Si tienes que enfrentarte a una entrevista de trabajo, liderar un equipo o comunicarte con un gran grupo de personas, un buen chiste puede ayudar a romper el hielo y a demostrar dominio de la situación y carisma personal. Este clásico consejo de mil y un libros de parapsicología o charlas TED para profesionales tiene un problema: es contraproducente para las mujeres.
Un equipo de investigadores norteamericano publica ahora para Journal of Applied Psychology un trabajo sobre género y humor en el entorno laboral. Querían medir el efecto de las bromas en las relaciones personales en el trabajo, y contaron con 300 participantes que debían evaluar sus primeras impresiones de distintos perfiles.
Cuando los hombres agregaban humor a una presentación, los participantes (tanto ellos como ellas) les conferían mayores niveles de estatus y calificaciones de desempeño. Un hombre que incluyese chistes tenía más madera de líder que uno que no lo hiciera. Lo contrario ocurría cuando se trataba de mujeres: a misma presentación y mismos chistes, las mujeres no graciosas ganaban mayores niveles de estatus y calificaciones de desempeño que las que sí hiciesen bromas.
Según los académicos, estos resultados funcionan por los prejuicios de género, y como tal sólo valen para primeras impresiones y reacciones iniciales, en casos en los que los asistentes no conozcan previamente el desempeño real y diario de esas figuras superiores.
¿Por qué? Porque otros estudios demuestran que nuestros prejuicios nos hacen creer que, a igualdad de otros factores, y desconociendo cómo trabaja realmente cada persona, un hombre tiene más determinación, ambición y compromiso con la empresa que la mujer, menos dedicada a su trabajo y más consagrada a sus hijos y su familia, y las personas tendemos a interpretar comportamientos ajenos de forma que se adhiere a nuestras expectativas del comportamiento de ese grupo. Es decir, si podemos, intentaremos confirmar nuestros prejuicios, ya que es mucho más cómodo para nuestras mentes. Es una herramienta basada en la gestión de la información que ayuda a nuestra propia supervivencia.
Por eso, y en una primera impresión, si un candidato hace un chiste tenderemos a encajar el comentario en nuestros prejuicios previos: si es un hombre, es más fácil que presupongamos su compromiso laboral, y por eso cae bien que intente relajar la atmósfera. Si lo hace una mujer, pensaremos que es una demostración de su carácter relajado y poco preocupado por la tarea que tiene al frente.
Más allá de que, a la vista de los resultados de este informe, las mujeres se vean ahora desincentivadas a hacer chistes en primeras reuniones, es una desventaja per sé: los hombres tienen una herramienta extra para ganar puntos frente a otras candidatas a la hora de liderar un equipo o conseguir un empleo.
Opinión popular: las mujeres no son graciosas
O más concretamente, creemos que los hombres son mucho más graciosos que las mujeres. Es una creencia y también el resultado de un estudio de 2011: el 89% de las mujeres encuestadas pensaban que los hombres son más graciosos, y el 94% de los hombres piensan lo mismo. Es un resultado que se mantiene a lo largo de las décadas y los países desarrollados.
¿Y son realmente más graciosos? Los estudios ciegos han dado resultados variopintos. En uno, en el que los participantes debían rellenar frases de viñetas de New Yorker, los hombres puntuaron un 0.11 sobre 5 más alto. En otros, similares, las puntuaciones estuvieron equilibradas.
Todo apunta a que entran varios factores: por un lado, en estos estudios, y si había posibilidad, los hombres elaboraban más cantidad de bromas, lo que ayudaba a tener más papeletas de ganar mejores puntos. También está el hecho de que los hombres mostraban más confidencia en su talento como humoristas: los hombres tienden a considerarse a sí mismos como más graciosos que las mujeres, al margen de las risas que despierten en los interlocutores. Es decir, se dan casos de mujeres bastante graciosas que se tenían a sí mismas como peores humoristas que hombres poco graciosos.
Pero, ¿qué es el humor?
Es parte del problema actual de estos ensayos. Pese a que se han hecho multitud de investigaciones al respecto, otros compañeros han señalado que todavía no podemos confirmar cuál es el género más gracioso porque no hemos sabido definir bien el humor siquiera. Se ha criticado a los primeros estudios por evaluar el humor en pruebas dirigidas en lugar de en entornos espontáneos, como los que surgen naturalmente en las conversaciones, aunque por supuesto estos métodos serían mucho más interpretables y sus resultados más cuestionables.
También señalan cómo los contextos varían en el significado del humor. Mientras las mujeres rechazan, en general, las bromas sexuales, ellos tienden a preferirlas. Mientras hay culturas en las que el sarcasmo no se considera cómico, para los norteamericanos sí o es. Y así, con infinidad de factores.
Pero más allá de debates definitorios, las ciencias sociales han sabido calibrar mejor las consecuencias del humor. Por ejemplo, que las mujeres tienden a decir que un hombre gracioso les parece más atractivo, aunque tiene truco, ya que en realidad dicen eso de hombres mínimamente atractivos. Por otra parte, los hombres tienden a evitar a las mujeres con humor por considerarlas menos inteligentes, pese a que la evidencia demuestra que el talento cómico es una demostración de inteligencia.
También otro estudio señaló que, a mismo grado de belleza entre candidatos, para las mujeres la cualidad de hacer reír puede ser definitoria para elegir al candidato, incluso aunque les pareciese menos digno de confianza. En el caso de los hombres cómo de graciosas fuesen no era relevante para escoger a una u otra.
Es decir, los hombres no quieren cómicas, sino admiradoras. Tal vez movidos por los contextos sociales, algunos investigadores han ido defendiendo que es natural que las mujeres busquen hombres graciosos y que ellos busquen a compañeras que se rían de sus chistes y no al revés. Ellos se ven recompensados por el humor, pero ellas castigadas o ignoradas si hacen lo mismo, todo lo cual perpetúa el estereotipo.
Pero es posible romper el techo de cristal cómico, como otros: según investigaciones citadas por el equipo estadounidense, cuando la gente a favor de la igualdad descubre situaciones que les lleva a caer en prejuicios cotidianos, se vuelven más conscientes de ellos y, a la larga, van haciendo esfuerzos por eliminar esa convención que les estaba llevando a errores de juicio.