Y el que lo niegue, miente. Abres Facebook, llegas a una entrada sobre un tema de política candente y en cascada empiezan a aparecer opiniones de todo tipo, con más o menos pleonasmos, con sus faltas de ortografía. Algunas de esas intervenciones, justo las contrarias a tu propia opinión, te parecen estúpidas, dignas de alguien que parece no haberse sacado el certificado de la ESO.
A esta premisa sumémosle otra: ¿por qué, como internautas, tenemos la sensación de que las opiniones están cada día más polarizadas (aunque esto no sea cierto)? ¿Que leemos alegatos cada vez más agresivos e intransigentes, de gente sorda a otros puntos de vista? Para estos investigadores la explicación a ambas creencias no la da una idiocia civil generalizada, sino las propias redes sociales. El formato es el problema.
A oídos sordos, comentaristas necios
Lo exponía la investigadora Juliana Schroeder en The Washington Post. En su investigación "La voz humanizadora: el habla puede revelar y ocultar el texto, la presencia de una mente reflexiva en medio del desacuerdo" se teoriza que no actuamos igual al oír que al leer una opinión que no nos gusta. 300 participantes, varias pruebas ciegas separadas y unas conclusiones iluminadoras en lo que respecta a nuestra asimilación de posturas contrarias a la nuestra.
Previamente los voluntarios anotaban su opinión sobre ciertos temas altamente polarizadores de la sociedad estadounidense, sobre los que la gente tiene opiniones fuertes e inamovibles: el derecho al aborto, el sí o el no a la guerra y el reconocimiento o la negación del rap como género musical superior al country. Los participantes tenían entonces que leer, escuchar o ver hablar a un interlocutor que opinaba lo contrario a ellos mismos. La propuesta no iba orientada a buscar desacreditar la opinión del otro, sino a valorar a la persona que les comunicaba esa idea rival.
En general, en las respuestas de los voluntarios todos tendían a deshumanizar a la persona que opinaba distinta a ellos mismos, como ya se ha comprobado que hacemos los humanos con los que no piensan como nosotros. La clave está en el grado de deshumanización: si el interlocutor estaba hablando frente a ellos, el desprecio era menor. Si oían el discurso contrario en una grabación auditiva bajaba un poco más el grado de humanización. Al leer la opinión contraria los índices de deshumanización eran los más altos de todas las muestras.
O dicho de otra forma, que hay una explicación a por qué nos parece que todas las discusiones de Internet son un poco esto:
Como explicaba Schroeder, el momento Eureka por el que nació la investigación nació de una revelación personal: cuando ella y otros miembros de la Universidad de California de Berkeley leyeron en las noticias el discurso de un político contrario a sus posiciones, le consideraron un verdadero cretino, pero al escuchar de viva voz sus palabras en el telediario la postura del candidato, aunque equivocada, parecía un poco menos estúpida. El descrédito mermó.
Así que se trata de un ejercicio que permite la puesta a prueba propia: antes de indignarnos y empezar a criticar a aquel que haya dado una opinión criticable en Twitter o en Facebook podemos probar a leerla en voz alta. Si esto no va a servir para que les dejemos de considerar equivocados, sí podría servir para rebajar nuestros niveles de indignación y dar respuestas que contribuyan a hacer de las redes sociales un territorio más positivo, menos polarizado e hiriente con el prójimo.
Habilidades físicas vs digitales: el cambio que se ha abierto
Desde hace años, antes incluso de que empezaran a aparecer las redes sociales, los humanos estamos pasando menos tiempo de nuestras horas sociales interactuando en persona los unos con los otros. Esto podría estar provocando algunos efectos en nuestras habilidades sociales, especialmente para las nueva generaciones, algo que para los apocalípticos es una razón de pánico mientras que para los integrados es tomado como un cambio de paradigma.
Y el efecto de una interacción cada día más basada en el texto que en el cara a cara ya se ha estudiado por otros científicos. El término “déficit de video” se creó para explicar que ciertos ensayos habían demostrado que los niños aprenden mucho mejor de la interacción en vivo que de la información que les llega a través de pantallas.
Ya en 2003 se hizo una serie de pruebas por las que se exponían lecciones educativas (con cascabeles y peluches) videograbadas a niños pequeños frente a otras trasmitidas por educadores en persona. Aunque los bebés imitaban ambos modelos, su grado de imitación era más preciso en el caso de los educadores físicamente presentes, y desarrollaban su mímica de forma más precisa hasta los 30 meses de edad.
La comunicación cara a cara no es sólo importante para el desarrollo del lenguaje corporal: también es crucial para que los niños aprendan a interactuar socialmente con los demás. Los pequeños aprenden mejor a hacer gestos, desde señalar hasta mantener contacto visual con los demás si lo copian de personas físicas. Los efectos adversos también se han comprobado: aquellos que han tenido menor interacción física en su día a día son más torpes en esta comunicación. No es más que la constatación de que toda la comunicación no verbal (tono de voz, movimientos corporales y faciales) contiene un montón de información crucial que el texto llano no incluye.
Aunque nada de esto tendría sentido en aquellos que mezclen ambos entornos, que hayan aprendido a manejarse en ambos ambientes y sepan tener conversaciones con las penalizaciones y gratificaciones que ambos medios implican.
Frente a eso, el temor de especialistas y profanos de que una sociedad que avance más y más a la interacción virtual entierre estas prácticas. Aunque Internet ha abierto nuevas formas de socialización (por su comportamiento online todos somos capaces de reconocer a los usuarios inadaptados aún al entorno de las redes) también cambia la forma en que estas tienen lugar. La evolución de nuestros cuerpos, de nuestros sentidos, han favorecido durante milenios la comunicación física, el contacto emocional sensorial con el interlocutor.
De ahí que como opina la profesora Cindy Bunin, nos podemos volver "menos humanos al estar todo el tiempo aislados de ese feedback emocional, cosa que puede llevarnos a sentir deprimidos. El feedback estático es increíblemente dañino porque tu vida se va centrando más y más en algo que solo proporciona gratificación momentánea. Los seres humanos necesitan una interacción social física para sobrevivir".
Para sobrevivir y, también, para discutir con menos beligerancia y futilidad por Internet.
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