Gales, Valonia, Cornualles y Valaquia tienen todas el mismo nombre: la asombrosa historia de *walhaz

Los siglos posteriores a la caída del Imperio Romano se cuentan entre los más oscuros y desconocidos de la historia de Europa. La desaparición del gobierno de Roma privó a los historiadores del futuro de fuentes precisas sobre los que reconstruir los hechos de tan convulsa época. A la decadencia y definitiva desaparición del Imperio le siguieron reyes y reinos dispares, en ocasiones efímeros y extremadamente volubles. Sólo un puñado de ellos lograron configurarse en estados reconocibles, centenares de años después. Son los años oscuros de la historiografía, un rincón opaco del pasado.

Por ello, la temprana Edad Media es fuente de toda suerte de teorías, suposiciones y, ante todo, historias fabulosas. Sabemos poco, pero sabemos algo crucial: el fin de las estructuras imperiales abrió el camino para que multitud de grupos antaño bárbaros, la mayor parte de ellos proto-germánicos, se adentraran en los confines de Roma y crearan sus particulares reinos y gobiernos. Aquellas invasiones, revestidas de tremenda complejidad por la naturaleza policultural y multiétnica de las tribus proto-germánicas, motivó transformaciones de hondo calado en Europa. Cambios que moldearían al continente para siempre.

Incluyendo su lengua. La existencia del inglés, una lengua de raíz germánica hoy repleta de préstamos francófonos, nórdicos y celtas, sólo es comprensible desde el prismas de las invasiones anglosajonas de las islas británicas. La presencia del flamenco y del neerlandés en provincias antaño controladas por  Roma responde directamente a la ocupación paulatina de tribus proto-germánicas de las limes exteriores del imperio. El sinfín de préstamos germánicos en el español se remonta a la palpable presencia visigoda en la península durante casi trescientos años, un vestigio de aquel explosivo proceso político, militar y demográfico.

Por aquel entonces, tanto los habitantes periféricos del imperio como las tribus externas germánicas habían acumulado siglos de convivencia. Cuando las segundas colonizaron el territorio de las primeras se encontraron ciudadanos étnica y culturalmente mixtos, poblaciones cuyos rasgos definitorios cabalgaban entre la cosmovisión helénica impresa a fuego por el dominio romano y los rasgos culturales previos a la conquista, y jamás erradicados del todo. El Imperio era una realidad compleja, donde un ciudadano de las islas británicas no era ni plenamente romano ni plenamente británico, sino romano-británico.

Un nombre para llamarlos a todos

No cuesta imaginar la posición de las tribus proto-germánicas, extremadamente complejas a su vez, en todo este proceso. ¿Cómo bautizar a aquel vasto conjunto de personas cuyos rasgos definitorios, tan diferentes, sólo podían ser resumidos por una vaga conexión a los dominios del Imperio Romano? ¿Cómo diferenciar a las élites locales romanizadas frente a las figuras burocráticas y ministeriales enviadas desde Roma? De lo complejo a lo simple. Aquellas poblaciones germánicas optaron por utilizar una palabra inequívoca para llamarlos a todos. Un nombre que aún hoy es visible en medio continente: *walhaz.

El asterisco previo es un marcador habitual en lingüística: hace referencia a la reconstrucción inferida de la palabra, ante la ausencia de fuentes escritas que la atestigüen.

Julio César escenificando la derrota de los galos, frente a Vercingetorix. (Lionel Royer, 1899)

El paso de los siglos convirtió a *walhaz y a sus múltiples variantes en una palabra omnipresente en el vocabulario proto-germánico, siempre dedicada a sus vecinos romanizados, pero en su origen su marco referencial era más escueto. La teoría más extendida identifica su génesis en la tribu celta que los romanos llamaban Volcae (glosada por Julio César en sus numerosos escritos), y que en idioma celta probablemente tenía una forma más aproximada a Uolcae (similar al galés "gwalch"). Aquel "Volcae" fue adoptado por los proto-germánicos cambiando la fonética inicial a "walh-". Los "walhōz", plural de "walhaz", serían los miembros de la tribu que Roma conocía como Volcae.

La cuestión es que antes de la extensión total del Imperio Romano por la Galia y por el norte del continente europeo, los volcae habitaban amplios lotes de terreno en la actual Francia, la Península Ibérica y los Balcanes. Sus territorios lindaban con aquellos controlados por las tribus proto-germánicas, por lo que "walhaz", en su origen, designaba simplemente a sus vecinos. Unos vecinos celtas, que serían conquistados y romanizados por el propio Julio César durante su toma de la Galia. El paso de los siglos hizo el resto: "walhaz" no determinaría únicamente a los originarios volcae, sino también a otras tribus celtas, y muy en especial a todo grupo humano romanizado que lindara con las posesiones germánicas.

Así, cuando los invasores anglosajones llegaron a las islas británicas y se toparon con la peculiar mezcolanza de bretones, celtas romanizados y pictos, optaron por el comodín que ya conocían para designarlos a todos juntos: "walhaz". Y lo mismo sucedió en el resto de la periferia del antiguo Imperio Romano. Al sur de los Alpes y al oeste del Rin, todos los grupos quedarían adscritos a un mismo nombre, uno que aunaría sus identidades diversas y complejas bajo el paragüas de la romanización. La diversidad lingüística de los grupos germánicos permitiría miles de variantes, y la creación de infinidad de topónimos en toda Europa.

Tribus celtas (en azul) y tribus germanas (en amarillo) a la altura del siglo I AC. (History Files)

La expansión de las poblaciones bárbaras y el ocaso definitivo de Roma harían el resto. Durante los siglos subsiguientes, los idiomas proto-germánicos y sus hablantes se asentarían en puntos diversos de la geografía europea. En algunos casos, como en el corazón de la actual Alemania, en Países Bajos, en Reino Unido o en parte de Bélgica, sus lenguas lograrían asentarse. En otros, como la Península Ibérica, Francia o Arlés, pese a la existencia de reinos germánicos (visigodos, francos, burgundios), sus dialectos perecerían, incapaces de competir con las incipientes lenguas romances. "Walhaz", sin embargo, perduraría, y llegaría a nuestros días designando a numerosas entidades políticas y geográficas.

Los hijos de *walhaz en Europa

¿Dónde encontrar su rastro? El ejemplo más conocido y evidente es Gales, también conocido como "País de Gales" en español y portugués. Es un detalle importante. Gales es un exónimo, una denominación empleada por hablantes ajenos a la comunidad lingüística que habita un lugar concreto, y deriva originariamente del inglés antiguo "wēalas", plural de "wealh" y descendiente directo de "walhaz". La evolución posterior del inglés (uno de los idiomas más singulares del continente europeo, por su enorme transformación desde su génesis hasta su forma actual) conduciría a la palabra "Wales", de la que el español (y el resto de idiomas europeos) toma su forma actual, "Gales".

O "País de Gales", que viene a significar lo que en su día los proto-germánicos bautizaron: celtas, romanizados y, en definitiva, "extranjeros". No puede sorprender pues que los propios galeses, los británicos originarios que los romanos encontraron cuando conquistaron Gran Bretaña, se refieran a sí mismos de un modo distinto: "Cymry", que traducido aproximadamente del galés (lengua celta britónica, distinta a la hablada por los celtas goidélicos de Irlanda que colonizarían el norte de Escocia tras el fin del Imperio Romano) significaría "compañero" o "compatriota". Y de ahí, la tierra de los nuestros: Cymru.

Una contraposición muy significativa, hoy preñada de reminiscencias nacionalistas.

No todas las regiones bautizadas por "walhaz" son exónimos. Algunas han adoptado su derivado de la palabra proto-germánica con total naturalidad. El caso más evidente es el de Valonia, "Wallonie" en francés, una de las tres entidades federales que componen Bélgica y la única cuya lengua proviene del latín. "Wallonie" proviene de "waalsch", empleado en el holandés de la Edad Media, que a su vez deriva de "walsk", variacón directa de *walhiskaz... O *walhaz. Hoy "waals" se sigue empleado en Países Bajos y Flandes como la denominación del idioma romance hablado por la mayoría de habitantes de Valonia, el "valón".

No lo llames Gales, llámalo Cymru. (National Assembly for Wales)

Significativamente, el término se popularizó a mediados del siglo XV, cuando las posesiones borgoñesas en los Países Bajos alcanzaron sus cotas más elevadas de poder político y económico. Los "waalsch", los valones, eran los habitantes francófonos de aquel conjunto de territorios confederados que, durante un breve periodo de tiempo en la historia de Europa, lograron ejercer un contrapeso a los poderes históricos del Reino de Francia y del Sacro Imperio Romano (a la sazón germánico). El término arraigaría, y los propios valones lo harían suyo. Hoy Valonia funciona no sólo como denominación exónima, sino como región y gentilicio oficial.

Lo mismo se puede decir para Valaquia, otra región histórica cuya raíz, por extraño que parezca, se remonta de "walhaz". Extraño por un motivo simple: se encuentra en la otra punta de Europa. Valaquia fue durante cinco siglos un principado que funcionó ora como vasallo del Imperio Otomano ora como protectorado del Imperio Ruso, al norte de los Cárpatos, en las interminables guerras entre ambas potencias que asolaron los Balcanes durante medio milenio. Hoy sus territorios, habitados desde tiempos inmemoriales por rumano-parlantes, forman parte de Rumanía, y están rodeados cultural y políticamente por naciones eslavas. Ni rastro de pueblos germánicos por aquí.

¿A qué deben su nombre, pues? En su origen, la extensión de los pueblos proto-germánicos y posteriormente germánicos (fundamentalmente alemanes) llegaría también a las tierras del este continental, habitadas desde siglos atrás por las tribus eslavas. Durante la Alta Edad Media millones de colonos germánicos se trasladarían a las tierras hoy de Hungría, Polonia, los países Bálticos y Rumanía, un proceso conocido en la historiografía y la cultura alemana como "ostsiedlung" y que tendría una importancia capital en el desarrollo del Este de Europa. Aquellos alemanes, a su paso por allí, se toparían con poblaciones romances, fruto del dominio de Roma en las provincias de Dacia y Moesia.

El parlamento de Valonia bajo la ciudadela de Namur, su capital. (Commons)

¿Solución? La misma que la empleada al otro lado de Europa. Los habitantes de aquellas tierras pasarían a llamarse "walhs", y la denominación cuajaría entre sus vecinos griegos y eslavos. Los griegos introducirían el término "vláhi", los pueblos eslavos "vlah" y los húngaros, a su llegada siglos más tarde, "oláh". Las evoluciones fonéticas posteriores forjarían el término con el que se conocería a los hablantes del actual rumano (y moldavo) durante siglos: "vlachs", "wallachians" o, en español, "valacos". Y de ahí la tierra que habitaban: "Wallachia" en inglés o "Valaquia" en español (otro exónimo: los locales autodenominan su tierra como Țara Românească).

Cornualles y apellidos familiares

El último ejemplo a gran escala es Cornualles, y su evolución es muy similar a la de Gales. No hay casualidad, como es evidente. Las poblaciones británicas previas a la llegada del Imperio Romano quedaron constreñidas a la costa occidental de Gran Bretaña cuando las tribus anglosajonas emigraron en masa hacia el archipiélago. Presionadas por el norte por pictos y gaélicos, y por el este por sajones y anglos, su ámbito de influencia se reduciría al actual Gales y a Cornualles, una península poco accesible donde una lengua celta británica, el córnico, perviviría hasta mediados del siglo XIX (hoy está extinta, aunque revitalizada).

Es decir, eran "extranjeros" a ojos de los proto-germánicos, del mismo modo que lo eran los galeses. Su única particularidad era su distintiva geografía. Cornualles ("Cornwall") surgiría así de dos palabras distintas: "corn-", de los "cornovii", la tribu que habitaba estos lares y que fue bautizada así por los romanos (y que podría derivar de "kernou", del celta "cuerno", quizá por la forma de la península); y "wall", derivado del ya conocido "wealh". Los anglosajones les distinguirían así de los galeses por la singular forma de su patria. Cornualles es otro exónimo: en córnico, la tierra se conoce como "Kernow", cuyo origen semántico es similar.

Guillermo, también conocido como "el que no es de aquí, sino de otro lado, concretamente de una tribu celta-británica romanizada, o al menos eso creemos".

Son cuatro ejemplos, acaso los más conocidos, pero no los únicos. Ciudades como Walsden o Wallasey, en el norte de Inglaterra, región históricamente habitada por celtas británicos, beben de la misma raíz; Walensee, Welschenrohr y Walenstadt, en el sur de Suiza, también, probablemente por la presencia histórica de hablantes de retorromanche o rético, una extrañísima y residual lengua romance aún parlada en los confines de los Alpes. Durante siglos, los hablantes de alemán se refirieron a los romances como "welsch" o "walsch", aunque la denominación hoy sólo sobrevive en Suiza y en referencia a la Romandía (Suiza francófona).

*Walhaz ha logrado instalarse incluso en idiomas que no derivan del proto-germánico. En polaco, el nombre de Italia, región a la que ineludiblemente las tribus bárbaras harían referencia, es "włochy"; en húngaro, "olasz" también se refiere a los italianos. La palabra también ha servido para denominar a ramas familiares enteras: De Waal en holandés; Wallace en inglés (William Wallace, héroe escocés donde los haya, era probablemente un celta británico del Clyde, cumbrio, cuyo apellido quizá proviniera del inglés antiguo "wylisc", derivado de "welsh"); Walscheid en alemán; o  Wołoszczak en polaco, entre otros muchos.

En fin, el listado es interminable, y fascinante. Una sola palabra, tan concreta, terminaría evolucionando en miles de variantes capaces de bautizar a territorios enteros que hoy, a nuestros ojos, poseen nombres distintos. Es la epopeya de *walhaz.

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