Historias de golpes de suerte y millonarios hay muchas, pero casi siempre tienen un común denominador: hablamos en singular. Por eso, lo que ocurrió en un pequeño pueblo de Florida cuyas familias estaban pasando por serias dificultades para salir adelante es tan especial. Todavía hoy, el enclave sigue pareciendo un pueblo anodino e inhóspito. Pero que no te engañen, allí todavía vive un gran número de millonarios entre la gente. Y todo gracias a la Coca-Cola.
Quincy y el banquero. Así se llama el pueblo de una de las historias más fascinantes de la economía de Estados Unidos. Allí, en medio de la Gran Depresión de los años 20 y 30 y con parte del censo en serias dificultades, aparece una figura que iba a cambiar la vida de todos. Su nombre: Pat Munroe, un banquero astuto, un hombre de negocios que se fijó en un detalle clave para convencer a toda la ciudadanía.
Daba igual lo empobrecidos que estuvieran en Quincy o lo grave que fuera la situación financiera de las familias, el hombre observó que casi de manera religiosa, la gente gastaba hasta el último centavo en un buen vaso de Coca-Cola helado. ¿Y si esa devoción la convertía en un golpe de suerte?
Coca-Cola en bolsa. El gigante azucarado comenzó a cotizar en bolsa en 1919 a 40 dólares la acción, pero un conflicto con la industria azucarera y sus embotelladores provocó una caída del 50% al poco tiempo, cuando alcanzó los 19 dólares por acción. Dicho de otra forma, hubo un momento en la historia en la que Coca-Cola cotizaba por menos que el efectivo en el banco y sus acciones estaban extremadamente baratas. Y entre otros, Munroe estuvo en el momento adecuado.
La ganga del siglo. ¿Qué hizo? Invertir. El hombre comenzó a adquirir acciones de Coca-Cola como si no hubiera mañana. Sin embargo, no lo hizo solo. Animó a todos sus conocidos y amigos de conocidos en el pueblo a comprar una participación en la empresa.
Centrándose en las ganancias finales y el poder de la marca, Pat Munroe siguió y siguió comprando. Y mientras lo hacía seguía diciéndoles a todos los que estaban dispuestos a escucharle en Quincy que también compraran. Aprovechó la confianza y el respeto que la comunidad tenía hacia él y emprendió una cruzada para conseguir que cualquiera que pudiera se subiera al tren de la Coca-Cola.
Prestamos para acciones. El hombre estaba tan seguro de su éxito que cada vez que una persona acudía a su banco para pedir un préstamo, lo animaba a aceptar otro a cambio de acciones. Agricultores, tenderos, profesores: absolutamente cualquiera que pudiera gastar dinero era tentado por Munroe.
Para el banquero, que la acción de Coca-Cola estuviera a 19 dólares cada una era una oportunidad que nadie en la ciudad debía escapar. Por eso no se cansó de instar a comprar y, casi igual de importante, a mantenerse firme en la decisión sin importar las fluctuaciones del mercado que ocurrieran a corto plazo.
El pelotazo. Finalmente, las observaciones del banquero resultaron un acierto histórico. Quincy, una ciudad eminentemente agrícola, no solo se mantuvo a flote en tiempos difíciles gracias a los dividendos de Coca-Cola, trajo una riqueza que todavía se estudia en las universidades. De hecho, el enclave se convirtió en la ciudad más rica per cápita de todo Estados Unidos por un tiempo, y decenas de sus habitantes fueron apodados “los millonarios secretos de Coca-Cola”.
Gente que confió en el buen ojo de Munroe e invirtieron todo su dinero (y el que no tenían), y que amasaron enormes fortunas con esas primeras acciones, que luego transmitieron de generación en generación, convirtiéndolos en los millonarios epónimos de Coca-Cola, unos que, efectivamente, establecieron dinastías enteras de prosperidad financiera que trascendieron generaciones.
De cuánto estamos hablando. Es difícil hablar en términos totales, pero para que nos hagamos una idea del dinero, en 2013 se hizo un estudio de valoración de lo ocurrido en Quincy. Los resultados constataban que una sola acción con dividendos reinvertidos valía 10.000.000 de dólares. Se enviarían 270.000 dólares en dividendos en efectivo antes de impuestos al propietario enviando un cheque por valor de 67.500 dólares aproximadamente en marzo, junio, septiembre y noviembre de cada año.
De esta forma, si la bisabuela y el bisabuelo de turno hubieran adquirido un lote redondo de 100 acciones por entre 1.900 y 4.000 dólares, dependiendo del precio de compra, tendrían ahora mismo más de mil millones de dólares, excluyendo los efectos de los impuestos sobre el patrimonio.
Dinero para crisis. Aquella inversión ha supuesto un salvavidas cada vez que se acerca una época dura. Cuando la economía local estaba sustentada por la coca y llegaba la crisis, dividendos de cola. De hecho, estos activos han apoyado a la ciudad en todas las recesiones desde entonces.
Cuando las cosechas fracasaban, era el dinero de la Coca-Cola lo que mantenía a la gente empleada. Cuando la economía nacional colapsó, fue el efectivo de Coca-Cola lo que permitió a la gente permanecer en sus hogares. Cuando los tiempos eran buenos y la Coca-Cola estaba barata, compraron más acciones.
Quincy hoy. Es una historia singular, por insólita. Todas las familias que amasaron una fortuna luego se la pasaron a sus hijos y nietos, en algunos casos mediante donaciones directas y en otros mediante el uso de fondos fiduciarios. Incluso el banco donde empezó todo tiene una Coca-Cola en exhibición y, hasta hace unos años, un asombroso 65% de los activos fiduciarios bajo administración todavía estaban invertidos en acciones de Coca-Cola.
El aspecto de Quincy en la actualidad no difiere mucho de la época de la Gran Depresión. Sigue siendo una ciudad tranquila y eminentemente agrícola con una población de menos de 10.000 habitantes. Pero que no te engañe la vista, por esas calles se siguen paseando algunos de los nietos cuyas familias levantaron un imperio, la de los millonarios secretos de Coca-Cola.
Imagen | PXHere, Ebyabe, PXHere
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