Acceder a la élite de multimillonarios mundiales obliga a reunir una fortuna de proporciones inmensas, casi inaprensibles para el vulgar de los mortales. Pensemos en el patrimonio de Jeff Bezos, vigente persona más rica de la Tierra. Si un grano de arroz son $100.000, ingresos suficientes para aupar a cualquier español a los deciles más altos de la sociedad, su patrimonio debe contarse en sacos y sacos de cereal. Similares experimentos prácticos podemos realizar con otras grandes fortunas.
Es la mejor forma de entenderlas.
Ahora bien, pese a lo grandioso de sus ganancias, el listado de hombres más ricos del planeta (porque en su mayoría siguen siendo hombres) tiende a cierta volatilidad con el paso de los años. Lo ilustra a la perfección este gráfico elaborado por TitleMax en el que se nos muestra cómo ha evolucionado el ránking de las diez personas más acaudaladas del mundo desde 1987 hasta nuestros días. Más de treinta años de riqueza que explican, en paralelo, la evolución de la economía del globo.
Retrocedamos más de tres décadas. A las puertas de los noventa la Unión Soviética aún existía y la economía seguía unas pautas tradicionales, más próximas a la mayor parte del siglo XX que al proceso de tecnificación, globalización y automatización experimentado desde entonces. Ni rastro de los grandes nombres tecnológicos que hoy copan la tabla. El hombre más rico de la Tierra era Yoshiaki Tsutsumi, punta de lanza del boom económico nipón, con una fortuna estimada de $20.000 millones.
Tsutsumi era el dueño de Seibu Corporation, un conglomerado de empresas, muy típico durante aquellos años en Japón, con una amplia amalgama de inversiones en el sector ferroviario, inmobiliario y turístico. Le seguían otros ilustres empresarios japoneses: Taikichiro Mori, Shigeru Kobayashi o Haruhiko Yoshimoto. Otros dos japoneses componían el listado, una mayoría de futuro menguante. Cuando la burbuja inmobiliaria e inversora de Japón colapsó a principios de la siguiente década, la fortuna de sus empresarios más prominentes dejó de ser excepcional.
En 1989, por ejemplo, copaba el ránking el sultán Hassanal Bolkiah ($25.000 millones), monarca de Brunei aún en el cargo. Le seguía Abdulaziz ibn Abdul, rey de Arabia Saudí ($18.000 millones), la reina Isabel II (unos $10.000 millones) y otras grandes familias plebeyas de Estados Unidos (los Walton o los Mars, entre otros). Fueron los últimos coletazos del capitalismo clásico, un tiempo en el que las fortunas se concentraban en largas sagas familiares (siguen siendo las más ricas del mundo aún hoy).
Se puede ver a máxima resolución aquí.
¿Qué sucede a partir de los noventa? Dos procesos en paralelo: por un lado, el gráfico se llena de líneas azules, esto es, de multimillonarios norteamericanos; y por otro los grandes nombres tecnológicos empiezan a irrumpir en escena. Bill Gates se adentra entre los diez nombres más ricos del mundo en 1992, y va escalando peldaño a peldaño hasta hollar la cima en 1997. Se mantendrá en ella ininterrumpidamente hasta 2008, pasando de los $6.400 millones de un año a los $56.000 millones de otro. Para entonces sus compañeros de ránking serán muy distintos.
Le seguía ya por entonces Warren Buffett, dueño de Berkshire Hathaway, un gigantesco conglomerado de empresas dominantes aún moldeado a la antigua usanza; pero también pesos pesados de la industria tecnológica y de las telecomunicaciones como Carlos Slim (que entre 2010 y 2013 recogió el testigo de Gates al frente de las fortunas mundiales) o Larry Ellison, ya incipiente por aquel entonces y firmemente asentado en la élite mundial durante los siguientes años (gracias al éxito de Oracle).
Jeff Bezos y Mark Zuckerberg, las dos últimas adquisiciones al ilustre listado, aparecen en 2016. El primero encadena ascenso tras ascenso desde entonces, copando la pirámide de la riqueza mundial desde 2018 y hasta nuestros días (Forbes, la base del listado, le calcula un patrimonio personal de $170.000 millones, aunque en alguna ocasión ha podido superar los $200.000 millones). Cifras que quedan lejísimos de los $20.000 humildes millones amasados por nuestro olvidado Tsutsumi en 1987. Prueba de cómo el mundo genera cada vez más riqueza. Otra cosa es su reparto.
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