El escritor japonés Yukio Mishima lleva mucho tiempo siendo uno de los favoritos de la prensa internacional. En un número de 1966 de la revista Life ya le llamaban "el virtuoso de las letras en Japón" o "el Hemingway japonés". En la portada de la revista del New York Times de agosto de 1970 le apodaron "el hombre del renacimiento japonés". Este prolífico escritor también hizo sus pinitos como actor y director de cine, cantante, culturista y ávido practicante de artes marciales, de ahí que en la portada del New York Times apareciera de blanco con una chaqueta de kendo y un hakama empuñando una katana.
Poco menos de cuatro meses más tarde, había fallecido. Se había sometido al ritual _seppuku_, más conocido en Occidente como _hara-kiri_: desentrañamiento con un puñal seguido de decapitación con una espada a manos de una persona de confianza.
Medio siglo después, el dramático acto final de Yukio Mishima sigue siendo un rompecabezas y una obsesión. Tan desconcertante o inquietante como una nueva recopilación de fotos que ha sido publicada como "Yukio Mishima: La muerte de un hombre" y en japonés como "Otoko No Shi". Realizadas por Kishin Shinoyama, uno de los principales fotógrafos de Japón desde los años 60 y supervisadas por Mishima en los meses previos a su muerte, las fotos muestran a Mishima muriendo una y otra vez.
Estoy trabajando en un libro titulado Scripting Suicide in Modern Japan (Suicidios programados en el Japón moderno) en el que analizo docenas de escritores japoneses que, al igual que Mishima, plasmaron sus suicidios en su trabajo, desde un estudiante de 16 años que talló un poema filosófico de despedida, Pensamientos desde el precipicio, en un árbol en lo alto de una cascada antes de tirarse al vacío en 1903, al artista de manga de culto Yamada Hanako, quien misteriosamente esbozó en una de sus historietas su propio salto desde lo alto de un rascacielos de Tokio en 1992.
Sus actos hacen que nos preguntemos hasta qué punto una persona puede controlar su propia imagen, tanto en la vida como en la muerte. Hacen que recordemos que el legado de los muertos puede volver de forma inesperada, a veces incluso por propia decisión de quienes nos han dejado atrás. Sin embargo, ninguno ha sido más confuso que Mishima.
Un hombre del renacimiento. Y de derechas
Mishima alcanzó pronto la fama como escritor, publicando sus primeros relatos como un adolescente precoz en 1941 y catapultándose a la fama con la novela semi-autobiográfica de 1949 Confesiones de una máscara. Considerado como el principal contendiente para convertirse en el primer autor japonés en obtener el Premio Nobel de Literatura, fue derrotado en 1968 por su mentor, Yasunari Kawabata. Nunca se limitó a una sola disciplina, escribiendo también poesía, obras de teatro modernas Noh y Kabuki, ciencia ficción, pulp noir y volúmenes de crítica cultural.
Pero tampoco se contentó con limitarse al ámbito literario. En el transcurso de los años 60, se convirtió en un ávido defensor de la derecha que buscaba devolver el poder político al emperador y al ejército japonés. Tras la derrota del país en la Segunda Guerra Mundial, se lamentaba de que ambas instituciones hubieran perdido su poder por culpa de una constitución de posguerra impuesta por los Estados Unidos que reducía la figura del emperador a algo simbólico y prohibía a Japón el derecho a declarar la guerra.
El 25 de noviembre de 1970, tras meses de meticulosa planificación, Mishima y cuatro miembros de su autodeterminada milicia, la Sociedad del Escudo, intentaron un golpe de estado tomando un rehén en el cuartel general militar de Japón. Mishima pronunció un discurso entusiasta ante los jóvenes militantes pero no pudo ganarse su respeto o apoyo. Aparentemente, habiendo anticipado el fracaso de la acción, decidió quitarse la vida al modo _seppuku_. Su presunto amante, Masakatsu Morita, también miembro de la Sociedad del Escudo, seguiría su ejemplo.
Siempre con miedo a envejecer y a vivir pasado su mejor momento, se quitó la vida a los 45 años cuando estaba en su mejor momento físico y creativo. Posteriormente, Mishima volvería a aparecer en la revista Life. Sin embargo, esta vez se trataba de una foto de su cabeza decapitada al lado de la de Morita.
La decisión de suicidarse de esta manera ha dado pie a la especulación sobre sus motivos. Cual test de Rorschach, su acción permite todo tipo de interpretaciones que pueden adaptarse a la narrativa de cada uno y los motivos de este suicidio inexplicable siguen siendo un misterio. El _seppuku_ había sido durante mucho tiempo un derecho reservado a los guerreros samurái, pero tanto los samuráis como su forma de morir fueron abolidos como parte de una campaña de los líderes japoneses para modernizar el país a finales del siglo XIX.
Hay quien ha buscado un significado cultural y político en su suicidio. Al utilizar una forma de suicidarse anacrónica y prohibida por las autoridades, buscaba revivir el espíritu samurái de la nación. Se trataba de una llamada para quitarse los grilletes del imperialismo estadounidense y retomar las tradiciones japonesas. Otros afirman que morir de esta manera, insoportablemente dolorosa y junto a su joven amante, marcó el clímax de una obsesión erótica con la muerte. Algunos parten de conceptos filosóficos intelectuales, citando las reseñas y ensayos de Mishima sobre el filósofo francés Georges Bataille sobre la unión del eros y la muerte.
Por otro lado, las escabrosas memorias de sus antiguos amantes revelan su erótico entusiasmo en representar el suicidio en juegos de rol minuciosamente coreografiados.
Reduciendo la muerte mediante su repetición
Lo que se ignora en muchas de estas teorías es lo prolífico que estaba siendo Mishima cuando se acercaba la fecha de su suicidio, sabiendo muy bien que las obras serían póstumas.
En El dios salvaje, el clásico de Al Alvarez sobre la relación entre el suicidio y el arte en la sociedad occidental, señala que la lógica del suicidio es inaccesible para aquellos que no se suicidan: un "mundo cerrado". También en su obra de referencia Sobre el suicidio, el ensayista Jean Améry, quien sobreviviera a Auschwitz y a un primer intento de suicidio (pero no al segundo), sugiere que es igualmente incomprensible para quien se quita la vida, comparándolo con la sensación de estar "rodeado por una oscuridad completamente impenetrable".
Sin embargo, en el caso de Mishima todavía tenemos acceso a su vida y la cantidad de información al respecto no parece que vaya a disminuir 50 años después. La muerte de un hombre, publicado en inglés por Rizzoli Press en septiembre del año pasado, contiene una colección de fotos tomadas por Shinoyama durante las semanas previas al suicidio.
En dichas imágenes, Mishima aparece muerto una y otra vez. En una, está vestido de marinero que ha sido azotado hasta la muerte a bordo de un barco; en otra es un mecánico con un mono desabrochado que ha sido apuñalado en el abdomen con un destornillador. También está representado como esgrimista atravesado por la espada de su oponente; como un gimnasta con un disparo en el pecho y colgado de una anilla; como pescadero vestido con un taparrabos realizando el _seppuku_ con tripas de pescado esparcidas por el suelo de su tienda; y como soldado con casco y en taparrabos enganchado al alambre de espino.
Representando la muerte hasta la saciedad con títulos genéricos y repetitivos: "La muerte de un marinero", "La muerte de un mecánico", "La muerte de un gimnasta", "Hombre ahogado", "Hombre ahorcado", y así sucesivamente. El cuerpo "muerto" de Mishima es el único elemento común en la variedad de representaciones de oficios y formas de morir. Encarna de forma muy literal lo que el crítico literario francés Roland Barthes comentaba como "esa cosa bastante terrible que se aprecia en cada fotografía: el retorno de los muertos".
Esta colección de fotos no fue la primera representación de la muerte de Mishima en el arte.
Como actor protagonista en la adaptación autodirigida de su historia Yukoku en 1966, también se somete a un extenuante _seppuku_. En el largometraje de Yasuzo Masumura de 1960 Miedo a morir interpreta a un gángster punk yakuza al que le disparan por la espalda y también interpreta otro _seppuku_ como samurái en la película de Hideo Gosha de 1969 Hitokiri. En una sesión de fotos de 1966 con el culturista convertido en fotógrafo Tamotsu Yato, se deja fotografiar "muerto" en un paisaje nevado, con solamente una katana y un taparrabos por vestimenta.
Una organización meticulosa
Pero en la recopilación final de fotografías Mishima tenía el control total, desde la concepción hasta la ejecución. A diferencia de sus anteriores trabajos como modelo de fotografía, donde se había entregado, según sus propias palabras, al "hechizo del objetivo", en la serie final de fotografías lo había orquestado todo. La gran mayoría de las imágenes fueron tomadas bajo su dirección desde principios de septiembre hasta el 17 de noviembre de 1970. Terminó de seleccionar las fotografías en una reunión el 20 de noviembre de 1970, solamente 5 días antes de su muerte.
Posteriormente Shinoyama, el fotógrafo, se quejaría de que el proyecto "no le interesaba en lo más mínimo" y le enfurecía que Mishima quisiera controlar hasta el más mínimo detalle: "hasta el tono de rojo más preciso" para la sangre de mentira. La idea original era publicar la recopilación de fotos inmediatamente después del suicidio de Mishima, o por lo menos ese era su plan. En su lugar, Shinoyama se negó a publicar las fotos durante décadas y, en septiembre de 2019, manifestó su desacuerdo de que le hubieran hecho cómplice sin saberlo del plan de Mishima.
"Sólo lo sabía Mishima. Aunque se tratase de una documentación anticipando la muerte, como fotógrafo yo era simplemente un idiota".
Está claro que Mishima estaba obsesionado con explorar la idea de la muerte en el arte, en la política y en la cama. Pero sus impulsos, aunque extremos, representan algo universal. Cuando nos enfrentamos a la muerte, ya sea a nuestra propia muerte o a la muerte ajena, nos enfrentamos a la pregunta de cómo serán recordados los muertos. En nuestro propio caso, no podemos evitar imaginar y quizás incluso tratar de controlar la forma en la que nuestra persona seguirá viva en los recuerdos, objetos y vidas de nuestros seres queridos.
Hay un cierto anhelo de preservar nuestro legado, incluso la inmortalidad.
En el caso de Mishima, este proyecto para preservar su legado lo realizó de forma preventiva, antes del acto en sí. Reconocía que aunque el arte pueda perdurar y ofrecer una forma de preservación de su legado, no estaba exento de sus propias complicaciones. En un ensayo de octubre de 1967 titulado provocativamente ¿Cómo vivir eternamente? Mishima reflexionaba sobre las dificultades a las que se enfrentan los artistas que se dejan su huella en sus obras, ya sea como autores de ficciones autobiográficas o como actores de una película u obra de teatro, con el fin de alcanzar lo que él llamaba "una inmortalidad difícil y desagradable".
Ese tipo de legado es también lo que define este proyecto fotográfico. La muerte no solamente está representada, sino que queda, literalmente, en suspenso, mostrando en algunas tomas a un Mishima suspendido en el aire atravesado por la espada de un oponente en duelo o colgado de anillas de gimnasia. En una nación famosa por su alto índice de suicidios y por las asociaciones históricas con el acto del suicidio, Mishima sigue siendo, 50 años más tarde, el ejemplo más infame.
Es hora de dejar descansar a Mishima y puede que esta extenuante recopilación de fotografías sea una buena oportunidad. La serie de fotografías termina con un capítulo llamado "La muerte de un samurái", con Mishima en la ropa blanca de los rituales realizando el _seppuku_ en una serie de seis tomas que culminan con su figura ligeramente salpicada de sangre postrada en un vacío blanco sin contexto. Pero es una foto anterior, la de la portada, la que ofrece una tregua. Se trata simplemente de un primer plano de la cara, sin ninguna muestra de sangre. El fondo está en la sombra, mientras que el rostro de Mishima, cubierto de maquillaje, se vuelve hacia la luz. El título, "Máscara de la muerte", es el único contexto.
Finalmente, alivio en la muerte y muerte en el alivio.
Autor: Kirsten Cather, University of Texas.
Este artículo ha sido publicado originalmente en The Conversation. Puedes leer el artículo original aquí.
Traducido por Silvestre Urbón.
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