Sobra decir que la cultura japonesa y todo lo que rodea a tan maravilloso país es objeto de nuestra más honda admiración. No hay mes en el que un tren no deba disculparse por salir cinco segundos antes de lo previsto, en el que un programa de televisión no se coloque a la vanguardia total del lenguaje audiovisual o en el que se reinvente un deporte centenario del modo más chanante posible.
Nuestra última parada a través de la geografía cultural japonesa tiene como destino un museo. En concreto, el museo de las piedras que en realidad son caras humanas. Su nombre real es Chinsekikan, se encuentra en Chichibu (dos horas al norte de Tokio) y cuenta en su haber con más de 1.700 pedruscos que, maravillas de la erosión y de la naturaleza, se parecen a personas de la vida real. Caras talladas por accidente (o no) en las piedras del camino. Maravilloso.
Resulta que el museo causa admiración allá donde sus misterios se entrecruzan con el periodismo, y diversos reportajes han ilustrado sus secretos. Este de la CNN es un acercamiento estupendo a todo lo que puede ofrecer al visitante. Al parecer, cada cara tiene su correlación con una persona célebre concreta (la mayoría son japoneses, por lo que es probable que no caigas en el paralelismo). En el fondo no importa, el mero hecho de dedicar un espacio a piedras con caras es encomiable.
No es la primera vez que hablamos de la fascinación japonesa por el mundo natural y sus propiedades espirituales. En su momento ya contamos la fascinación de numerosos grupos aficionados por el musgo. En occidente, tan inane vegetal no pasa de mera molestia. En Japón, además de tener una presencia importante en los jardines, representa algunos de los estándares de belleza más notables de la cultura local (irregular, imperfecta, abstracta, libre, armónica pese a todo) y transmite una gran tranquilidad y paz espiritual a sus admiradores.
Más allá de tan simpática mascota, lo cierto es que la tradición animista de la religión nacional (muy imbuida del folclore popular) ha permitido que tanto los productos culturales contemporáneos de Japón como otros elementos de su vida diaria (como su actitud reverencial hacia los gatos, con más que suficientes pruebas) se impregnen de este amor por las cosas naturales. El museo de las piedras con caras es solo otro ejemplo más en un largo listado de encantadoras filias.
Lo curioso del museo es que su fundador lo inició como un mero recopilatorio de piedras bonitas. Más tarde incluyó la feature de las caras. Su actual propietaria, Yoshiko Hayama, cuenta que hay determinados criterios a la hora de seleccionar un jinmenseki (una piedra con forma de cara humana) y que lo más importante, ante todo, es pasear por los caminos y el campo con conciencia y sentido. Es decir, fijándonos en el entorno por el que caminamos. De otro modo, nuestra mirada las obviará.
Qué mejor lectura de la sintonía plena que la cultura popular japonesa alcanza con el entorno natural.
Puedes ver más imágenes de la colección tanto en Byoukan Sunday como en Another Tokyo.
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