El veto del modelo Netflix en Cannes revela la guerra que le tiene declarada la industria al streaming

¿Qué es el cine? La pregunta que se hacía Bazin en 1953 vuelve a estar de actualidad, pero no desde un punto de vista metafísico, sino más bien práctico. El último escándalo en el mundo de distribución audiovisual tiene como protagonistas al Festival de Cannes a un lado del ring y a Netflix en el otro lado.

Netflix en el papel de productora había conseguido meter sus dos primeras películas a competición de la próxima edición del certamen francés: Okja, de Bon Joon Ho y The Meyerowitz Stories de Noah Baumbach, dos directores habituales en ese circuito y de nivel autoral suficiente para estar en el festival más prestigioso del mundo.

Sin embargo, según Hollywood Reporter, el festival recibió una queja por parte de algunos agentes del todopoderoso universo de exhibición francesa diciendo que no se trataba de una presencia grata para la industria: Netflix no pensaba estrenar en salas francesas o de ningún otro país, pondría a disposición de sus clientes Okja y The Meyerowitz Stories directamente en su web después de su estreno en el festival.

Tras esa advertencia, Netflix anunció estar en negociaciones con distintos distribuidores para hacer un estreno tradicional (aunque simbólico) de esos dos títulos, pero el daño estaba hecho. Después de sopesar el nuevo paradigma de las plataformas vod en el universo festivalero, los responsables de Cannes han anunciado que no darán cabida a partir del año que viene en Competición Oficial a agentes que no se comprometan a que sus películas se estrenen comercialmente en los cines de Francia.

Es decir, si eres Netflix, más te vale pasar por los cines u olvídate de que alguna de tus producciones pueda acceder a la repercusión mediática que supone competir en Cannes, mucho menos soñar con rascar alguno de sus premios. Con otro problema añadido: el poder de validación para que entres al festival cannoise lo tienen los exhibidores galos, un grupo de empresas al que ya se ha acusado de trust y que se lo podrían poner muy difícil a Netflix, un rival de todas esas compañías en la práctica, para conseguir su objetivo.

Netflix no se adapta al mundo del pasado (pero sigue necesitándolo)

Aunque esta es la polémica de hoy, pero Netflix y Amazon ya se había topado con algunas tensiones previas en el universo de la distribución fílmica. Cuando Netflix intentó que Beasts of No Nation pudiera acceder a los Oscar se vio obligada a estrenar en salas estadounidenses, algo en lo que la empresa no se siente nada cómoda.

Esa predisposición reticente al estreno en salas de la que hace gala la plataforma le ha reportado consecuencias negativas: en la edición de 2016 de Sundance, cuando la prensa especializada puso por las nubes The Birth of a Nation, Netflix le puso a su director sobre la mesa 20 millones por los derechos de exhibición; pero Nate Parker decidió irse con Fox, que sólo le ofrecía 17 millones. ¿Por qué optar por una oferta más baja? Fox garantizaba un estreno conservador, y muchas más papeletas para Parker de verse con opciones para conseguir la estatuilla (spoiler: al final no se llevó nada porque la prensa desveló una turbia historia personal del director).

Así que, aunque muchos autores son reacios a amoldarse al sistema de las plataformas de video doméstico, Netflix y Amazon están tirando de chequera por dos motivos. Uno, para llevarse el prestigio; y dos, para aglutinar cada vez más producto propio que atraiga a sus espectadores bajo su catálogo. En el fondo, si una plataforma de streaming estrena en Francia sus películas no será más que una estratagema para conseguir su fin último: que sus películas estén en la web y que tengas ganas de consumir su contenido.

Y Cannes se anquilosa en el viejo mundo mientras el 'cine' evoluciona

Pero si Netflix tiene sus antecedentes en este debate, también los tiene Cannes. En 2009 el delegado general de Cannes, Thierry Fremaux, intentó introducir en competición la miniserie Carlos, del director Olivier Assayas.

Los exhibidores se quejaron a la organización, ya que la producción que financiaba Canal + había declarado que el estreno de la serie sería en su canal televisivo. La junta directiva del festival, compuesta entre otros por representantes del gremio de exhibidores, logró que Fremaux expulsara a Carlos de la competición oficial. La serie se pudo ver fuera de competición, pero esa fue una decisión que molestó tanto a Assayas como a la cabeza visible del certamen.

En realidad, sobre esta multiplicidad de fórmulas de cine y de consumo por parte del espectador ya han tomado nota bastantes festivales. Venecia y Berlin no han tenido tantos remilgos como Cannes para permitir que las películas de Netflix compitieran en sus secciones (aunque también han recibido quejas por parte de los exhibidores locales). Y desde hace tiempo es habitual que las series tengan su pequeño espacio, normalmente fuera de competición, en los festivales de medio mundo. Este año Iñárritu va a enseñar a la prensa en Cannes un corto de realidad virtual. ¿Qué hubiera pasado si los directores del certamen hubiesen intentado incluir ese corto en la sección oficial?

Hay quien ha comparado esta situación con la que vivió en sus inicios el cine digital: hace años era habitual oír cómo muchos consideraban que ese formato no era digno de ser considerado cine ya que el celuloide es el único medio en el que puede registrarse el "cinema". A día de hoy la mayoría de los largometrajes se graban y se ven en formato digital y al festival cannoise no le parece mal. Puede que, también, porque la reconversión digital de las salas de cine de esos exhibidores está totalmente implantada.

La realidad es que, más allá de guerras de la industria, la cultura del visionado en salas de cine está decayendo muy lentamente mientras que el consumo audiovisual en Internet se extiende a cada vez más capas de la población. ¿Es eso Cine con mayúsculas? Probablemente en la inmensa mayoría de los casos la respuesta sea no, pero: ¿de verdad quiere la gente seguir viendo cine? ¿Y de ser así, hasta cuando?

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