Hace poco contamos cómo la generación centennial era la “menos 100% heterosexual de la historia”, pero esa manera en la que esto se manifiesta es interesante: el informe de reciente publicación Sexuality in Emerging Adulthood de la Universidad de Binghamton pinta una fuerte división de género a este respecto entre los muchachos estadounidenses.
En la última década ellas han pasado de etiquetarse como personas de sexualidad alternativa (es decir, queer, lesbianismo, bisexualidad u otros) de un 22.9% a un 35.1% en 2019, un fuerte incremento que ha sido más o menos progresivo. En los chicos el salto ha sido de un 15.4%... a un 14.3%. Esto es, aún más chicos que antes se declaraban 100% heteros y menos bajo distintas etiquetas no-hetero. Dicho de otra manera, en EEUU las mujeres de 18 a 29 años están rechazando cada vez más la heterosexualidad exclusiva mientras ellos se mantienen estancos.
¿Y si fuera el feminismo?
Es lo que teorizan los académicos a los mandos de este informe. Si la mayoría de estudios o análisis tienden a señalar la mayor libertad y presencia de opciones LGTB como responsables del cambio de mentalidad, los de Binghamton creen que esa brecha de género en las opciones sexuales tiene que ver con la otra corriente ideológica que también ha visto aumentar su importancia en estas mismas fechas. “Nuestra investigación indica que un resultado de más de un siglo de activismo y progreso feminista puede ser la responsable de la creciente resistencia de las mujeres a la heterosexualidad obligatoria”, dice su estudio.
Con eso de “heterosexualidad obligatoria", los investigadores están comprando el marco teórico de una corriente feminista que tiene su origen en la feminista lesbiana Adrienne Rich a principios de los años 80, de la tercera ola. La heterosexualidad se habría impuesto en las relaciones y las sociedades para mantener un sistema de desigualdad que perjudique a las mujeres y beneficie a los hombres, y la progresiva conquista de derechos y libertades de las mujeres, así como un siglo de concienciación feminista, estaría haciendo caer las caretas de esa heterosexualidad impuesta. Las mujeres, liberadas de ese supuesto yugo social que ya no las obliga a depender de los hombres, se están dando cuenta de su diversidad sexual, opina esta corriente.
Esto no es exactamente lesbianismo político, pero está muy emparentado. El lesbianismo político hunde sus raíces en un análisis construccionista de la segunda ola. Aquella corriente veía en el matrimonio heterosexual una imposición patriarcal y creía, sobre todo, que la sexualidad y el amor son elecciones y no determinaciones biológicas. Esto a su vez entra en conflicto con buena parte de la ideología LGTB progresista, tanto de ayer como de hoy, defensora de una orientación sexual o de género "de base" y contraria a que "cambiar quién eres" sea motivo suficiente para conceder derechos.
Hay otras pistas a favor de la idea del feminismo como tumba de la heterosexualidad. Por ejemplo, el feminismo lésbico también está capitaneando el movimiento feminista francés. Allí acaba de tener lugar la primera marcha de lesbianas en cuarenta años, y el nuevo activismo en la era post #MeToo recurre en mayor grado de iconos mediáticos lésbicos (Adele Haenel, Celine Sciamma y Alice Coffin) que de heteros. Algunas mujeres prominentes allí están optando por un lesbianismo político a raíz de la concienciación.
Hay un reconocimiento de que esta concienciación feminista ha provocado otros cambios sociales, como por ejemplo un incremento en el número de denuncias de abusos sexuales en multitud de países del mundo o que las mujeres directivas perciban más brecha de género en sus empresas pese a que las condiciones por lo general son más o menos las mismas que hace una década atrás.
Probablemente lo más relacionado con el fenómeno de disolución de la heterosexualidad femenina es un despertar de la desigualdad de género en el placer: cada día se habla más en medios y revistas femeninas de datos estadísticos como que el 30% de las mujeres reportan dolor durante el sexo vaginal y que "grandes proporciones" de ellas no le dicen a sus compañeros ese dolor que sienten; o que a la hora de calificar una relación sexual como “mala” las mujeres jóvenes describen que son aquellas en la que sienten dolor físico y emocional y los hombres no piensan en el dolor, sino en las que, por ejemplo, sufran un gatillazo. No faltan los reportajes que mencionan la brecha orgásmica entre mujeres heterosexuales y gays, ni los que recuerdan que los hombres feministas son más complacientes que los que no lo son.
Desde grupos conservadores y cristianos se está señalando cómo los medios mainstream están, bajo el pretexto del feminismo, problematizando la heterosexualidad. Muy representativo de esta tendencia podría ser mismamente esta columna de opinión en El País que indica como raíz de los feminicidios la propia heterosexualidad. Esa literatura feminista contra la heterosexualidad, claro está, ha existido y ha estado disponible desde hace multitud de décadas, lo que es más difícil de medir es el impacto de esos textos en la elección sexual de las mujeres de hoy.
¿Y si no fuera el feminismo?
También podríamos estar ante un equívoco de base. Ya en los años 80 el conocido como Informe Kinsey indicaba que las mujeres tendían a registrar un deseo más fluido que los hombres, que estaban más abiertas a reconocer en diferentes grados su deseo hacia las mujeres. Algunos psicólogos han señalado cómo la forma de configurar las opciones de sexualidad en los tests también influye en los resultados, esto es, que si en vez de tres opciones (gay, hetero y bi) das seis o siete opciones, las mujeres de las últimas décadas tienden a reportar mayores grados de atracción y/o comportamientos sexuales hacia otras mujeres.
Como decíamos, al contrario de lo que piensan los académicos de Binghamton, para la mayoría de la academia lo que está ocurriendo no es que la sexualidad fluida se esté volviendo más popular, sino más aceptada.
Es difícil no recordar otro de los famosos fenómenos sexuales más difundidos por los medios en los tiempos recientes, los hombres que tienen sexo con sus amigos “pero sin mariconadas”, el también conocido como “bud-sex” y que es más habitual entre hombres que entre mujeres. Es aquel sexo entre dos varones heterosexuales (es decir, que se habrían definido en la encuesta que encabeza este artículo como 100% heteros) que “va desde sencillos toqueteos hasta masturbaciones, sexo oral en incluso la penetración, sin que ello tenga que implicar homosexualidad o bisexualidad por parte de los participantes” y que, según algunos estudios, es una práctica bastante habitual entre hombres de entornos rurales desde hace tiempo. El peso patriarcal también podría estar haciendo mella ahí, en una posible barrera de reconocimiento de una sexualidad libre de los varones como no ocurre entre las mujeres.
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