada vez en más ocasiones el rol activo para iniciar una relación y también despliegan comportamientos sexuales más dominantes, buscando la iniciativa de la búsqueda de placer.
Esto es bueno, ya que, según los estudios, las parejas que se toman más en serio los roles de género, mostrando ellas una posición más pasiva y ellos más activa, sólo por cumplir con su feminidad y masculinidad respectivamente (y no por un deseo de los sujetos de comportarse así), sienten mayor insatisfacción sexual que los que se dejan llevar sin pensar en esos roles.
A qué lleva la igualdad en el cortejo: a las mujeres les beneficia, ya que salir de esa pasividad inicial y poder ellas hacer ese abordaje de las parejas que les gustan lleva, en general, a unos mayores índices de satisfacción de sus relaciones sentimentales y sexuales. Pero también beneficia a los hombres: estudios realizados en 29 países occidentales reflejan que “en las relaciones basadas en la igualdad, las parejas tienden a desarrollar hábitos sexuales que están más de acuerdo con los intereses de ambos”.
De fregar los platos a la cama: la percepción de un igual reparto de tareas en el hogar deriva en varias ventajas. Por un lado, menos tensiones de pareja y mayor estabilidad de las mismas, lo que lleva a la gente a tener sexo con más frecuencia y a que este sea más receptivo. También se asocia a las parejas con reparto más igualitario menores tasas de divorcio.
Aunque el tema del divorcio aún es controvertido. Antes se creía que este “todo vale” hacía las relaciones menos duraderas. En Estados Unidos los estudiosos apuntaron a que había que hacer una separación estadística pre y post años 90. Antes, las parejas que cohabitaban (vivían sin casarse) eran más radicales y sexualmente liberales, pero desde los años 90, cuando se ha vuelto una fórmula común, se demuestra que las parejas que prueban a convivir unos años antes de darse el “sí quiero” suelen reportar mayores índices de felicidad y a durar más.
Ventajas de ser hombre feminista: un estudio concluyó que las mujeres que salen con hombres que se autodefinen como feministas tenían relaciones más estables y saludables que las que salían con hombres no feministas. Al revés, los hombres que salían con mujeres feministas también se sentían más estables y satisfechos sexualmente. Y el problema de la masculinidad tradicional: si la diferencia de roles ha supuesto una limitación para el desarrollo personal de las mujeres, esto también lo ha sido para los hombres. Tener que encajar en el rol activo romántico supone una carga para muchos hombres que, según los estudios, cada vez les pesan más.
Menos sexo, pero mejor: porque ojo, los millennials también practican menos sexo al año y tienen menor número de parejas sexuales que sus padres. Es, de hecho, otra de las tendencias de la época. Parece que el sólo hecho de practicar el sexo ha dejado de ser tan importante como, como hemos visto en los epígrafes anteriores, que esas relaciones sexuales sean más satisfactorias para las dos partes.
Así que, si ves el romanticismo sólo como la puesta en escena de un galán que te abre la puerta del coche y te invita a la cena, sí, el feminismo está terminando con estas expresiones. Pero si entiendes el romanticismo como las muestras de amor o como el ligoteo con final feliz entonces la igualdad de géneros está manteniendo y reanimando las llamas de muchos corazones.
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