Abril de 2015: la líder del Front National francés, Marine Le Pen expulsa del partido a su fundador, Jean-Marie Le Pen. Su padre. El patriarca Le Pen, que hacía cuatro años que había cedido el testigo a su hija, se había convertido en un personaje incómodo, un obstáculo para un partido que trataba de suavizar su imagen de extrema derecha.
Primero el Frente Nacional se convirtió en la primera fuerza política de Francia con un 27,83% de los votos (unos seis millones de votantes), ganando en primera vuelta en 6 de las 13 regiones francesas. Y anoche Marine Le Pen se convirtió en la segunda candidata más votada de las elecciones presidenciales.
El Frente Nacional, un partido ultranacionalista y antieuropeísta, apunta a consolidar su victoria el próximo mes de mayo en la segunda vuelta de las presidenciales de 2017. ¿Cuál es su programa? ¿Cómo han adelantado a la derecha tradicional y a los socialistas ? ¿Quiénes encabezan la ola "marine bleu"?
La creación del Frente Nacional
Jean-Marie Le Pen consiguió aglutinar a parte de las fuerzas ultranacionalistas del país en torno a su formación Nuevo Orden en 1972. El Frente Nacional, un conglomerado de asociaciones, partidos y movimientos ultras, se presentó por primera vez a las elecciones presidenciales en 1974. Y el candidato Le Pen obtuvo un exiguo 0,74% de los votos.
Pero su relación con la política y la extrema derecha venía de lejos. Le Pen había llevado varias vidas hasta entonces: fue oficial de inteligencia en Argelia (y todavía arrastra acusaciones, denegadas siempre, de haber cometido allí actos de tortura), miembro de la Legión Extranjera, diputado en el partido de un excolaboracionista de Pétain, director de campaña de un candidato ultraderechista a mediados de los 60... y hasta empresario musical. De una compañía, la SERP, que fue condenada en 1968 por distribuir canciones del Tercer Reich.
Le Pen vivió en la irrelevancia política y la retórica filonazi durante algo más de una década. Aunque en 1977 heredó el equivalente a 40 millones de euros actuales de su padre, no consiguió los avales necesarios para disputar las presidenciales de 1981 -tampoco habría tenido oportunidades contra Miterrand-. Sin embargo, un par de años después empezó a tener presencia municipal, y las elecciones europeas de 1984 recompensaron al antieuropeísta, con un irónico escaño que mantuvo desde entonces hasta su caída en desgracia. A mediados de los 80, el FN representaba un 10% del voto, más o menos.
Una situación que permaneció más o menos estable hasta 2002, cuando con un simple 16,82% de los votos Le Pen consiguió llegar a la segunda vuelta de las presidenciales, tras la desastrosa campaña del socialista Jospin y la división de voto entre más de una docena de partidos de la izquierda. Sí, el xenófobo Le Pen fue barrido en segunda vuelta por Chirac, pero esas presidenciales mostraron por primera vez la vulnerabilidad del bipartidismo francés: en aquella primera ronda, Chirac sólo le sacó 400.000 votos a Le Pen, y el socialista Jospin casi quedó un millón de votos por detrás de un líder tan autoritario como bocazas.
En 1987, por ejemplo, calificó las cámaras de gas del Holocausto como un "detalle" de la Segunda Guerra Mundial. El mismo discurso que le llevó, este año, a ser expulsado del partido que fundó. Pero no fue su única perla: en ese mismo 1987 calificó a los enfermos de SIDA como "leprosos", a los que definió como "un peligro para la nación porque respiran el virus por todos sus poros". Y hasta retorció el espíritu olímpico para apelar, en 1996, a la "desigualdad entre razas".
Marine Le Pen: ¿es posible dotar de discurso y programa a un partido de ultraderecha?
Marine Le Pen, que llevaba en el partido de su padre desde que cumplió 18 años en 1986, consiguió en 2011 la presidencia del Frente Nacional. Y su primera medida fue continuar con la labor que llevaba ejerciendo desde el año 2000 dentro del partido: eliminar esa imagen de caricatura fascista que impregnaba sus filas y que su padre había cultivado durante décadas. Expulsó a militantes que coqueteaban con el nazismo y fue adaptando el discurso para presentarse como un partido nacional y patriótico, contrario a la libertad de fronteras en la Unión Europea, a la inmigración y a la propia UE.
Con matices, porque Marine Le Pen se ha visto envuelta en polémicas parecidas: en 2010, comparó el rezo semanal callejero de los musulmanes en territorio francés con la ocupación nazi durante la Segunda Guerra Mundial.
Sin embargo, desde que consiguió la presidencia, Marine Le Pen se ha convertido en un fenómeno electoral. Comoquiera que sus puntos de vista sociales "ya son conocidos" (contra la inmigración, el matrimonio homosexual, el aborto y la eutanasia, por citar algunos puntos), la dirigente se ha centrado en pasear y defender -con notable aprobación del público- el programa económico del FN, totalmente antiliberal e intervencionista. Y aquí es donde ha conseguido la espectacular subida del partido, con un discurso muy cercano a la izquierda económica que ha conseguido conectar con esa mayoría de votantes que se le escapaba al Frente en sus tiempos radicales.
Bajo el mando de Le Pen, son las ideas económicas las que han cobrado protagonismo, barriendo su posición ultra y xenófoba debajo de la alfombra. En todo caso, Le Pen apunta primero contra Europa: "Una Europa sin el pueblo, contra el pueblo". O, como agradeció su victoria de anoche: "es el triunfo del pueblo contra las élites".
La economía que propone el Frente Nacional
Todo ello gracias a un programa que defiende reducir la deuda externa devolviendo poder al Banco Central Francés prescindiendo de la gran banca y los mercados internacionales. La salida del euro, sí, pero también el retorno de la economía mundial a algo parecido al patrón oro ("un estándar polimetálico"). Una economía fuertemente "proteccionista" que defiende la reindustrialización de Francia y la fortaleza de los servicios públicos, al mismo tiempo que propone recortar los subsidios para los más desfavorecidos.
Un "Estado Fuerte", idea que se repite constantemente en el programa ("el proyecto") del FN, y que coloca en el mismo capítulo la protección a las PYMES y la futura prohibición de ondear la bandera europea en los edificios públicos. Que habla de imponer un laicismo que defienda "los valores republicanos" -una idea en las antípodas de su padre, antigaullista convencido-, así como de intervenir todos los grandes sectores -alimentación, agricultura, energía, transporte-. Que disfraza de movimiento eco la autarquía agrícola -"no tiene sentido consumir productos cultivados a 20.000 kilómetros"-, al tiempo que propone separar a la banca en entidades de depósito e inversión.
Un programa económico, en suma, que ataca a izquierda y derecha tradicionales por igual: unos son demasiado débiles y han renunciado a los ideales de la República en pos de un liberalismo que sólo trae paro y endeudamiento nacional -un discurso que ha calado hondo en la Francia de Hollande, que acumula 200.000 parados más desde la elección del presidente socialista en 2012-; y los otros son especuladores que sólo pretenden desguazar Francia para alimentar una "especulación mundial" contra la que el país galo debe convertirse en el principal opositor.
El Frente Nacional de Le Pen ha sabido leer cada problema de la economía francesa y ofrecer respuestas eclécticas, tal vez irrealizables, puede que incoherentes entre sí. Pero que no temen el análisis -casi la mitad del programa del FN se basa en sopesar la situación actual y sus causas- ni dar una respuesta clara. El Frente se presenta como el gran salvador de la economía francesa y de la vieja y gloriosa Francia de la V República al mismo tiempo.
Inmigración, cultura, autarquía
El peaje para esa "salvación" pasa por ignorar o aceptar sus ideas contra la inmigración. Marine Le Pen propone la reducción de inmigrantes legales a 10.000 al año (actualmente son 200.000), sin reagrupación familiar, ni nacionalización automática al cabo de los años. El Frente Nacional también propone una ley que obligue a todas las oficinas de empleo y empresas a ofrecer trabajo "primero a los que tengan la nacionalidad francesa" y la aparición de una nueva figura delictiva: "el racismo antifrancés". Todo coordinado desde un superministerio de Interior, Laicismo e Inmigración, que se encargará también de supervisar la ayuda al desarrollo, condicionada a la expulsión de inmigrantes ilegales.
Se trata de una Francia más dura e independiente. Una con pena de muerte y mayor presencia policial. Una donde la lengua francesa sea el único vehículo posible. Donde los grandes grupos no puedan ser dueños de la prensa y las grandes empresas extranjeras en cualquier sector económico, desde Internet hasta el comercio internacional, tengan que llegar a acuerdos con el "Estado Fuerte" para poder operar en su terreno.
Todo basado en "santuarios", como denomina el FN a los pilares de "su" Francia: un sistema educativo basado en la disciplina y el esfuerzo (titulado en su programa como "El fin de la aventura pedagógica"), un estado centralizado que controle todos los sectores estratégicos y prohíba por ley que los consejos de administración estén en manos extranjeras, incluso para empresas ya privatizadas. Que destierre lo nuclear, fría a impuestos los beneficios para accionistas de las grandes empresas (que se librarán si reinvierten en puestos de trabajo. En Francia. Para franceses), y dé el salto a las renovables y el hidrógeno como motores de independencia energética.
Más de una cuarta parte de la Francia actual, titubeante en lo económico, desdibujada en Europa, y castigada por el terrorismo yihadista, se ha visto reflejada en el partido de Marine Le Pen. Un partido de orígenes filonazis, discurso cabestro y personalismo patriarcal convertido hoy en una fuerza indescriptible, con una sola dirección: convertir a Marine Le Pen en la antesala de la VI República Francesa.
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Foto de apertura: Blandine Le Clain
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