Durante las últimas décadas China ha vivido el mayor éxodo rural de la historia humana. Millones de personas se han trasladado del campo a la ciudad, generando en el camino un reto urbanístico para las autoridades. Las ciudades chinas, tan grandes como ignotas para el público occidental, son un mosaico infinito de bloques de pisos idénticos. De tanto en cuanto, sin embargo, los promotores y constructores chinos se deleitaron en pequeñas frivolidades. Nacieron así las "ciudades réplica", reproducciones en miniatura de París o los pueblos de la campiña inglesa.
Había en aquellos proyectos algo de fascinación exótica por Europa. Tianducheng, "La ciudad del cielo", el París duplicado a las afueras de Hangzhou, no era un mero punto de atracción para el ocasional turista que se dejara caer por allí. Era un proyecto habitacional real capaz de alojar a unos 10.000 residentes. Como tantos otras ideas un tanto extravagantes en materia urbanística, fracasó. Las mieles de un París duplicado no parecieron convencer a casi nadie, albergando a poco más de 3.000 habitantes en 2017, diez años después de su inauguración.
Copias similares se dan en otras urbes chinas, si bien ninguna alcanza la magnificiencia deseada de Tianducheng. China ha construido pequeñas villas holandesas, pueblitos bávaros y alpinos, ciudades medianas escandinavas y su ocasional Florencia. Aquí hablan un poco de cada uno de ellas. En este listado llama la atención una ausencia: España. A ningún constructor se le ocurrió calcar las líneas perpendiculares del ensanche barcelonés; la belleza de la Alhambra; o las líneas erráticas y angostas del casco histórico de Toledo. Una pena.
Menos mal que nos quedan los hoteles.
Bienvenidos a The Intercontinental Shenzhen, el sentido homenaje de China a España que todos esperábamos y que, efectivamente, cumple con todas nuestras expectativas. Como su propio nombre indica, se encuentra en Shenzhen, y ofrece a todos sus clientes el pack completo de la españolidad (o al menos de lo que el público internacional entiende como "españolidad"). ¿Quién no querría pasar una semanita de vacaciones en China entre toros de Osborne, camareros vestidos de torero, temática flamenca y un galeón gigante aposentado a la orilla de la piscina? The Intercontinental Shenzhen ofrece todo eso y un poquito más.
Su descripción no engaña: "Fusionando una elegancia inspirada en lo español con un diseño moderno y tradiciones locales largamente reverenciadas, el hotel ofrece un amplio rango de espacios de recreo, restauración y reunión, cubriendo las necesidades de ocio, negocios y conferencias de los visitantes". Tampoco su recibimiento en el hall principal: los recepcionistas visten un estricto negro adornado con ribetes rojos (luto católico, carmesí pasión) y atienden a los huéspedes frente a un enorme plafón también rojo con el toro de Osborne en bajorrelieve.
No queda ahí la cosa. A un restaurante de temática española (temed, valencianos) suma otros tantos de carácter internacional y a una decoración exterior (es un hotel-resort) donde lo más destacado es la decoración de motivos marítimos. Junto a la piscina principal hay instalado un galeón de dimensiones escuetas que funciona como attrezzo; elevando la vista sobre el complejo hotelero, sin embargo, descubrimos al Gran Galeón, el motivo más visible de su skyline, un barco gigantesco que se eleva sobre los edificios y sobre el mar de palmeras que adorna el exterior.
Dicho barco, imaginamos que muy español a ojos chinos en el contexto de la exploración oceánica y la conquista de América, funciona como punto de referencia para todo el hotel. Las habitaciones más afortunadas tienen vistas a su popa. Estas, a su vez, tienen un dubitativo carácter español. Aquí y allá se reparten esculturas cerámicas de toros y un dominio insistente del rojo como elemento decorativo. Cuestionados por "qué es España", los diseñadores de The Intercontinental Shenzhen responderían sin lugar a dudas: "Un toro gigantesco de color rojo". A ser posible navegando por la meseta a bordo de un barco del siglo XVI.
Otros aspectos que evocan la españolidad más pura y sin cortar: ciertas formas arabescas y andalusíes en la forma de los pórticos y de las puertas de entrada al hotel; y esta imagen tan característica de una de las trabajadoras del hotel tomando una copa de vino en la terraza y vestida con un traje extremadamente rojo de aires flamencos (e insistimos en el aire: aquí otra fotografía de un botones vestido como algo supuestamente andaluz, subrayando el supuestamente).
De forma similar al parque de atracciones de Japón también inspirado en España, en el hotel español de Shenzhen se mezcla una interpretación folclórica de la cultura española, los peores (y mejores) estereotipos, cierta mezcla abigarrada con elementos de diseño modernos y, ante todo, la sensación de que nadie se ha molestado demasiado en reflexionar sobre el tema: España. En su lugar, han recogido las ideas más manidas y comunes sobre sus atributos estéticos y culturales y los han plasmado de la forma más perezosa y hortera posible. Maravilloso, por tanto.
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