En 1675 un navío británico extraviado en los mares del Atlántico Sur encontró acomodo en un pequeño islote inhóspito e inhabitado. Los cartógrafos bautizarían el hallazgo como "Roché Island", en honor al afortunado almirante, pero el nombre definitivo de la isla se lo daría la corona británica un siglo después: Georgia del Sur (Isla San Pedro para la corona española). De 1775 en adelante tendría una intensa actividad humana. Y con ella, una abundante colonia de ratas.
Hasta ahora.
El fin de la rata. Como muchas otras islas remotas colonizadas tardíamente por los europeos, Georgia del Sur tenía un problema secular: las ratas, animales invasivos en un ecosistema tan particular y aislado de los continentes, estaban acabando con las peculiares poblaciones autóctonas. Durante la última década el gobierno local ha gastado más de 13 millones de dólares en programas de exterminio que salvaguardaran sus preciadas especies de ave. Y al final ha triunfado.
¿Cómo han ganado? La victoria de Georgia del Sur es singular porque numerosas islas y territorios exóticos llevan décadas tratando de terminar con sus plagas de roedores, sin éxito. El pequeño islote, dependencia de la corona británica, ha jugado con las ventajas de su durísima climatología: aislando a las colonias de ratas entre los abundantes glaciares de su territorio, han logrado con más facilidad envenenarlas y controlar su reproducción. Hasta su total desaparición de la isla.
Tierra, mar y aire. El exterminio se llevó a cabo en varias fases. La más determinante fue la acción de los helicópteros que, desde 2011, rociaron Georgia del Sur con grandes cantidades de cebos envenenados. En total, 108,723 hectáreas fueron objeto de los bombardeos, lo que hace del plan de erradicación el más ambicioso y extenso jamás planteado. Desde tierra, perros adiestrados para rastrear el olor de los roedores se emplearon a fondo para descubrir las colonias más recónditas.
Los investigadores encargados del proyecto han tenido que comprobar periódicamente más de 4.600 dispositivos para certificar la defunción de la rata.
Los bichos salvados. En gran medida, Georgia del Sur ha logrado lo que hasta ahora se creía imposible gracias a su orografía. Primer territorio antártico, la isla no tiene árboles, lo que ha facilitado la búsqueda de nidos. Tal situación planteaba un drama para sus especies autóctonas de pájaros, que debían anidar en el suelo, exponiéndose más. Dos especies particulares, el bisbita autóctono y el pato piquidorado, exclusivo del archipiélago, se encontraban en un punto muy delicado.
El aprendizaje. La lección de Georgia del Sur ofrece una reflexión y una esperanza. La primera es la nociva acción del ser humano en muchos ecosistemas delicados: como ya le sucediera al dodo, las especies autóctonas de muchos archipiélagos remotos se ven amenazadas por los animales que portamos con nosotros en nuestro viajes (cerdos, perros, ratas). La segunda es el aprendizaje que muchas otras islas pueden extraer del particular plan de exterminio de Georgia del Sur.
Su otra ventaja es la ausencia de humanos: desde la decadencia de la industria ballenera, la isla está vacía. Pero la lectura es clara: la batalla contra la rata quizá se pueda ganar.
Imagen: Paula O Sullivan/South Georgia Heritage Trust
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