Uno de los pocos aspectos elogiados tanto interna como externamente de la gestión de la epidemia de España ha sido el estudio de seroprevalencia. En abril, el ministro de Sanidad, Salvador Illa, anunció que los investigadores del Instituto de Salud Carlos III visitarían más de 30.000 hogares, en torno a 60.000 personas, para descubrir hasta qué punto se había extendido la epidemia. Se trataba de una herramienta destinada a arrojar luz sobre una de las grandes sombras de la crisis, los asintomáticos.
Tres oleadas después, el resultado es a un tiempo preocupante y esperanzador. Preocupante porque tan sólo el 5,2% de los españoles (aproximadamente) han desarrollado anticuerpos contra la enfermedad, con el agravante de que un 14% de los participantes que en algún momento del estudio dieron positivos ya no contaban con ellos. Esperanzador porque, en su tercera ola, la tasa de conversión, el número de personas que se habían contagiado post-confinamiento, era bajísimo (0,7%).
El coronavirus llegó muy lejos y a muchos millones de personas. Pero remitió. Aunque ahora las perspectivas vuelvan a ser inquietantes.
Más allá de este hecho, el trabajo ha analizado otras cuestiones paralelas a la epidemia. Una de ellas ha sido el uso de mascarilla en función del territorio. La obligatoriedad de su uso en toda circunstancia pública que impida mantener la distancia social entró en vigor el 21 de mayo, ya en plena desescalada y durante la segunda ronda elaborada por los investigadores del ISCIII. Gracias a ello, pudieron establecer una comparativa entre el porcentaje de participantes que la usaban a finales de aquel mes frente a finales de junio.
Pese a que debemos coger los resultados (PDF) con pinzas, dado que se basan en información autorreportada, es ilustrativa de la progresiva adopción del hábito por parte de los españoles. A mediados de mayo, casi un 20% de la población mayor de seis años no utilizaba jamás la mascarilla. A finales de mes, ya con la obligación vigente, el porcentaje se había reducido al 11%. Otro ejemplo de cómo la fuerza coercitiva, el poder del estado y la disciplina de la población española han operado en esta epidemia.
En la tercera ronda, el porcentaje había descendido ya al 8,4%. A cierre del estudio, la cifra de resistentes bajaba al 7,3%. Es probable que siga descendiendo en el futuro. Como vimos hace pocos días, el movimiento anti-mascarillas está perdiendo la batalla. Pese a que existían motivaciones psicológicas para oponerse a su uso, en España y en otros países, como Estados Unidos, Italia o Alemania, sus usuarios han crecido con el paso de las semanas. La oposición es poco a poco minoritaria.
Pero varía enormemente en función del territorio, al menos en España. Hay una nítida brecha entre el norte y el sur del país, aunque en esta ocasión, al contrario que en otros indicadores socioeconómicos, la peor parte se la llevan las provincias septentrionales. Son las más reticentes. Guipúzcoa es quizá el caso más sorprendente: a mediados de mayo un 47% confesaba no llevar mascarilla; la cifra se redujo al 39% a finales de aquel mes; para volver a subir a finales de junio al 45%.
El resto de provincias vascas no le van a la zaga. En Vizcaya el volumen de resistentes ha pasado del 36% en mayo al 23% en junio; y en Álava, del 46% al 20%. Otras provincias norteñas no llegan a porcentajes tan elevados, pero sí por encima del resto del país. Es el caso de Lugo (del 40% en mayo al 18% en junio), A Coruña (40% al 15%), Pontevedra (40% al 15%), Zamora (22% al 16%), Asturias (30% al 13%) o Navarra (36% al 16%).
El contraste con el sur y la costa mediterránea es nítido. Huesca, tan reticente como sus vecinas en mayo (25% no la llevaban), generalizó su uso ya en junio (8,8%). En Madrid, la capital, se ha pasado del 15% al 4%, similar evolución a la de Barcelona (del 12% al 5%). El resto de provincias por debajo del 5% están todas en el sur: Cáceres (un 3,9% hoy frente al 17% en mayo); Albacete (4,9% frente al 10%); Jaén (3,9% frente al 8,2%); Cádiz (4,5% frente al 14,8%); y Almería (4,3% frente al 12%).
Junto a Guipúzcoa, otro caso muy llamativo es el de Baleares: el 26% no la llevaba en mayo y el 22% seguía sin llevarla en junio. Son las dos excepciones a una norma ya general en todo el país. Cada vez más personas llevan mascarilla en público.
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