Este hombre lleva casi una década lanzando al mar botellas llenas de arroz desde Corea del Sur. Tiene buenas razones

Desde 2015 Park Jung-oh estudia las mareas para lanzar al Pacífico botellas con arroz y memorias USB

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Desde hace casi una década, con algunos altibajos, Park Jung-oh cumple con un peculiar ritual. Tras estudiarse bien las mareas del Pacífico, se asoma a la costa de Corea del Sur para arrojar al mar botellas y más botellas repletas de arroz. Lo hace unas dos veces al mes. Con el empeño de un pícher profesional. Incluso ha fundado junto a su mujer una organización, Kuen Saem, que le permite contar con la ayuda de voluntarios y redoblar sus esfuerzos. En una sola noche de diciembre de 2023 consiguieron arrojar a las aguas del Mar Amarillo varios cientos de botellas.

Suena extraño, pero lo de Park no es una afición extravagante ni un intento minucioso por contaminar el litoral coreano. Lo que intenta desde hace casi una década a botellazo limpio es cambiar el mundo. Al menos el de Corea del Norte.

Una botella, arroz y USB. Lo que Park arroja al mar desde la costa septentrional de Corea del Sur, encarándose a puntos casi limítrofes con la frontera, como la isla Seongmodo, son botellas plásticas de dos litros. Y aunque a simple vista pueden parecer recipientes como los que usamos para envasar agua u otros líquidos, las suyas son botellas especiales. Antes de tirarlas para ver cómo se las llevan las olas, introduce granos de arroz, una memoria USB y un dólar.

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Atento a las mareas. No es lo único que hacen Park y el resto de sus compañeros. Además de rellenar las botellas se encargan de otra tarea a la que prestan tanta o incluso más atención: estudian el mar. Y a fondo, fijándose en las mareas altas y bajas y su dirección. Todo con el propósito de que las botellas acaben en el agua el día y a la hora que más se ajusta a su objetivo.

Tan importante es para ellos que antes de empezar su tarea consultaron al Instituto Coreano de Ciencia y Tecnología Oceánicas y pescadores familiarizados con el Mar Amarillo. "Me aconsejaron que verificara minuciosamente esos tres factores, la fecha, la hora y la dirección de la marea", señala a Korea Times.

Pero… ¿Para qué? Lo de lanzar botellas de plástico al océano quizás parezca poco cívico, pero Park tiene una buena razón: la solidaridad. Su objetivo es que esos envases arrojados desde la costa septentrional surcoreana lleguen con ayuda de las mareas a las playas de la vecina Corea del Norte, controlada por Kim Jong-un. Allí confía Park en que al menos una parte de sus botes acaben en manos de lugareños que puedan aprovecharlos. Según los cálculos que ha realizado, en los días con buenas condiciones, en las que las mareas son propicias, las botellas con arroz tardan apenas cuatro horas en viajar hasta el otro lado de la frontera.

Quizás no todas las botellas lleguen a su destino, pero a lo largo de sus años de activismo Park ha recibido feedback de norcoreanos que se encontraron con las peculiares cápsulas solidarias. "Una vez escuché que una norcoreana sospechó del arroz, así que lo preparó al vapor y se lo dio a un perro. Como estaba bien, lo probó y pensó que la calidad era muy buena. Acabó vendiéndolo a buen precio y compró una gran cantidad de cultivos más baratos", comentaba Park hace poco a la BBC. En otra ocasión fue una familia de nueve integrantes que acabó abandonando el país de Kim Jong-un la que le hizo llegar su agradecimiento.

Un contenido bien medido. Todo lo que se mete en las botellas está perfectamente estudiado. El principal contenido es arroz, alrededor de un kilo y medio, con el que Park y sus colaboradores intentan poner su pequeño granito —nunca mejor dicho— para que sus vecinos norcoreanos puedan nutrirse.

Hace apenas un año la cadena CNN alertaba de que el país de Kim Jong-un afrontaba su peor crisis de alimentos desde la hambruna de los años 90 y se hacía eco de las preocupaciones de Lucas Rengio-Keller, analista del Instituto Peterson de Economía Internacional, quien avisaba de que el suministro había caído "por debajo de la cantidad necesaria para satisfacer necesidades humanas mínimas".

Granos de arroz… y mucho más. Durante la pandemia en las botellas introducían también medicamentos y mascarillas quirúrgicas. Es habitual que añadan además tarjetas SD o memorias USB en las que antes guardan diferentes archivos: canciones K-pop, dramas coreanos, copias de la Biblia, vídeos en los que se comparan las dos Coreas… Archivos con los que quieren dar claves a sus vecinos del norte sobre cómo es la vida a ambos lados de la frontera. "Mi deseo es que las encuentren y se den cuenta de que han sido engañados por su régimen", confiesa.

"Mucha gente piensa que no hay electricidad en Corea del Norte, pero he oído que hay muchos paneles solares que llegan a través de China, que pueden usarse para cargar baterías, especialmente durante el verano", relata Park. Eso, sumado a la expansión de los dispositivos electrónicos, como ordenadores y móviles, espera que ayude a los norcoreanos a aprovechar sus tarjetas. En ocasiones en las botellas añade también un billete de dólar para que las familias puedan cambiarlos.

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Una perspectiva valiosa. Park no es un activista más, ni tampoco un surcoreano al uso que una buena mañana decidió echar una mano a las familias situadas al otro lado de la frontera. Si lleva casi una década dedicando su tiempo, esfuerzos y recursos a preparar botellas e incluso ha lanzado una organización para hacerlo de forma más eficaz, Kuen Saem, es porque tiene una sensibilidad especial hacia todo lo que ocurre en Corea del Norte. Su familia procede de allí.

Su padre desertó y la familia se vio obligada a hacer las maletas y salir del país, algo que Park hizo hace ya 26 años. Ahora, con casi 60 años, explica a la BBC cómo recuerda imágenes de hambruna y testimonios de soldados que llegan armados a la provincia norcoreana de Hwanghae para arrebatar los cultivos de arroz.

Contra viento política y marea. Para cumplir con su objetivo Park y sus colaboradores han tenido que lidiar con algo más que las mareas, el viento o los costes de llenar cientos y cientos de botellas con arroz, memorias USB y demás objetos. En 2020, con el liberal Moon Jae-in al frente del Gobierno surcoreano, se aprobó una ley sobre "relaciones intercoreanas" que prohibía a los activistas enviar al norte materiales con propaganda contra Corea del Norte. No respetar la norma acarreaba penas de cárcel. Ese nuevo panorama complicó el proyecto de Park.

"Fue el momento más difícil para los desertores norcoreanos. Fui juzgado ocho veces mientras la policía seguía intentando encontrarme faltas y presentaba cargos contra mí cada vez que identificaban un delito menor de mi parte", relata.

A prueba de obstáculos. En plenas tensiones con Pyongyang, en 2020, Park continuó arrojando botellas de arroz al mar. Y en el artículo que le dedica y habla de su activismo actual, la BBC desliza que "no había podido hacerlo abiertamente desde junio" de ese año. De hecho precisa que él y su mujer se vieron obligados a enviar botellas durante la pandemia "en secreto debido a la prohibición".

Que se haya revocado ese veto no significa que Park ya no afronte dificultades: asegura que tras la ley de 2020 nota un cambio en el trato de los lugareños y que también le resulta más difícil encontrar donantes. "Están preocupados por otro posible cambio", asume. Con todo, el activista avanza que no se dará por vencido. De su lucha se han hecho eco medios internacionales, como la BBC o la agencia Reuters, y él sigue encaramándose a la costa, mirando a su antigua patria.

Imágenes | Kuen Saem - Send Rice & Info Directly to the NK People (Facebook)

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