¿Qué hacer con un toxicómano? Desde el punto de vista de la política pública, la respuesta queda lejos de ser sencilla. Desde mediados de los setenta, el mundo occidental ha lidiado con el problema de la drogadicción de forma agresiva. Se han aplicado políticas de tolerancia cero, se ha criminalizado la posesión y el consumo y se ha combatido el tráfico. Los resultados han sido magros, siendo benevolentes.
Una respuesta típica a la guerra contra las drogas surgió de la mano de diversos colectivos e investigadores de la materia a finales de los ochenta: "harm reduction". O prevención de daños. La idea es exactamente la contraria: si no puedes impedir que la droga llegue a las calles y que haya consumidores adictos, educa, controla y reduce su impacto sanitario. El ejemplo más celebre de esta filosofía lo representan los programas de intercambio de jeringuillas.
Hoy la cuestión se ha colado por una rendija de la agenda pública gracias a los vicios habituales de la política local. El Ayuntamiento de Zaragoza ha repartido folletos informativos en los que, según se lee en diversos titulares, se enseña a sus receptores a esnifar cocaína adecuadamente, "pulverizar speed" y no mezclar determinadas sustancias, entre otras muchas recomendaciones. El folleto se puede leer aquí. Se han prensado apenas 650 copias, una tirada muy limitada.
Dada la filiación política del consistorio (Podemos + IU), la cuestión ha sido criticada por fuerzas conservadoras y ha terminado en el plano nacional. "Hay muchas familias que han sufrido el azote de las drogas, equiparar un ibuprofeno con la cocaína me parece una vergüenza y le pediría al Alcalde de Zaragoza que se retraiga", escribía esta mañana el siempre presto al debate Rafael Hernando, portavoz popular en el Congreso.
La idea de que una entidad municipal, pagada con el dinero del contribuyendo, ande repartiendo fliers informativos sobre el correcto uso de la cocaína y el speed puede parecer anatema o contraintuitiva, pero no lo es tanto. Explicar a la gente cómo drogarse bien es en realidad una buena idea.
La prevención de riesgos sí funciona
Primero, pensemos en la escala de la acción. El proyecto ha sido elaborado por la Junta de Distrito del Casco Histórico, uno de los espacios más pobres del centro de Zaragoza. En las calles de El Gancho, su barrio más popular, viven inmigrantes, gitanos y clases bajas, tradicionalmente más vulnerables al consumo de estupefacientes que otros sectores sociales. Es uno de los nichos de consumo de la ciudad, y es un problema de cierta magnitud.
Durante años, asociaciones vecinales y entidades sanitarias han tratado de paliar los efectos del consumo. En el panfleto, de hecho, han participado profesionales del Centro de Salud San Pablo y ConsumoConciencia, una agrupación dedicada a aplicar políticas de reducción de riesgos en los barrios del casco. Dada la escala de la tirada (650 en una ciudad de 700.000 habitantes) y las figuras implicadas, es evidente que se trata de una acción concreta dirigida a un grupo poblacional vulnerable.
Dicho de otro modo, el Ayuntamiento de Zaragoza no está invitando a todos sus ciudadanos a esnifar cocaína, sino que, con mayor probabilidad, está educando a los consumidores habituales para evitar problemas sanitarios elementales derivados de malas prácticas.
El folleto es muy informativo, de hecho. Cada sustancia es descrita de forma pormenorizada. Se analizan sus efectos, las dosis habituales de consumo, su breve historia, su composición química y, claro, las consecuencias de su consumo. Al mismo tiempo, y dada la naturaleza preventiva del mismo, se incluye un apartado de "precauciones" y "efectos secundarios" en las que se ofrecen las polémicas recomendaciones. En esencia, es información sobre cómo funciona cada droga.
¿Tiene alguna base el proyecto? Lo cierto es que sí. Son numerosos los programas similares en todos los países industrializados, y suponen otra aproximación al problema de las drogas. Los programas de intercambio de agujas (la forma de consumo de heroína más habitual, y un foco de transmisión del SIDA gigante) llevan funcionando en países europeos y anglosajones desde hace décadas. No sin polémica: el Congreso lleva décadas vetando financiar con dinero público los programas (con algunos peros).
Como se explica en esta investigación, hay cierta solidez científica en torno a los programas de reducción de riesgos: se sabe que son muy efectivos si hay agujas involucradas, y también que funcionan con moderación cuando las adicciones rotan en torno al alcohol u al tabaco. Sin embargo, los autores del trabajo (que compila más de 600 investigaciones al respecto), señalan que la evidencia es más que sólida cuando la prevención se orienta a "sustancias ilícitas".
Un debate moral vs. un debate de salud pública
Gran parte del conflicto surge de la enorme disparidad entre ambos acercamientos a la drogadicción: mientras que la visión estricta lo plantea como una cuestión moral, la reducción de riesgos es más práctica y, ante todo, lo enfoca desde el punto de vista de la salud pública. Como se señala en este otro trabajo (que a su vez recopila evidencia científica sobre la materia), la política de prevención es pragmática y se centra en los daños a posteriori.
Es decir, asume de antemano que detener el flujo de droga hacia los barrio es imposible. Y que por tanto es más efectivo centrarse en los consumidores y en soluciones paliativas y de desintoxicación que en cortar el comercio ilegal de estupefacientes.
Así, en función de lo analizado por centenares de investigaciones, hay dos programas que sí funcionan con claridad: tanto la utilización de la metadona (como sustitutivo) como los programas de intercambio de jeringuillas. No todos los campos de la reducción de riesgos están igual de estudiados: mientras hay una prometedora pero escasa evidencia en torno a la despenalización y la utilización de "consumption rooms", hay nula o casi nula investigación sobre los programas de información, educación y comunicación.
Pese a que los trabajos académicos señalan hacia su efectividad pero aún no han probado la eficacia de todas las políticas preventivas, hay algunas críticas asociadas a la reducción de riesgos muy comunes desde quienes la observan con recelo. Las principales: fomentan el consumo de aquellos sujetos aún no inmersos en la droga y provocan que los adictos no puedan salir de su situación, ampliando el problema que buscan atajar.
Para el caso de los programas de intercambios de jeringuillas, por ejemplo, la evidencia sugiere lo contrario. Ambos planteamientos (objeciones que tienen un alto componente moral) han sido sugeridos por grupos opositores para recortar o paralizar por completo programas públicos de prevención de riesgos. Diversas investigaciones han contrastado que la distribución de agujas ha tenido un efecto positivo tanto en el control del consumo como de la transmisión de enfermedades (dos problemas enormes en el caso de la heroína en paíes como Estados Unidos).
Pese al evidente sustrato ideológico del folleto repartido por la Junta de Distrito del Casco (el gobierno del barrio, no siempre en directo control por el gobierno municipal de Zaragoza), lo cierto es que un programa de reducción de riesgos (orientado, en este caso, a la información) tiene sentido. Es difícil saber qué grado de efectividad puede tener, pero su planteamiento no es exótico, tiene fundamento científico y abre un camino de prevención ya probado en numerosos países similares.
¿Hasta qué punto es absurda o aventurada la iniciativa zaragozana? Hace escasos meses, Francisco Babín, delegado del Plan Nacional sobre Drogas (dependiente del Ministerio de Sanidad, controlado desde 2011 por el Partido Popular), decía lo siguiente sobre otro programa similar centrado en la prevención: "Políticas como el intercambio de jeringuillas o los programas de metadona fueron aciertos monumentales que al principio no se entendían (...) son políticas útiles con la población consumidora, que es una minoría".
La polémica que nos ocupa hoy es más política que técnica, y está viciada por los relatos partidistas de cada formación. Porque aunque pueda parecer un sinsentido, sí, tiene sentido explicar a un consumidor habitual cómo consumir limitando los riesgos.
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