Dos palabras han dominado la política alemana durante los últimos dieciséis años: Gran Coalición. La alianza formal entre los dos principales partidos de país, la CDU y el SPD, ha definido de algún modo una era marcada por la monopolítica en materia económica y exterior. También ha forjado el rumbo de la Unión Europea post-recesión, con sus visibles y discutidas consecuencias. Y ha venido a simbolizar, de algún modo, el poder del centro político en una era de creciente polarización ideológica.
Todo eso parece a punto de acabar.
La posición. Alemania acude a las urnas este domingo sumergida en un mar de dudas. Sólo hay una certeza: la Gran Coalición parece fuera del arco de posibilidades. La ha descartado repetidamente el candidato socialdemócrata, Olaf Scholz, y hasta hace muy vicecanciller del último ejecutivo de Merkel, el canto de cisne de la GK (Große Koalition). La descartó cuando accedió a la candidatura, en agosto de 2020, y la ha rechazado hasta el último minuto, no sin ciertas ambigüedades.
Scholz es el candidato preferido para encabezar gobierno (al 47% según las últimas encuestas), aunque eso no le asegura ni la victoria electoral ni la posibilidad de formar un gobierno.
Las encuestas. La GK, símbolo de una era, afronta otro escollo: la aritmética parlamentaria. Las encuestas tampoco son benevolentes para con sus posibilidades. Las más optimistas entregan a la suma de SPD y CDU un 45% de los escaños en el parlamento, lo que obligaría a pactar con un tercer partido. Se trata de una anomalía: los dos grandes partidos siempre habían sumado más del 50% de los asientos en el Bundestag desde que Merkel iniciara su andadura al frente del gobierno. Al igual que en España y otros países, el tradicional sistema de partidos tiene grietas.
¿Opciones? La más probable pasa por una "coalición semáforo" entre el SPD (rojo) los Verdes y el FDP (liberales, amarillo). Como explica The Economist en su (duro) editorial sobre el fin de la Era Merkel, se trataría de un gobierno con grandes divergencias internas en materia social y económica. La opción preferida por la izquierda, como analiza The Guardian aquí, es la rojo-verde-rojo: SPD, Verdes y Die Linke, post-comunistas. Similar al escenario que atraviesa España ahora mismo. Sucede que Die Linke no tiene tan estupendas perspectivas electorales como el FPD.
La última consiste en la "coalición Jamaica", compuesta por la CDU (negro), los Verdes y el FPD. Sólo viable si la CDU recupera el terreno perdido en las encuestas (y parece ser que sí, a última hora).
Qué fue la GK. Sea como fuere, parece que Alemania se ha cansado de la Gran Coalición que tanto ha dominado la escena política nacional y europea (con hipotéticas exportaciones a otros países, como España). Tres de los cuatro gobiernos de Merkel (el I, el III y el IV) salieron adelante gracias a la involucración del SPD, a menudo a costa de sus propias perspectivas electorales. Juntos forjaron las políticas de austeridad y estabilidad fiscal; y en tiempos de polarización e inestabilidad económica y social sirvieron de ejemplo centrista y pactista para Europa.
Adiós, Angela. Todo esto fue posible gracias a Merkel. Halcón durante la crisis del euro, benevolente durante la crisis migratoria, su figura ha amalgamado las dispares visiones de Europa y Alemania que tenía el electorado. Hasta que se agotó. Como analiza el Financial Times, Merkel ha dejado un agujero electoral que todos los candidatos aspiran a rellenar desde el centro político. Sucede que no es fácil. Ni por perfil ni por el agotamiento del merkelismo ni por la creciente polarización.
¿El legado? Tampoco por la herencia que deja tras de sí Merkel. La tercera gobernante más larga en la historia moderna de Alemania, Merkel ha tapado agujeros durante casi toda su etapa al frente del gobierno. Ya fuera el de la Gran Recesión, el de los refugiados o el de coronavirus. En el camino queda un sistema público desfasado y adusto (hasta The Economist le reclama más inversión), un sector automovilístico turbulento, una transición verde a medio gas, una reforma del sistema de pensiones pendiente y una tibia posición internacional (Estados Unidos, Rusia, China).
También y quizá de forma más crítica, Merkel no ha sido capaz de frenar los impulsos autoritarios de Europa del Este. Es su gran deje, uno muy reprochado en distintas tribunas. Dieciséis años después la imagen de Merkel ha terminado agotada dentro de Alemania. Y la primera víctima parece ser su mayor legado político: la Große Koalition.
Imagen: Markus Schreiber/AP
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