A principios de la pasada década, un mensaje comenzó a proliferar en los estadios de Italia: "Odio eterno al fútbol moderno". Avistada en los partidos del Brescia y de la Salernitana, la pancarta condensaba una nostalgia por los tiempos pretéritos de transistor, césped desconchado y equipos de barrio. Por el fútbol perdido. Desde entonces se ha convertido en el mantra de quienes denuncian una perversión económica del espectáculo, una que ha convertido a los partidos algo predecible.
¿Pero hay algo de realidad en tan amarga queja?
Ciencia. Resulta que sí. Un estudio elaborado por Victor Martins Maimone y Taha Yasseri trató de acotar desde el método científico la calidad del espectáculo durante la última década. Veredicto: ha ido a peor. Los investigadores se valieron de un modelo predictivo que asignaba una probabilidad determinada a que un resultado (victoria o derrota) se dé entre dos equipos, ya sea en el estadio del uno o del otro. Los partidos son hoy más fáciles de predecir, en gran medida por la desigualdad económica que separa a los clubes poderosos de los humildes.
Los porqués. Los autores construyeron su modelo a partir de los resultados de 87.816 partidos (236.323 goles) en once ligas europeas entre 1993 y 2019, incorporando los dividendos ofrecidos por las casas de apuestas en función del enfrentamiento. Año a año, resulta más sencillo saber si el Liverpool va a ganar en casa del Sheffield o viceversa. La desigualdad juega un rol crucial. El fútbol se ha "gentrificado", en un círculo vicioso que refuerza a los mejores equipos cuanto más ganan, abriéndoles las puertas de un mercado de jugadores cada vez más amplio.
El estudio aplica incluso el coeficiente Gini a las diversas ligas europeas, hallando una "alta correlación" entre las competiciones más predecibles y las más desiguales.
El algodón. Una prueba resulta ilustrativa: jugar en casa significa cada vez menos. Antaño, los clubes humildes se valían del "factor cancha" para imprimir presión en los equipos más poderosos. En Inglaterra, históricamente, la mayor parte de puntos se obtenían en casa (hasta el 60% en las primeras décadas del siglo), un porcentaje que anda en caída libre durante los últimos años. Pese a que sigue existiendo (los equipos rinden mejor en casa por defecto), los visitantes, en especial los más ricos, tienen menos dificultades lejos de su estadio.
Peros. ¿Se debe a la desigualdad? Sí y no. Hay otros factores. Hoy los tiempos de viaje son más cortos gracias las mejores infraestructuras. Las estancias también son más sencillas (mejores hoteles), así como el terreno de juego (todos los estadios cuentan con buen césped, las aficiones tienen mayor poder adquisitivo y son menos hostiles, hay menos trucos, etc.). Incluso los traslados más numerosos de la afición visitante pueden ayudar (otros estudios apuntan a una mayor presión, y mejor rendimiento de los jugadores, cuando su afición está observando).
En suma, hay una mayor profesionalidad del deporte, de las tácticas y de la preparación, lo que favorece marginalmente a los clubes con más recursos.
Dinero. Con todo, el estudio afirma un sesgo que una gran parte de los aficionados al fútbol llevan rumiando dos décadas: el dinero ha corrompido el espectáculo. Una exclusiva élite de clubes (muchos de ellos, como el Manchester City, el PSG o el Chelsea, elevados a los altares por obra y gracia de un multimillonario) ha abierto una brecha entre los equipos más pudientes y los menos. El runrún de una "Súperliga Europea" o la extraordinaria inflación en el mercado apuntalan la tendencia.
Hay más desigualdad. La cuestión es, ¿se ha resentido de verdad la calidad de los partidos? Sigue siendo una cuestión muy subjetiva, anclada en la memoria de cada aficionado, en el estilo de una época y en la cultura de la nostalgia. Pero la ciencia parece corroborarlo (al menos en parte).
Imagen: AP
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