Estamos consumiendo más energía verde que nunca. Y aún así las emisiones siguen subiendo

El plan, sobre el papel, es impecable: los países industrializados y aquellos en vía de desarrollo sustituyen paulatinamente los combustibles y la energía fósil por fuentes renovables, verdes y amigables con el medio ambiente; las emisiones comienzan a bajar; el planeta revierte el cambio climático al que está siendo sometido; y la humanidad salva su preciado ecosistema terrícola para las generaciones venideras. La práctica está resultando muchísimo más compleja.

Al alza. Primero, la de cal: en apenas diez años los países del globo han logrado duplicar la producción de energía mediante fuentes verdes. Dos son los grandes culpables del auge reciente: la energía eólica y, muy especialmente, la solar, cuya inversión se está viendo espoleada a pasos agigantados tanto por China como por la India. La potencia verde instalada en 2017 superó los 2.000 GW, una cifra que duplica a la existente en 2008. A priori, este es el camino.

¿Seguro? Pero de apriorismos no sobrevive el planeta. Al mismo tiempo, la demanda energética de la humanidad se ha disparado. En el mismo periodo de tiempo millones de personas (al ritmo de 200.000 al día: un ritmo inédito en nuestra historia) han salido de la pobreza en mayor o menor grado, con todas las demandas energéticas que ello implica. Así, año tras año nos vemos obligados a poner más watios en el sistema: en 2017, en concreto, la demanda aumentó un 2,1%.

¿Y quién ha sostenido la oferta?

La energía fósil. Yep, el carbón, el gas natural y el petróleo. Pese a los objetivos de París, las emisiones de dióxido de carbono, partículas y otros nocivos materiales para el planeta y para tu salud aumentaron un 1,7% respecto al año anterior. Es exactamente lo contrario a lo que el planeta necesita, pero se ajusta a las demandas económicas: la inversión en renovables sigue siendo limitada como para contrarrestar el creciente apetito energético de los países industrializados.

¿Por qué? Traducido a cifras: la producción mundial creció un 3,4% (en promedio) durante 2017; y al mismo tiempo, las renovables se llevaron alrededor del 70% de las nuevas inversiones en fuentes de energía. ¿El problema? No tanto el 30% restante como la constante dependencia global de nuestras antaño boyantes centrales térmicas o de ciclo combinado. España, Alemania, Estados Unidos, Reino Unido, China (pese a todo): todos siguen dependiendo en grandes porcentajes del carbón y del gas.

Alemana como paradigma. El gigante industrial europeo serviría aquí como ejemplo paradigmático: pese a su papel como campeón del medio ambiente (retórico), el crecimiento imparable de la economía germana y su decisión de desconectarse de la energía nuclear le ha llevado a aumentar (poco a poco) las emisiones año tras año. Es el emisor neto más destacado de Europa, pasando de 902 millones de toneladas de CO2 en 2015 a 907 en 2016. Pese a Energiewende.

Alemania desea reducir un 40% sus emisiones (en relación a 1990) para 2030. Si nada cambia, no llegará ni al 30%. Y ese es el gran problema: los países del mundo no están cambiando lo suficiente para reducir las emisiones. Pese a la inversión en renovables.

Imagen | Jason Blackeye/Unsplash

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