Bohemian Rhapsody ha estado en producción ocho años desde que se anunció hasta su estreno un nada casual 31 de octubre -fue ese día de 1975 cuando se publicó el single que da título a la película-. Una demora así no suele ser un buen augurio, y menos si ha habido varios cambios de directores y de actores protagonistas durante el proceso.
La temprana muerte de Freddie Mercury, excéntrico y carismático, le elevó a la categoría de mito. Bohemian Rhapsody tuvo un repunte de fama tras su fallecimiento en 1991 y algunas estrofas (Too late, my time has come / If I'm not back again this time tomorrow carry on) adquirieron una nueva dimensión. Empezó a escribirse y rodarse sobre Mercury, y casi tres décadas después el fan promedio de Queen ya sabe demasiado sobre su figura como para encontrarse con una película como Bohemian Rhapsody, que ha confirmado los temores de los que hablábamos.
A Freddie no le preocupaba lo que dijeran los demás, a Bohemian Rhapsody sí
Bohemian Rhapsody no trata sobre Queen ni sobre su música, trata sobre Freddie Mercury con las canciones del grupo como hilo conductor. Lamentablemente, no encontraremos nada en ella que no sepamos ya gracias a todo lo publicado sobre la vida del artista. Al revés: encontramos una versión edulcorada, políticamente correcta y friendly de Farrokh Bulsara. Una película más preocupada por el qué dirán que por reflejar fielmente la vida del cantante. Paradójicamente, si algo caracterizó a Mercury fue que jamás obró preocupado por la visión que tuvieran los demás sobre él. La autenticidad de Freddie no se replica en esta cinta.
El fan de Queen se habrá dado cuenta de que las fechas no cuadran: el Live Aid fue en 1985 y para entonces ya tuvo lugar el diagnóstico de SIDA, pero en la vida real eso no ocurrió hasta 1987. La película ha manipulado la cronología, algo que podría ser aceptable por exigencias del guión. El problema es otro: la película empieza como termina, en Wembley. Las escenas de Mercury con el SIDA se reducen a un pañuelo con gotas de sangre, una levísima conversación con el médico y una algo sobreactuada charla con el resto del grupo.
La vida de Mercury no se entiende sin esa etapa final marcada por la enfermedad, algo que a su vez marcó su proceso creativo y sublimó con la creación de Show Must Go On, una canción que ni siquiera aparece durante la película, solo suena en tercer lugar durante los créditos sin contexto que acompañe. La sensación que queda es que esta etapa se omite más por miedo que por respeto. Miedo a escenas duras, a estropear la sonrisa del espectador, a herir sensibilidades, a que los heterosexuales se puedan incomodar, a perder el PG-13.
Los últimos años de Freddie fueron los de una debilitación progresiva que no se ha querido mostrar: tras el Live Aid, fotos en Ken Burns y texto en pantalla para explicar el desenlace. Poco antes de morir, Freddie grabó su último videoclip, These Are the Days of Our Lives. En él aparece completamente demacrado y sus últimas palabras fueron un I Love You que póstumamente sonaron a la mejor despedida posible. Por supuesto, nada de esto aparece en la película, que cada vez parece más destinada a ser aprobada incluso por Ned Flanders.
El error de atribuirle una sexualidad binaria
Las mismas razones que conducen a cómo se trata la sexualidad de Freddie durante media cinta. Se empieza remarcando la heterosexualidad de la etapa con Austin -el Love of my Life suena machaconamente- hasta que deriva la conversación entre ambos:
- Creo que soy bisexual.
- No, tú eres gay.
Y ya está. Y ahí se queda. Y el resto de la película es Mercury gay. Los propios miembros de la banda han dicho en varias ocasiones que definir la sexualidad de Mercury como algo binario es un error, sin embargo así queda escrito en Bohemian Rhapsody. La sexualidad de Freddie ha sido definida como "compleja", o como "fluida", nunca como binaria. Esta parte esencial para entender su figura no se profundiza, igual que no se profundiza en casi nada: de todo salimos con un barniz más o menos acertado, pero no entendiendo de verdad qué pasaba por la mente de Bulsara.
Las raíces parsis de Farrokh tampoco son presentadas como algo decisivo en la construcción del carácter de Mercury, ni en el refugio que le supuso durante el apogeo de su fama, algo que fue contado por su madre: cuando era un dios de la música del que algunos querían aprovecharse y muchos le aclamaban, acostumbraba a pedirle a su madre que le hiciese galletas. Una forma de recuperar su normalidad.
Únicamente se presenta a sus padres como indios que emigraron primero a Zanzíbar y luego a Londres. Ni se remarca lo peculiar del origen asiático en un líder de la música que triunfaba en Reino Unido y Estados Unidos en una época en la que no había espacio para asiáticos. Y como no aparece su muerte, tampoco se aprecia que dos sacerdotes parsis oficiaron el funeral por deseo del fallecido.
Freddie Mercury tuvo una vida marcada por hacer apuestas fuertes y decisivas, sin medias tintas y sin ningún esfuerzo en quedar bien con todo el mundo: apostar por una ópera de seis minutos en lugar de una canción rock de tres o cambiar de discográfica por no aceptar que el tema de Brian May debía ser el single en lugar de su obra maestra son solo dos ejemplos. Bohemian Rhapsody peca justo de lo opuesto: su obsesión por no desagradar a nadie le ha conducido a decisiones que han derivado en un biopic de manual, con un guión olvidable, solo salvado por la actuación magistral de Rami Malek, que puede ir pensando donde colocar el Oscar, y unos últimos veinte minutos en los que nos sumergimos en un Live Aid redentor. Esta cinta no ha querido asumir riesgos, y estas son las consecuencias.
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