La generación Z, en su absoluta ignorancia, quiere cancelarle a los millennials el uso de los skinny jeans

El verano pasado Vogue volvió a probar una de las suyas: “los pantalones de tiro bajo son la tendencia que está a punto de volver este año”, decían. Durante dos días las redes no pudieron ser más claras, con cientos, decenas de miles de mujeres entonando un grito al unísono: nos tendréis que quitar los pantalones de tiro alto de nuestras manos ensangrentadas.

Si hoy se escribiese una Pepa, las Cortes declararían que todo individuo tiene derecho a al menos dos vaqueros pitillos al año. Con su poquito de elasticidad, con ese tiro con el que colocar tu tripa cómodamente. Por una Moda Básica Universal.

El Eje del Mal anti-skinny: los chavales están firmando un pacto con el diablo

Las luchas generacionales son un clásico de las redes sociales, y más en una con un público tan abrumadoramente joven como es TikTok. La generación Z ya lleva tiempo mirando con burla a los millennials. Se ríen de nuestro uso de los emojis, se parten de risa con nuestra forma de hacernos fotos “estilo Fotolog”. Somos unos viejos, de acuerdo, lo hemos entendido, puede que incluso haya algo de cierto en sus palabras. Lo aceptamos con diligencia sosegada.

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Pero con el trend de esta semana han cometido el típico atropello propio de la feliz ignorancia de la juventud, una línea que seguramente se acaben arrepintiendo de haber traspasado. Se han reído de que llevemos pitillos. “No habéis abandonado la fase skinny jeans”, nos dicen los mismos que entre sus filas cuentan con gente que hace retos de masticar cápsulas del lavavajillas.

Y es que tienen razón, si nos fijamos en las calles o en el transporte público las nuevas generaciones se han lanzado de lleno a los pantalones cargo, ese estilo piratilla con bolsillos laterales. También gastan corte palazzo, más formal, de tela amplia y caída hasta los pies. Muchos optan por el pantalón de chándal, por supuesto, tan querido por los amantes de la música urbana. Incluso han normalizado los pantalones de campana, algo que nuestros ojos nunca creyeron que pudiese ocurrir de nuevo, pero con un twist aún más retorcido e incluso ultrajante: el pantalón de campana tobillero.

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Posiblemente sin saberlo se han convertido en el mejor aliado del capitalismo. Las revistas de tendencias, necesitadas de generar nuevas conversaciones y contenidos, llevan años, años, años, años y años anunciando la muerte del pitillo y el elástico. En 2015 ya se veía venir, 2016 iba a ser el claro punto de inflexión, en 2018 la persona que se preciase de tener un mínimo gusto ya habría mandado al ostracismo a esta prenda… Casi siempre ofreciendo alternativas tan incómodas como las que hemos descrito.

Los de la moda tienen un pacto firmado con las cadenas de ropa, que también desearían acabar con estos vaqueros. Se arrepienten hoy de haber introducido en su lineales un tipo de pantalón que no sólo queda bien con casi cualquier cosa, sino que por eso mismo el individuo apenas necesita tener cuatro o cinco de ellos para completar cualquier tipo de look. Tienen menos rotación en nuestros armarios. Según las estadísticas de industria, los jeans ajustados constituyen a día de hoy el 54% de los surtidos de pantalones de las tiendas, y los estilos nuevos que van proponiendo cada temporada acaban perdiendo rapidísimamente cuota de mercado, habiendo resistido apenas un poco mejor el pantalón “boyfriend” (curiosamente también una pieza comodísima y combinable), pero sin llegar de lejos a las cifras de su hermano mayor.

Ese skinny jean del que tanto se están riendo estos novatos es lo que ha hermanado a todo el resto de generaciones previas en un único frente de resistencia popular a la obsolescencia programada a la que nos avocan en decenas de otros ámbitos de consumo sin que hayamos podido vencerlos. Llevamos unos 15 años con ellos y no vamos a permitir que nos los arrebaten.

La jubilación millennial en el ser guay

Una parte de nosotros mismos, adultos, puede empatizar con su forma de pensar. Estos veinteañeros llevan viendo toda su vida cómo un único pantalón devora casi todas las posibilidades estéticas y se les impone a la fuerza. El pitillo lleva entre nosotros desde que a principios de los 2000 los emos quisieran acentuar su esbelta silueta y rápidamente todas las tribus urbanas, rockerillos y skaters sobre todo, entendieron que era El Corte. De los nichos de estas subculturas saltó al mainstream, pero siempre con ese halo de identificación con unos orígenes cool. Orígenes con los que la generación Z es incapaz de comprometerse emocionalmente porque el rock o el skate, como Franz Ferdinand o Foo Fighters, son hoy cosas de viejos. Dios, son tan jóvenes que puede que ni siquiera sepan que los millennials ya pasamos previamente por muchos de los errores en los que ellos están cayendo antes de encontrar a nuestro salvador.

Por eso estos vaqueros son el símbolo perfecto del final de una era. Todo lo que hay detrás de ese rugir de indignación que sentimos los de 27 a 40 años cuando nos piden que claudiquemos de un simple vaquero si queremos seguir subiéndonos a la última ola, de poder mantener el pulso de la brecha cultural.

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Pues ya está, si este es el precio a pagar, aceptamos ser un tiempo pasado. Como cuando tus abuelitos que te hablan de las bondades del zapato ergonómico, cambiaremos el valor de la moda por el de la comodidad y la tranquilidad mental de la costumbre de calzarte el mismo jean día tras día. Tampoco vamos a empezar a reírnos con el emoji de la calavera porque ahora sea lo que hay que hacer: abrazaremos nuestra carita llorona de risa o el aún más tradicional XD. Pagaremos el precio de no saber cómo expresarnos tampoco en el plano digital, empezaremos a observar a las juventudes en sus nuevas retóricas no con deseo de adhesión sino con distancia. Dejaremos que nos arrojen fotos de aguacates (fotos, vídeos, gifs, lo que sea que "haya" que usar) a la cara porque fabricaremos un internet boomer seguro para los códigos millennials. Ya está, ya ha llegado el momento de nuestra jubilación social. Mejor eso que una alternativa aún más espeluznante: creernos eternamente jóvenes.

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