Primero fue por el miedo al contagio, después por una cuestión de prudencia, más tarde por temor a parecerle invasivo al interlocutor y tal vez, en un futuro no muy lejano, por la pérdida de la costumbre. Estamos en lo que parece la larga y última fase de la pandemia y cada vez son más las voces que quieren que desechemos el viejo protocolo del saludo con dos besos.
Una propuesta con apoyos masivos. Te animo a que pongas “dos besos” en el buscador de Twitter. Desde marzo de 2020 es habitual leer comentarios de decenas de mujeres que, respaldadas por los likes y retuits de muchos otros, están de acuerdo en que el emperador está desnudo. La práctica impuesta por la sociedad de que las mujeres saluden a hombres y otras mujeres con dos besos, frente al estrechón de manos o el abrazo masculino, era impopular. ¿Por sexista? ¿Por ser poco profesional? Por el motivo que sea, pero odiosa en cualquier caso. Esta encuesta tuitera con 10.000 votos apunta a que sólo un porcentaje muy pequeño querría mantenerla, e incluso recaba más apoyos la idea de que sean ellos los que dejen de abrazarse y empiecen a darle al “muac-muac”.
Si hacemos piña, lo conseguiremos. El coronavirus consiguió hacer posible lo imposible, como el teletrabajo, pero de la misma manera, y como también estamos viendo con la reincorporación a la oficina, aquello que se demostró como preferido por la mayoría puede darse de bruces con las decisiones de los de arriba. El Mundo Today tituló un artículo con lo siguiente: “Los españoles piden un «gran pacto de Estado» para no volver a dar dos besos como saludo”, y decían con broma que es necesario “un gran consenso social, institucional y de partidos para que esto salga adelante”. Estamos en el momento preciso en que los antibesos deben hacerse fuertes y no ceder posiciones ni mejillas.
Razones comunicativas. El saludo es una herramienta necesaria de socialización. Somos animales que necesitan de la cooperación con los demás, así que los saludos, en todas las culturas, implican un acercamiento y un levantamiento de las barreras personales. Cuenta la leyenda que el estrechón de manos empezó como un gesto de paz: demostraba que no se sostenía un arma y al mover las manos arriba y abajo se aseguraba uno de que el otro no llevaba nada escondido en la manga.
En Roma el osculum era el beso en la mejilla, típico entre amigos y señal de fidelidad y para sellar acuerdos. Esta práctica ha vivido multitud de eventualidades (higiénicas, amorosas) y nadie sabe a ciencia cierta cuál de todos los significados es el que ha terminado llegando a nuestros tiempos, pero lo cierto es que esta invasión de la intimidad no se da en nuestro día entre todas las personas por igual. Es un mero demarcador de las diferencias de género, y algunas mujeres no se sienten cómodas con acercar el rostro a un desconocido, que podría ser el amor de tu vida o un asesino en serie.
“Dale dos besitos”. En parte por vivir en un mundo globalizado donde se va imponiendo el frío puritanismo a la calidez mediterránea, en parte por un replanteamiento de la psicología infantil, el caso es que desde hace años los medios sobre la educación de los niños critican esa vieja práctica de forzar a los pequeños a que den dos besos a gente que no conocen. Hay quien dice que esto puede conducirles a no entender cuáles son los límites del consentimiento en el contacto físico con otros adultos, pero sobre todo lo que se cuenta es que la mayoría de ellos se sienten incómodos al tener que acercarse tanto a los extraños. Hay otras maneras de mostrar educación y cariño, argumentan. Tal vez las futuras generaciones sean la esperanza de los insumisos de hoy.
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