Ucrania lleva en guerra más de 1.000 días, pero hay gente que cuando se encuentra con las imágenes de sus edificios acribillados por las balas, calles reventadas a bombazos, puentes destrozados, cementerios y amasijos de coches y tanques oxidados no ve exactamente las huellas de la contienda; lo que ve, más bien, es un lugar perfecto en el que pasar sus próximas vacaciones.
El fenómeno no es del todo nuevo. Que existe el denominado "turismo dark" es algo ya bien sabido y la propia Ucrania lleva años recibiendo a viajeros deseosos de visitar Chernóbil, cerca de Prípiat, el lugar del desastre nuclear ocurrido hace 38 años.
¿Un país en guerra? Sí. Pero también un destino turístico. Cuando piensan en Ucrania hay quienes ven algo más que edificios derruidos, puentes destrozados, fachadas acribilladas a balazos y, en general, el rastro de la guerra. Ven también un destino turístico. No son ajenos a la guerra, ni mucho menos. De hecho lo que les atrae de ciudades como Kiev y sus suburbios, Járkov o Bucha, tristemente conocidas por la invasión rusa, es justo eso: las huellas de un conflicto que siguen desde hace casi tres años a distancia, desde sus países, a través de diarios y la tele.
Una red para viajeros "dark". El fenómeno del "turismo dark" en Ucrania llevan siguiéndolo desde hace ya meses varios medios internacionales. En agosto publicaba sobre él el británico The Telegraph y en las últimas semanas se han hecho eco France24o el diario hongkonés South China Morning Post. Sus datos sirven para hacerse una idea de la curiosa red de oferta y demanda de "turismo dark" —hay otras formas de llamarlo, como "turismo oscuro", "de dolor" o tanatoturismo— tejida en torno a la invasión rusa.
En general hablan de una docena de agencias ucranianas que se encargan de facilitarle la experiencia a los turistas y que organizan tours a lugares como Bucha o Irpín, que han saltado a los titulares precisamente por la guerra.
Lo precios de esas experiencias rondan entre los 150 y 250 euros, aunque hay compañías dispuestas a arriesgarse más, aproximarse al frente y ofrecer una visita de varios días al sur del país por tarifas considerablemente superiores, que alcanzan los 3.300 euros. En agosto The Telegraph citaba un caso concreto, un paquete "viaje de guerra", de una semana, que se comercializaba por 3.000 libras esterlinas, equivalente a unos 3.600 euros al cambio actual.
¿Y hay demanda? Sí. No es un turismo de masas, pero mueve un flujo interesante de viajeros. France Press cita a una compañía en concreto, War Tours, que ha alojado a alrededor de 30 clientes desde comienzos de año, sobre todo europeos y estadounidenses. Es más, sus reporteros han hablado con varios turistas que han estado hace poco en regiones de Ucrania sacudidas por las bombas.
Una era una mujer de 34 años que trabaja en una empresa tecnológica de Nueva York y viajó a Járkov en julio. Otro es un ingeniero de software español de 23 años que grabó su viaje por Ucrania para compartirlo en su canal de YouTube, en el que tiene ya crónicas sobre "el hospital psiquiátrico más horrible" de EEUU o "la frontera más peligrosa" del mundo. Para llegar a su destino en Ucrania tuvo que volar primero a Moldavia y cubrir una ruta de 18 horas en tren. Todo esto desoyendo los consejos de su familia.
Otra forma de viajar. La gran pregunta a estas alturas resulta obvia… ¿Qué les mueve? ¿Qué les lleva a gastarse su dinero y vacaciones en viajar a lugares marcados por el horror, sacudidos por la guerra y donde pueden incluso jugarse la vida?
Stephan, un alemán de 29 años que visitó Bucha en agosto de 2022, solo unos meses después de que se retiraran los soldados rusos, confesaba hace poco a The Telegraph que quería contemplar los efectos de la guerra ucraniana con sus propios ojos tras leer sobre ella en la prensa. Eso y mostrárselo a otras personas. Él también tiene un canal de YouTube en el que ha publicado vídeos de sus viajes a lugares tan dispares como Afganistán, Japón o Corea del Norte.
Buscando emociones fuertes. "Solo quería verlo porque creo que nuestras vidas en Occidente son demasiado cómodas y fáciles", confiesa la mujer estadounidense de 34 años que este verano consiguió visitar Járkov, una región sacudida por los bombardeos del ejército ruso. Es más, si durante su tour no se acercó más al frente fue porque el guía que la acompañaba se negó.
En su caso la elección del destino parece acompañarse del gusto por las emociones fuertes. "Saltar desde aviones, pasarme toda la noche de fiesta y pegarle puñetazos a la gente ya no era lo mío. ¿Qué es lo siguiente mejor? Visitar una zona de guerra", confiesa en declaraciones recogidas por SCMP.
"Como una vacuna". Surge otra pregunta más, igual o incluso más relevante: ¿Hasta qué punto son éticamente aceptables esta clase de viajes? ¿Los mueve la curiosidad, el afán por saber y ser testigo en primera persona o el morbo? ¿Los euros que se gastan en sus viajes suponen otra forma de rentabilizar la guerra, un negocio creado a costa del sufrimiento del pueblo ucraniano?
Svitozar Moiseiv, gerente de la firma Capital Tours Kyiv, lo plantea de otra forma. Al margen de que asegura que los beneficios que genera el negocio son nimios, organizar viajes así sirve en su opinión como una "vacuna", una forma de visibilizar los horrores de la guerra y "evitar que vuelva a suceder". "Se trata de conmemorar la guerra", coincide otra agencia, que reivindica además que una parte de las ganancias que deja el "turismo oscuro" la dona al ejército. No falta quien asume que es otra forma de generar ingresos para las comunidades locales.
"¿Por qué quieren ver nuestro dolor?" La frase la recoge AFP y refleja que no todos los ucranianos ven con los mismos ojos el goteo de turistas fascinados por los escenarios de guerra. "Hay acusaciones: '¿Por qué vienen aquí?' '¿Por qué quieren ver nuestro sufrimiento?'", explica a la agencia Mkhailyna Skoryk-Shkarivska, concejala de Irin y exalcladesa de Bucha, reproduciendo conversaciones que ha escuchado entre sus convecinos. Para algunos el dinero dejado por el "tanatoturismo" es "dinero de sangre".
Con la guerra aún sacudiendo el país y un futuro incierto, no parece haber en cualquier caso una respuesta unánime a cómo asimilar el "turismo dark". "Soy uno de los muchos ucranianos que se han acostumbrado a la guerra, así que no me molesta que haya turistas que quieran ver lo que está pasando aquí. La idea principal es compartir con ellos muestras experiencias y ayudarlos a saber más sobre la guerra", comparte Dmytro Nykyforovo, de 33 años, quien tuvo que huir de Kiev y está ligado a War Tours.
Llamativo sí, nuevo no. Quizás llame la atención que haya viajeros dispuestos a pasarse 18 horas en un tren para visitar lugares destrozados por una guerra aún sangrante, pero lo cierto es que hace tiempo que el sector turístico sabe que la tragedia atrae. Y cuanto mayor, más. Por morbo o curiosidad, fruto del interés malsano o una sincera fascinación histórica, el "turismo dark" lleva tiempo moviendo mareas de visitantes. Lo analizaba a fondo hace unos meses Julieta Rogers, profesora de Criminología en la Universidad de Melbourne, en un artículo de The Conversation.
"El 'turismo dark' se ha convertido en un fenómeno, con su propia web y guías turísticos especializados. La gente visita estos lugares para llorar o para recordar y honrar a los muertos. Pero a veces solo quieren mirar y otras deleitarse con el dolor ajeno", reflexiona la investigadora. Antes de citar ejemplos como el flujo de visitantes a Auschwitz-Birkenau, el memorial de las Torres Gemelas, la prisión en la que estuvo encarcelado Nelson Mandela o incluso puntos de la franja de Gaza marcados por la guerra.
De Gaza a Tailandia. "Desde los ataques militares de Hamás del 7 de octubre de 2023, en los que murieron alrededor de 1.200 personas y más de 250 fueron tomadas como rehenes, celebridades y turistas han visitado los sitios relacionados con el festival Nova y el kibutz Nir Oz en Palestina/Israel", comenta Rogers antes de recordar que hay incluso visitas al kibutz guiadas por antiguos residentes y que "permiten a la gente ver y ser guiada por las casas de los muertos, ver fotografías y agujeros de bala".
Entre los ejemplos citados por la docente australiano está también el "popular" tour de guerra que se ofrece en el Donbass. No es el único. En primavera El Mundo publicaba un reportaje igual de abrumador sobre un ¿peculiar? fenómeno registrado en el entorno de la playa Salad Beach, Tailandia: un repentino interés por el resort se perpetró supuestamente el crimen de Daniel Sancho, un caso mediático y con repercusión a escala internacional.
Cuando ocurrió el asesinato el precio por noche era de 15 euros. Meses después y tras el crimen era muy superior: más de 70. Al menos según los datos desgranados en mayo por el diario.
Nada nuevo en Ucrania. Para Ucrania esa fascinación tampoco es nueva. El desastre nuclear de Chernóbil, ocurrido en 1986, suscita un interés que atrae a miles de visitantes. En 2011, cuando un tribunal de Kiev decidió prohibir los tours por la zona afectada, la zona de exclusión recibía cada año a casi 6.000 visitantes que se colaban de forma ilegal. The Telegraph precisa que en 2021 visitaron la zona devastada por el accidente más de 70.000 personas y que en 2019 se llegó a un registro récord, con cerca de 125.000.
Tampoco los "turistas de guerra" son los únicos que llegan a Ucrania, país que el año pasado registró un intenso flujo de visitantes extranjeros, según datos de la directora de la Agencia Nacional para el Desarrollo del Turismo. La inmensa mayoría, eso sí, tenían poco que ver con el ocio: eran viajes de negocios.
Imágenes | UNDP Ukraine (Flickr) 1, 2 y 3 y Tommaso Pecchioli (Unsplash)
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