Por más que parezca una tarea intuitiva, acariciar a tu gato tiene cierta miga procedimental. Primero por la naturaleza esquiva y no especialmente cariñosa del animal. Tendemos a tratar a los gatos de una forma más social de lo que les gustaría y no siempre quieren caricias. Segundo por la técnica: son más caprichosos que los perros en el recibimiento, y prefieren llevar la batuta del mimo mucho antes que dejarse agasajar de cualquier modo. Y la ciencia lo sabe.
Errores iniciales. Sobre tan importante cuestión hay cierta bibliografía publicada. Hace poco, este estudio analizaba en detalle qué debemos y qué no debemos hacer cuando nos disponemos a acariciar a nuestro gato. Su resumen vendría a ser el siguiente: es esencial adaptarles de forma pronta y rápida a la interacción con seres humanos, a ser posible entre la segunda y séptima semana de vida; y es conveniente no agobiarles más de la cuenta, respetando siempre su decisión de huir de nosotros.
Asuntos exaltados si el gato en cuestión viene de la calle.
Señales. Hay más detalles, todos ellos fascinantes. En términos generales, la comunicación no verbal del gato está continuamente presente cuando le acariciamos. Si sabemos interpretarla podremos detectar fácilmente si lo estamos haciendo bien o mal. Por ejemplo, siempre es buena señal que sea el animal quien decida iniciar el contacto con el humano. Si sucede al revés, algunos aspectos a tener en cuenta para saber si le está gustando o no: un ronroneo, la cola erguida o un pequeño empujón cuando detienes las caricias. Todo ello es sinónimo de disfrute.
Señales negativas: girar la cabeza en señal de huida, un excesivo parpadeo, pequeños mordiscos o golpes en la mano. Todo ello se traduce de forma muy directa: por favor, déjame.
Entonces, ¿cómo lo hago? En primer lugar, uno de los aspectos a tener en cuenta es la opcionabilidad. Es decir, dejar que sea el gato quien muestre de alguna forma qué tipo de contacto quiere tener y que sean estas señales las que sirvan como guía. De esta forma, conviene centrarse en aquellas áreas donde a casi todos los gatos les gusta ser acariciados: las mejillas, la base de las orejas o la parte inferior del mentón. Y a pesar de que hay gatos que disfrutan con las caricias en otras áreas, la mayoría prefiere las anteriores por delante de la cola, la barriga o la espalda.
Sí, forman vínculo. Aunque en este tema continúa habiendo ciertas discrepancias, las últimas evidencias obtenidas por la ciencia afirman que los gatos sí generan un vínculo seguro con su cuidador principal. Así lo ilustran al menos los resultados obtenidos por una investigación realizada por la Universidad de Oregon. El experimento consistió en testear la reacción de un grupo de gatos de entre tres y ocho meses al regreso de su dueño. Para ello, primero pasaron un par de minutos a solas con su propietario y después el mismo tiempo en soledad.
Se demostró que el 65% de los gatos buscaba la interacción con su cuidador cuando éste regresaba, mientras que el 35% restante o no se acercaba a él o simplemente se quedaba a su lado. Los investigadores determinaron que aquellos que sí buscaron relacionarse eran los mismos que habían mostrado evidencias de tener un apego seguro en el primer encuentro.
Menos sociales. El gato doméstico que conocemos actualmente y es tan querido en redes sociales desciende del gato montés, un animal que vive de en la naturaleza y que sólo forma grupo en entornos donde hay abundancia de recursos. A diferencia del perro, el gato nunca fue domesticado por el humano, sino que desciende de una versión del gato montés que se fue amansando en el Egipto faraónico. Esto no sólo hace que la comunicación gato-humano sea más complicada que con los perros, sino que también evidencia que las necesidades de ambas razas no son las mismas.
Imagen: Dana Nguyen/Unsplash