La medicina veterinaria a veces no difiere mucho de la humana, y de hecho somos más parecidos de lo que creemos (no voy a decir a qué especie, a vuestra imaginación lo dejo, pero de todo hay). No obstante, hay aspectos que difieren mucho incluso entre especies, por muy cercanas que sean. Para empezar, y a grandes rasgos, la medicina de animales de compañía se entiende por unidades y la de ganado se entiende por colectivos.
Esto no significa que en una explotación no se observe cada animal y se revisen bien sus estancias y su bienestar, pero a nivel de tratamientos y determinadas decisiones, ha de verse el bosque y no sólo el árbol. En ganadería, la alimentación, los tratamientos y las soluciones suelen ser a lo grande, y a veces esto causa gran impacto visual, como las ventanas ruminales. ¿Crueldad? ¿Experimentación? Asomémonos y veamos de qué se trata.
Un poco de anatomía de rumiantes para dummies
Lo de “rumiantes” tiene su motivo y no tiene nada que ver con planear venganzas o refunfuñar. Todos sabemos que las vacas comen hierba y paja, pero lo que quizás no sepamos es que carecen de los enzimas (proteínas) necesarios para digerir sus fibras. Es por ello que cada una de las cuatro cavidades que componen el estómago de un rumiante tiene su papel.
El alimento entra al retículo (la primera cavidad) tras ser deglutido y se mezcla con la saliva para formar el bolo. En un segundo paso, el rumen (la segunda cavidad) se contrae (2 veces por minuto) de manera que se mezcla con los microorganismos que habitan aquí y queda un líquido poco denso que es lo que se regurgita y se rumia.
La rumia supone una reensalivación que cambiará el tamaño de las partículas y al volver a ser ingerido irá al omaso (tercera cavidad), el cual reduce el contenido de agua, para finalmente pasar al abomaso (cuarta cavidad), también conocido como “estómago monogástrico” por ser la cavidad equivalente al estómago “no rumiante” (como el nuestro, de una sola cavidad).
Bien, en este proceso hemos mencionado a unos colaboradores especialmente necesarios, los microorganismos. Éstos viven en simbiosis con el animal dado que gracias a ellos podrán digerirse los nutrientes para los cuales los estómagos no tienen enzimas, además de producir los ácidos grasos volátiles (AGV), la fuente de energía del animal. Esta “digestión” bacteriana se llama fermentación y como resultado da, además, una serie de gases:
- Dióxido de carbono (60-70%)
- Metano (30-40%)
- Nitrógeno (7%)
- Oxígeno (0,7%)
- Hidrógeno (0,6%)
- Ácido sulfhídrico (0,01%)
En total son unos 40 litros por hora en bovinos, una cantidad que puede resultar impactante, pero recordemos, en la medicina de ganadería es todo a lo grande. Hay que tener en cuenta las dimensiones del estómago policavitario, y en concreto del rumen, los cuales en total tienen una capacidad media de 100 litros en bovinos de un año. Además, como nosotros, ellos también eructan para aliviarse de los gases.
Tan delicados como grandes
Para que esta maravillosa locomotora natural funcione bien, no basta con cualquier combustible, además de que en este caso bien el propio animal o lo que produce van a ser los productos de consumo humano y la calidad dependerá en parte de cómo se alimente. Una ligera variación en la proporción o calidad de la alimentación puede suponer el desarrollo de alteraciones fisiológicas y/o metabólicas que pueden llegar a ser muy graves.
Una de ellas es el timpanismo, algo que siempre será atendido como urgencia por la gravedad y el dolor que el animal puede sufrir. Se trata de la acumulación de gases excesiva debido a una alteración digestiva y que por alguna causa no se podrán expulsar. Según qué lo cause (etiología), será timpanismo gaseoso o espumoso (más frecuente). Aunque no es lo habitual, es aquí donde entran las trocarizaciones al rumen.
Cuando el ojo de buey está en el buey
La resistencia de los grandes rumiantes al dolor y al sufrimiento es mucho mayor que otros animales, pero no por ello las punciones van a ser la primera opción. Ante un timpanismo grave, la trocarización (hacer un agujero) puede ser una manera de aliviar la presión cuando otros métodos no serían suficientemente rápidos. Quizás os suene al episodio del Dr. House en el que practicaba una traqueotomía de urgencia con un bolígrafo, salvando las distancias, el fundamento sería similar.
La ventana ruminal es más ocasional, al menos en lo que se refiere a tratamiento como tal. Se contempla si la res tiene valor genético y sufre de timpanismo crónico. A diferencia del caso anterior, se trata de una cirugía con su anestesia, procedimiento y sutura, para que la ventana quede convenientemente sujeta. No obstante, esto supondrá que la condición corporal empeore gradualmente por la pérdida constante de los AGV.
Es por esto que, aunque no es algo habitual, en realidad no es del todo extraño ver alguna de estas ventanas ruminales en explotaciones. Sin embargo, donde es más fácil verlas es en los estudios sobre el rendimiento del pienso, usándose para acceder al rumen y poder analizar y observar tanto los procesos digestivos como tomar muestras para analizar los componentes y/o si la fermentación es correcta.
No hagamos el agujero más grande de lo que es
A grandes males, grandes remedios. Las ventanas ruminales miden unos 20 centímetros de diámetro en un animal de 2,40 metros de longitud. Es lógico que ver esto con ojos externos al gremio cause impresión, más aún cuando es poco frecuente, pero desde luego no se trata de una práctica abusiva, dolorosa o una de aquellas dudosas prácticas de experimentación animal antes de que hubiese legislación y comités éticos.
Decir que el animal no sufre o no siente nada tampoco sería cierto. Evidentemente ni la cirugía será cómoda ni será agradable que se introduzca el brazo para la toma de muestras. Como hemos dicho, bien es cierto que estos animales tienen una mayor resistencia al dolor que otros, pero en cualquier práctica se valora el umbral de dolor y, salvo en punciones de urgencia como las que comentábamos, se aplica la anestesia y analgesia necesarias como en cualquier otro caso para reducirlo en la medida de lo posible.
Además, en general, en medicina, lo invasivo tiende a la baja y se evita en la medida de lo posible, y esto se mantiene también para la veterinaria y el ganado, por mucha medicina de masas que sea. Las incisiones suponen un riesgo al exponer estructuras internas a las amenazas del exterior, y las cirugías digestivas son particularmente peligrosas por el propio contenido de las vísceras.
Pero, sobre todo, es caro. En ganadería el dinero manda en la balanza y las consideraciones individuales nunca son baratas. De este modo, realizar ésta u otra intervención compleja resulta una inversión puntual por parte del ganadero para un solo animal, por lo que la decisión no se toma a la ligera ni se hace por gusto de nadie (del ganadero, del veterinario y del paciente).
La evolución de la medicina y la investigación va en una dirección contraria a este tipo de prácticas y lo lógico es que vayan quedando cada vez más como recursos obsoletos y muy ocasionales para dejar paso a técnicas modernas más seguras. Pero mientras lleguemos a ese punto, huyamos de la desinformación y los titulares sensacionalistas, y recordemos que, aunque espeluznante, el fin último de ésta y otras técnicas es el bienestar del animal.
Imágenes | Álvaro Mechoso, Devra
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