Hay un sinfín de calificativos que se ajustan a la perfección a la naturaleza majestuosa e imponente del monte Everest. Pero pocos parecen tan exactos como "estercolero". Las más de 1.200 personas que año a año se acercan a sus laderas y a su cumbre dejan tras de sí, como ya vimos, un rastro indeleble de escombros, residuos y basura. Pero también de heces y orina. Una situación sobre la que Nepal lleva advirtiendo un lustro y que comienza a alcanzar cifras alucinantes.
12 toneladas. Nada más y nada menos que 12.000 kilos de defecaciones humanas ha contabilizado Sagarmatha Pollution Control Committee, una asociación dedicada a la limpieza y preservación del entorno natural del Everest. La cifra corresponde al volumen fecal recolectado en el campo base, una minicuidad a más de 5.000 metros de altitud, y depositado en Gorak Shep, un lago helado contiguo que se ha convertido en una suerte de fosa séptica improvisada. Allí, denuncia la asociación, las heces se amontonan y se amontonan sin mayores salvaguardas.
Es un problema. Por varios motivos. El primero: las 12 toneladas corresponden a los restos de quienes utilizaron los baños del campo base. Quienes se encaminan hacia la cumbre depositan sus necesidades cavando agujeros en la nieve o en medio de la montaña, lo que aumenta el alcance del problema. Es un fenómeno bien reconocido por montañeros, sherpas y expertos en la materia, y los testimonios sobre las montañas de mierda que pueblan el Everest son muy detallados.
Contaminación. En esencia, el tránsito de miles de personas hacia el pico más alto del mundo, y el interés turista de muchísimos más en acercarse al campo base, ha convertido al Everest en una pequeña civilización sin infraestructura. Los residuos no se gestionan, o se gestionan mal, lo que puede provocar evidentes problemas de salud o, peor aún, la contaminación de las fuentes de agua que emplean los nepalíes algunos miles de metros más abajo.
En su día, el legendario Ueli Steck admitiría que jamás se le ocurriría hervir nieve del Everest para su posterior consumo. Las bacterias, a tan baja temperatura, no se evaporarían.
¿La solución? Difícil. La instalación de una depuradora a gran escala, como las que operan en las ciudades, es inviable. Y la gente va a seguir acudiendo al Everest, generando más heces. The Washington Post cuenta la historia de un ingeniero apasionado por la montaña que lleva cierto tiempo trabajando en un contenedor de biogás capaz de descomponer la materia orgánica y transformarla en algo útil y reutilizable, como fertilizante, metano o incluso biogás renovable. Se puede saber algo más del proyecto aquí, y sería una alternativa útil.
A día de hoy también es una opción lejana. Las bajas temperaturas y los requisitos técnicos y de infraestructuras no lo ponen fácil.
"Una bomba fecal". Así se ha llegado a definir al Everest. Si las heces humanas se amontonan sin orden o concierto el problema puede ser mayúsculo. La contaminación, en general, es el lado oscuro de la variante aventurera y grandiosa que acude a nuestra mente cuando pensamos en el Everest. La montaña está sucia, muy sucia: sólo durante la temporada pasada los sherpas bajaron más de 25 toneladas de escombros. El gobierno nepalí obliga a todos los montañeros a bajar ocho kilos de basura a su regreso de la expedición, el volumen estimado de residuos generado.
Así que al "vertedero más alto del mundo" también podemos sumarle el "estercolero más alto de la Tierra".
Imagen: Gunther Hagleitner/Commons
Una versión anterior de este artículo fue publicada en agosto de 2018.
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