Noticia de hace tres días: mientras la sociedad exterior, el mundo tal y como lo conocemos, arde en llamas, hay una pequeña comunidad ajena a todo esto. Los participantes de Gran Hermano de Alemania entraron en las casas (casualmente en esta edición dos, una “rica” y otra “pobre”) el pasado 6 de febrero, cuando el coronavirus era “sólo” una amenaza de muerte para decenas de ciudadanos chinos y ninguno de nosotros pensaba en las consecuencias que tendría en nuestra sociedad que estamos viendo ahora. Como dicta la tradición del show tanto en su versión germana como en la del resto de ediciones internacionales, durante los siguientes 100 días los inquilinos vivirían de espaldas a todo lo que sucediese más allá de los muros del plató.
Todo eso terminó ayer noche, cuando los productores de la cadena Sat.1 decidieron que una noticia así de importante, de una magnitud humana, social y económica equivalente a la de una guerra, debía serle comunicada a sus participantes como algo excepcional. “Hay una enfermedad que se llama coronavirus y se ha extendido mucho por el mundo” empezó a decirles el presentador junto a un médico al otro lado de un cristal. Les dieron cifras sobre el COVID-19, les pusieron un resumen de imágenes de las noticias de las últimas semanas. A Merkel decretando el cierre de comercios e instando a la población a aislarse.
Para cuando el médico empezó a darles explicaciones más técnicas un concursante rompió a llorar temiendo por la situación de su madre, con problemas respiratorios previos. Otra, trabajadora de una residente de ancianos en sus días previos a la telerrealidad, urgió al programa a que le contase la situación de la gente a la que había cuidado. Los realizadores se habían guardado la sorpresa para después: vídeos del confinamiento de familiares y amigos de los concursantes. Hay quien se preguntó si las casas se iban a convertir entonces en un reality sobre la infección, ya que una pequeña tanda de nuevos participantes entró a las viviendas la semana pasada, pero antes de que entrasen (y les prohibiesen hablar de nada de lo que estaba pasando fuera, por supuesto) la cadena les hizo pasar las pruebas del virus, que dieron negativo.
Las críticas en redes sociales no tardaron en llegar: tal y como estaban demostrando los ratings, la escena era una excusa para aprovechar esa oportunidad única de hacer estallar los índices de audiencia por la vía del morbo. No todos los días consigues romper en directo la burbuja de seguridad precrisis de una decena de personas.
¿Cuál habría sido la respuesta ética más aceptable?
Gran Hermano Alemania es sólo una de las piezas del dominó de Grandes Hermanos que empiezan a caer en todo el mundo. La semana pasada también se hizo viral un instante de la edición canadiense. Los concursantes se preguntaban por qué ya no había público durante las expulsiones ni escuchaban sus vítores o abucheos entre bastidores. ”¿Habrán insonorizado la casa?” se preguntaba uno, para deleite de los espectadores. “Por favor dejar de preguntar por este tema”, les dijo la megafonía.
En Brasil, y aunque en un primer momento también mantuvieron a sus participantes alienados de la realidad, decidieron informarles y darles unas clases de higiente. Aquí puedes ver cómo los brasileños sumidos en una isla de feliz ignorancia reciben en dos minutos la lección que nosotros hemos podido asimilar en semanas.
En Australia, donde el programa se graba y se retransmite en diferido, la productora explicó en redes sociales que “los realizadores han sido informados de que en este caso no se aplicarán las reglas habituales del formato para dar o no las noticias con lo concerniente al COVID-19”, una forma de asegurar que sus jugadores saben en todo momento cuál es la evolución de la situación en el mundo real en el caso de que deseen abandonar el concurso para estar en unos momentos tan difíciles con sus familiares y seres queridos.
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