Acaba de terminar la última cumbre de la ONU sobre el clima, conocida como [COP24][1], y el resultado de esta ronda de negociaciones ha sido una victoria aplastante de la UE y otros socios sobre los países petroleros: Rusia, EEUU, Kuwait y Arabia Saudí. Estos cuatro países, tachados de "[villanos climáticos][2]" durante la última semana, han intentado bloquear la adopción de un [informe crítico del IPCC][3] que detallaba el lamentable estado de las acciones internacionales para limitar el futuro cambio climático a 1,5º C.
Partiendo de una la cumbre parisina de 2015, el objetivo de este encuentro era redactar un "reglamento" para el [Acuerdo de París][4], estableciendo la forma en la que se deberán medir, registrar y verificar las emisiones. En la COP24 no hubo ningún debate real sobre cómo aumentar los esfuerzos para reducir las emisiones, o sobre cómo alcanzar los objetivos establecidos, algo que se debatirá en una futura cumbre en el año 2020.
Pensamiento mágico
No era raro pensar que esta COP ([Conferencia de las Partes][5] de los Acuerdos sobre el Clima de las Naciones Unidas, por sus siglas en inglés) no tendría nada de diferente a las anteriores.
Como de costumbre, hubo un grupo de villanos que "frenó el progreso". Hubo otro estudio científico ilustrando el poco tiempo que tenemos y cómo de negativo será el cambio climático si nada cambia. Hubo un debate intenso sobre tecnicismos, un debate secundario sobre los mercados del carbono, y ninguna medida sobre qué hacer. Hasta ahí todo normal, puesto que a lo largo de la historia [pocas cosas se han conseguido en estas cumbres][6].
Tal y como están las cosas, nos encaminamos a [un calentamiento global de 3º C o más][7]. No tenemos 12 años para "hacer algo" al respecto, tal y como insiste el IPCC. Cada vez son más los analistas, periodistas, científicos y expertos en el medio ambiente que se están desmarcando del "[optimismo][8]" para defender que no sólo se está haciendo muy poco demasiado tarde, sino que el cambio climático ya está aquí.
[Kevin Anderson][10], del Tyndall Centre, un centro de investigación sobre el cambio climático, ha criticado constantemente los informes del IPCC, tachándolos de "[pensamiento mágico][11]". Según Anderson, estos informes asumen que en algún momento del futuro cercano se inventará y se aplicará a una escala masiva la tecnología para succionar dióxido de carbono de la atmósfera (las llamadas tecnologías de emisiones negativas).
Ahora mismo no hay ninguna lo suficientemente desarrollada para una producción masiva. Si eliminamos estas previsiones del informe más reciente del IPCC, en vez de 12 años para detener el cambio climático nos quedan solo tres.
Teniendo en cuenta todo esto, podría resultar tentador culpar de la situación a los países villanos. ¿A quién no le gusta responsabilizar de los problemas del mundo a los líderes de gobiernos autoritarios o fascistas? Pero el problema no reside en líderes malos, sino el sistema en su conjunto. La realidad del cambio climático es que necesitamos un sistema económico y político completamente diferente si queremos limitar el calentamiento del planea de una forma justa y ecuánime.
Los Estados nación no van a arreglar el cambio climático
La COP revela los límites de los Estados-Nación como base para la acción. Aferrados a las realidades geopolíticas y a la competencia económica, los estados no han cambiado su comportamiento para cumplir las demandas de la ciencia climática.
En realidad es utópico e ilusorio exigirles semejantes esfuerzos. Tendemos a creer que los estados son navíos bajo las riendas de un sólo capitán con el poder de dirigir el país a su antojo, pero en realidad son complejos ensamblajes en el que un gran número de actores y partes interesadas compiten por la riqueza, el poder, las oportunidades y la influencia
Dejemos claro qué se debería exigir a los Estados-nación: nada de pequeños ajustes o nuevas políticas de costo cero, sino el fin del crecimiento económico, algo que requeriría una [legislación decrecionista][12]. Sin embargo, tras una década de austeridad económica, esto sería un suicidio electoral para cualquier gobierno.
Una legislación decrecionista sería la política gubernamental adecuada, pero el enfoque equivocado. Si el Estado-nación no es el actor más indicado para luchar contra el cambio climático, la economía nacional tampoco es la responsable. Sin embargo, esta es la base de todos los planes diseñados para combatir el problema: las emisiones a escala nacional. Este enfoque deja de lado las inmensas desigualdades dentro de las poblaciones nacionales, y más importante aún, oscurece [quiénes son los responsables de tales emisiones][14] y quién tiene el poder para detenerlos.
Es muy importante que nosotros, esto es, la vasta mayoría de la humanidad que sufrirá o ya está sufriendo los peligrosos efectos del cambio climático, dejemos atrás los "planes de acción nacional" y empecemos a tomar acciones inmediatas contra los dos grupos realmente responsables del cambio climático. Son las 100 empresas responsables del [71% de las emisiones globales][15] y el 10% de las personas más ricas de planeta [(responsable del 50% de las emisiones de consumo)][16].
Si consumieran como el europeo medio, se produciría [una reducción del 30% de las emisiones][17].
Es importante que nosotros (la mayoría de humanos que sufriremos o ya estamos sufriendo los efectos del cambio climático) dejemos atrás los "planes de acción nacional" y empecemos a tomar medidas inmediatas contra los dos grupos realmente responsables del cambio climático: las 100 empresas [responsables del 71 % de las emisiones globales de carbono][15] y el 10% de las personas más ricas del mundo [responsable del 50% de las emisiones de consumo][16]. En el caso de las personas más ricas, si redujeran su consumo al nivel del europeo medio, se produciría [una reducción del 30% de las emisiones globales][17].
Si nos centráramos en los más ricos y en sus empresas podríamos lograr una reducción de las emisiones de carbono, pero también sería parte de una [transición justa][18], asegurándonos que la mayoría de la población mundial no tiene que pagar el precio de las políticas sobre el clima, un conflicto que ya hemos visto en las calles de París durante las últimas semanas con el [movimiento de los chalecos amarillos][19].
Si nos centráramos en los más ricos y en sus empresas podríamos lograr una reducción inmediata de las emisiones. Pero también nos encaminaríamos a una [transición justa][18], asegurando que la mayoría de la población mundial no tiene que pagar el precio de las políticas climáticas, un conflicto que ya hemos visto en las calles de París durante las últimas semanas a propósito del [movimiento de los chalecos amarillos][19].
Mientras nos adentramos en el año 2019, necesitamos cambiar inmediatamente el enfoque de nuestras acciones hacia los más ricos y poderosos. Ya es hora de modificar la forma en la que hablamos sobre el cambio climático. Pese a que en algún momento necesitaremos movimientos sociales capaces de [cambiarlo todo][21], ahora necesitamos centrar nuestros esfuerzos hacia ese pequeño grupo de personas que se está lucrando de la destrucción del planeta.
Imagen: Thomas Hafeneth/Unsplash
Autor: Nicholas Beuret, profesor en políticas medioambientales, Universidad de Essex.
Este artículo ha sido publicado originalmente en The Conversation. Puedes leer el artículo original aquí.
Traducido por Silvestre Urbón.
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