En 1982 Exxon, la petrolera más grande de planeta, encargó un informe interno sobre un "problema medioambiental" de creciente interés tanto dentro de la comunidad científica como en los medios de comunicación: "El efecto invernadero". El documento, desvelado hace cuatro años por InsideClimate, incluía toda la evidencia disponible hasta la fecha sobre el calentamiento global y el cambio climático. Las perspectivas eran tan calamitosas como lo son hoy.
De forma crucial, la investigación de Exxon incluía una predicción a cien años vista sobre la concentración de dióxido de carbono en la atmósfera. Para 2020, se explicaba, alcanzaría las 420 partes por millón (ppm), causando un aumento de la temperatura de 0,9 ºC. Treinta y siete años después, las predicciones de Exxon se han cumplido punto por punto. La concentración de CO2 en la atmósfera alcanzó su cima histórica esta semana: 415 ppm.
Exxon lo sabía. La industria lo sabía. Pero la opinión pública no lo sabía.
¿Qué hemos hecho para solucionarlo? Es una buena pregunta que, a día de hoy, sigue causando quebraderos de cabeza tanto en los círculos académicos como en las esferas políticas. Es cierto que la humanidad ha reaccionado tarde al cambio climático, pero también que sí se han promovido cambios en el modelo productivo. El más nítido, y quizá el más crucial, involucra a la producción eléctrica.
Durante las tres últimas décadas tanto Europa como España se han desenganchado del carbón y de otros combustibles fósiles. Ha sido un proceso paulatino y menos impetuoso de lo recomendado por la comunidad científica, pero la transición se ha completado con parcial éxito. Si a principios de la década de los noventa el carbón representaba la segunda fuente de producción eléctrica continental, hoy se ha desplomado a niveles mínimos. Dentro gráfico.
La tabla visualiza los datos recopilados en el Libro Estadístico de la Energía elaborado anualmente por la Comisión Europea. Se trata de una base de datos gigantesca que recoge los volúmenes de producción eléctrica, y sus distintas fuentes, en todos los países de la Unión. ¿Primera lectura? Muy evidente: las energías renovables lideran hoy la generación de energía comunitaria, muy por encima de los combustibles fósiles.
Es un panorama radicalmente distinto al de 1990. Por aquel entonces el carbón seguía representando la fuente primordial de energía para la mayoría de europeos. El desarrollo de las renovables (desde la energía hidroeléctrica, la más antigua, hasta la solar o la eólica, las más recientes) quedaba muy por debajo de la quema de derivados petrolíferos o el gas natural (creciente hasta los '00).
Desde entonces la tendencia ha sido clara. El carbón ha perdido peso. De las 33.000 toneladas equivalentes de petróleo (tep) producidas en 1990 hemos pasado a las 12.000. Por su parte, las renovables han crecido de las escasas 7.000 tep a principios de los noventa a las actuales 22.000. Durante todo este tiempo sólo ha habido una constante: la energía nuclear, principal fuente productora durante los '00, sigue hoy en niveles similares a 1990.
La Unión Europea ha reconvertido su industria generadora. Países como Dinamarca o Portugal ya son capaces de autoabastercerse durante días sin utilizar combustibles fósiles. Otros, como Reino Unido, ya logran generar electricidad durante una semana sin depender del carbón (un hito no hollado desde... antes de la Revolución Industrial). Tan sólo países muy concretos, como Alemania o Polonia, siguen por detrás en el abandono del carbón.
En España la transformación ha sido similar. El país partía de una dependencia menor a la extracción de carbón, en gran medida por lo limitado de las reservas y lo pobre de las calidades. Precisamente por ello su decadencia ha sido aún más acentuada: a día de hoy sólo representa 113 tep anuales, muy por debajo de las 1.513 de la energía nuclear y de las 1.756 de las energías renovables, primera fuente energética española desde principios de esta década.
El ascenso de las renovables ha sido imparable. Su cuota de mercado superó el 40% en 2018, y el cómputo total de tecnologías no emisoras representó el 61% (es decir, incluyendo la nuclear) de la producción eléctrica anual. El gráfico es testigo del eterno dilema afrontado por los gobiernos de cariz progresista. Ni España ni Europa pueden, aún hoy, cerrar las centrales térmicas y las nucleares al mismo tiempo. A la hora de elegir, ambos han priorizado la nuclear. De momento.
Lo relevante, no obstante, es la lección política a extraer de ambas tablas: sí es posible abandonar a la industria del carbón y optar en su lugar por las renovables. Es un paso aún tímido. Los dos gráficos tan sólo representan la producción nacional de los países europeos, no el consumo. España, por ejemplo, sigue generando el 14% de su energía con carbón (importado) y el 10% con centrales de ciclo combinado (incluyendo gas natural). Ambas fuentes se compran. Y generan muchas emisiones.
Es decir, son un lienzo incompleto que no computan la alta dependencia energética de muchos países no extractores y cuyas fuentes renovables aún no están lo suficientemente desarrolladas. Pero la realidad del carbón y de las fuentes emisoras es clara: a la baja. Sólo así será posible escapar de la gráfica mortal esbozada por Exxon en 1982.
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