Cuando viajas en un transatlántico hay dos cosas que están desaconsejadas, tanto de pensamiento como de acto. La primera, ponerse en la proa y hacer el ganso con lo de “soy el rey del mundo” (versión single) y/o poner a tu novia con los brazos en cruz mientras la agarras románticamente desde atrás (versión ñoña).
La segunda es pensar en el hundimiento del Titanic (quizá la primera te lleva la segunda, no lo niego, porque muchos se refocilaron con la muerte de Leonardo DiCaprio). Sin embargo, voy a hacer una pequeña confesión. Después de la muerte de DiCaprio se sucede una escena que me emocionó. Incluso alguna lágrima rodó por mi mejilla.
La escena de marras fue un plano de todas las fotografías que mostraban cómo la pareja de DiCaprio había exprimido la vida, había vivido a tope tal y como le había rogado DiCaprio antes de congelarse a 700 millas de Terranova: vive por los dos, le dijo. Y la chica lo hizo montando a caballo, viajando por medio mundo, probando cosas, alcanzando finisterres.
Obsesionado por cómo la muerte de tanta gente a bordo del barco más grande de su momento propulsó a una superviviente a vivir con más intensidad lo que le quedaba por delante, busqué conexiones con las muertes de los 1.517 pasajeros de aquel viaje icónico y las vidas de las personas que los amaban, así como de los supervivientes: 705 personas. Y de cómo el hundimiento del Titanic permitió el florecimiento de otras vidas, de otras gestas… y ahora que suene una fanfarria épica.
Peggy
Una de las historias más cinematográficas posiblemente sea la de Peggy, una niña de catorce años que se salvó del Titanic, aunque perdiera a su padre en las gélidas aguas del Atlántico Norte: Benjamin Guggenheim. A raíz de aquel hecho luctuoso, Peggy seguramente se convirtió en la más famosa mecenas del siglo XX, pues siempre estuvo buscando un nuevo padre, y creía encontrarlo cada vez que se enamoraba.
Ello la condujo a conocer a muchos hombres, con los que también se acostó obsesivamente, como Max Ernst, Beckett, Dalí, Miró, Pollock, Cocteau, Breton, Tennesse Williams, Giacometti, Rothko, Joyce… tal y como explica el historiador Gregorio Ugidos en su libro Chiripas de la historia:
Adquirió en Venecia el palacio incabado de Veinier dei Leoni, en donde instaló un museo que todavía alberga una de las mejores colecciones de arte del siglo XX. En 1976, tres años antes de su muerte, donó el edificio y la colección a su tío Salomon y a su fundación, que es dueña de todos los museos Guggenheim del mundo. Entrevisté en Paris a su nieto Sandro Rumney: me dijo que su abuela era otra víctima del Titanic, una mujer libre condenada a vivir en la jaula de la ausencia paterna.
San Valentín
San Valentín no es lo que es hoy en día, sobre todo a nivel popular, si Isidor Straus no hubiera muerto en el Titanic. Y es que Straus era propietario de los grandes almacenes Macy´s de Nueva York, el equivalente yanqui de El Corte Inglés, y gracias a su historia se creó la versión mercantilista de El Día de San Valentín para los grandes almacenes.
Junto a su mujer, Ida, protagonizó una de las escenas más conmovedoras de aquella noche, instaló a Ida en un bote, pero ella se bajó alejando: “Hemos vivido muchos años juntos y juntos moriremos”. Una de las aulas de la Universidad de Harvard lleva su nombre porque sus tres hijos donaron parte de la herencia a esa universidad. En el Upper West Side de Manhattan hay un memorial que evoca a la pareja.
La insumergible Molly
Gracias a la valentía mostrada en el naufragio, una de las supervivientes se apodó como la Insumergible Molly Brown. Tal reputación contribuyó decisivamente para presentarse al Congreso y ayudar al juez Lindsey a establecer el primer tribunal juvenil de Estados Unidos. Su reputación le permitió así promover los derechos de los trabajadores y de las mujeres.
Los perjudicados
Otros supervivientes del Titanic, sin embargo, corrieron peor suerte, porque así es el azar, y a veces los hechos negativos producen tantos efectos negativos y positivos como los efectos positivos, y entonces uno ya no sabe muy bien si es mejor plegarse a los avatares con cierto estoicismo o epicuireísmo.
Los casos negativos de supervivientes los ejemplifican los tripulantes que sintieron la culpa del desastre sobre sus hombros. Como Frederick Fleet, como primer vigía en el momento del accidente, que no avisó con suficiente antelación del iceberg (porque no había usado los prismáticos). Enviudó en 1964, se deprimió y se ahorcó.
Otro caso fue el del armador Bruce Ismay, que huyó del Titanic como un cobarde cuando aún había mujeres y niños a bordo, y así lo reflejaron los periódicos, condenando a Ismay al ostracismo: se encerró en su casa hasta el día de su muerte en 1937.
Fotos | Cordon Press | Wikipedia