Un caballo, un cuaderno y unos cuantos instrumentos cartográficos le bastaron a Domingo Fontán para construir una historia tan épica como desconocida. Este geógrafo entregó más de 20 años de su vida a realizar una obra adelantada a su tiempo: la Carta Geométrica de Galicia; un mapa que retrata el territorio con un rigor que, en muchos lugares, no se consiguió superar hasta que el ser humano pudo enviar satélites al espacio. Y este gallego lo logró en 1834.
Domingo Fontán Rodríguez nació en Porta do Conde, una aldea del municipio de Portas, en Pontevedra, el 17 de abril de 1788, un año antes de la Revolución Francesa que acabaría influyendo de forma decisiva en su formación. Su tío Sebastián, sacerdote en la villa de Noia, había acogido en la parroquia a un grupo de religiosos franceses que habían huído de su país. Y gracias a ellos, años después, Domingo aprendió sus primeras nociones de francés e inglés.
En 1800, siendo un niño de 12 años, Fontán se matricula en Filosofía en la Universidade de Santiago de Compostela. Asiste a clases de numerosas ramas de las Humanidades y las Ciencias Exactas, y pronto da muestras de su capacidad para el estudio. Con apenas 24 años, en 1812, ya es catedrático substituto, y poco después se convertiría en catedrático titular.
Uno de sus profesores, José Rodríguez, era un matemático de referencia internacional, autor de algunos de los trabajos que definieron el sistema métrico decimal. Y también hoy olvidado y desconocido en Galicia y España. En 1808, está documentado que Rodríguez presentó ante la Junta Suprema Central del Reino el proyecto para elaborar un mapa general de España, que al final no vio la luz debido a la Guerra de Independencia, la conflictividad política y los encargos que Rodríguez recibió del extranjero (entre ellos, la oferta del zar Alejandro I para dirigir el observatorio de San Petersburgo, que acabaría rechazando).
¿Cómo se hizo la carta?
"Toda nación civilizada que desea la prosperidad de su país debe tener a la vista un diseño exacto de este", dejó escrito Rodríguez en el proyecto encargado por el gobierno. Su discípulo Fontán grabó a fuego aquellas ideas en su memoria. Y quiso dotar a su tierra, Galicia, del rostro que ayudaría a entenderla (y entenderse) mejor. Un palomar del Pazo de Sobrecarreira fue el campo del pruebas donde empezó todo. En este lugar, situado cerca de la ciudad de A Coruña, el geógrafo comenzó a trazar ángulos con sus aparatos y su plancheta, y a anotar los accidentes geográficos que veía en el horizonte para luego calcular sus distancias.
Aquí Rodríguez también jugó un papel clave. El maestro de Domingo había traído de sus viajes por Europa algunos de las herramientas cartográficas más precisas y modernas de aquel momento, así como las obras de los geógrafos de referencia en el continente. Y como Rodríguez, Fontán utilizó también el sistema métrico decimal, algo que en España apenas se hacía en aquel momento. Todo ello se notó al realizar aquellas pruebas; y todo parecía ir sobre ruedas.
Hacía falta, sin embargo, un punto de partida para ubicar aquellas medidas en un determinado punto de la Tierra. Y Fontán escogió un lugar simbólico, que además quedaba a sólo unos pasos de su casa en la rúa do Vilar de Santiago: la Berenguela, la torre del reloj de la Catedral, sería la primera estación desde dónde mediría el resto de la Carta Geométrica de Galicia.
"Encontré la latitud de la Torre de la Catedral por más de 144 observaciones astronómicas de la Polar, y por otras 200 de Orión y por alturas meridianas del Sol", anotó en sus cuadernos de trabajo. Ya tenía ubicado su punto de partida. Pero faltaba otra pata importante: una recta con una medida exacta, que fuese el primer lado de los múltiples triángulos con los que iba a construir el mapa. Lograr esto en Galicia, un territorio ondulado, escarpado y con pocas llanuras, era complicado. Pero consiguió trazar esta línea al norte de la ciudad de Santiago, entre Boisaca y Formarís.
Además, para facilitar el trabajo, Domingo Fontán decidió dividir Galicia en dos partes, la oriental y la occidental. Comenzó por el oeste, y pocos años después se centró en terminar la parte este, para la que trazó otra recta en O Corgo, cerca de Lugo. Y midió también las zonas fronterizas con Portugal, Castilla y León y Asturias, para facilitar una posible extensión de la Carta al resto de la Península.
Era un trabajo que requería una enorme precisión, correcciones constantes y que, sobre todo, obligaba a recorrer palmo a palmo el terreno para no dejar ningún detalle al azar. En la época en la que vivió Fontán, Galicia era uno de las zonas más pobladas de la península Ibérica. Y además, como aún ocurre hoy, su población es muy dispersa (según el INE, la mitad de los núcleos de población de toda España están en Galicia).
Así, Fontán y sus ayudantes ocasionales se subían a lo alto de las montañas, de los campanarios de las iglesias, anotaban los ríos, los puentes, las posadas, las ferias, las herrerías, los monasterios... Más de 27.000 kilómetros cuadrados que el geógrafo pisó casi metro a metro. Cada estación era un vértice para trazar una nueva rama de triángulos, y era también un nuevo trazo para conocer mejor Galicia. Todo quedó registrado en la Carta.
A bastantes kilómetros de distancia, su hermano Andrés, muy ligado a Domingo durante toda su vida, hacía un trabajo indispensable para el éxito del proyecto. Todos los días, a la misma hora, Andrés y Domingo tenían un cometido. A nivel del mar, en Noia, el primero calculaba la presión y la temperatura; y mientras, el geógrafo hacía los mismos cálculos en la estación donde estuviera situado. De esta manera, se podía calcular la altura de los vértices en los que se encontraba Domingo, lo que hacía el mapa aún más exacto.
Del terreno al papel
Cuando terminó de recorrer Galicia, Fontán tuvo que afrontar la siguiente fase del proyecto: poner sobre el papel los miles de anotaciones que había hecho durante años. En diciembre de 1834, al fin, después de diversos obstáculos y múltiples revisiones, la regente María Cristina vio de primera mano el manuscrito de la Carta, y autorizó los trabajos de grabado.
Sin embargo, habría que esperar aún 11 años más para que el rostro de Galicia pudiese empezar a difundirse por el país. Las dificultades económicas y técnicas para realizar el grabado (ya que la carta tenía unas dimensiones considerables) obligaron a Fontán a viajar a París. En estos años, el geógrafo mejoró aún más una obra de ya enorme precisión. Las correcciones y nuevos cálculos que enviaba al taller de París fueron constantes.
Y por fin, en 1845, fue posible sacar una tirada de cientos de ejemplares que viajaron hasta el puerto de A Coruña, para repartirse desde allí por Galicia y España. Hoy, algunas de estas copias del grabado presiden lugares de referencia en Galicia, como el Parlamento, la Real Academia Galega de la lengua, la Facultad de Geografía de Santiago, donde estudió y dio clase Fontán, o la casa-museo del escritor Otero Pedrayo, uno de las figuras de la cultura gallega que más admiró a Fontán, y que utilizaba la Carta como guía de viajes para moverse por Galicia.
A pesar del enorme esfuerzo que supuso componer una obra de esta magnitud, la vida de Domingo Fontán no se limitó a la Carta. Tal y como cuenta su tataranieto César Camargo, que hoy gestiona la Fundación que lleva el nombre del geógrafo, "harían falta varias vidas para vivir lo que él vivió". Al año siguiente de presentarle su mapa, la regente María Cristina lo nombre director del Real Observatorio Astronómico de Madrid.
Fue también político, y entre 1836 e 1843 obtiene el acta de diputado en las Cortes por Pontevedra, Lugo y A Coruña. También fue empresario al heredar una fábrica de papel en Lousame, cerca de Noia, que administró durante años. Y en sus últimos años, el geógrafo también pudo ver cómo el mapa comenzaba a ser una herramienta para el desarrollo de Galicia que tanto anhelaba. La primera línea de ferrocarril, entre Cornes, cerca de Santiago de Compostela, y Carril (Vilagarcía de Arousa) se proyectó en base al consejo de Fontán y a su mapa. Participó en el diseño de la vía y fue uno de sus concesionarios.
Sin embargo, no la vio terminada. El 24 de octubre de 1866, siete años antes de la inauguración de la primera línea de tren de Galicia, Domingo Fontán fallecía a causa de una cistitis en el balneario de Cuntis, muy cerca de su aldea natal de Porta do Conde.
Desde 1988, los restos del autor de la Carta Geométrica de Galicia descansan en el Panteón de Galegos Ilustres, junto a Rosalía de Castro, Castelao y otras figuras clave de la cultura gallega. Sin embargo, su figura ha pasado desapercibida en amplios sectores de la sociedad. Y en el resto de España es un absoluto desconocido, a pesar de haber trazado el primer mapa científico de la península Ibérica, que tardó mucho, mucho tiempo en ser igualado.
En los últimos años, sin embargo, varias obras han rescatado la importancia de Fontán, como antes ya habían hecho Otero Pedrayo o Castelao. La novela Fontán, de Marcos Calveiro, y el ensayo Otra idea de Galicia, de Miguel Anxo Murado, han dado que hablar de nuevo sobre la magnitud de su figura. Y este año, la Real Academia Galega de Ciencias honrará al cartógrafo el 8 de octubre, con motivo del Día da Ciencia en Galicia, que recordará la vida y la obra del autor del célebre mapa con actos institucionales y actividades de divulgación.
Hace un par de años, en la herramienta cartográfica que la Xunta de Galicia utiliza para conocer y administrar el territorio, se rindió homenaje a Fontán. Junto a todas las capas realizadas (el vuelo americano de los años 50, imágenes por satélite, los mapas más precisos que se han hecho gracias a la ortofotografía aérea) estaba superpuesta la Carta Geométrica de Galicia. Sorprende ver la exactitud de sus medidas y de la ubicación de los lugares que marcó Fontán respecto a lo que registraron más de 100 años después unas herramientas que costaron millones de euros. La Carta se desvía apenas unos cientos de metros.
Y en este mismo visor se puede comprobar otro detalle que ennoblece aún más la figura de Fontán. Por encima de todo el rigor científico, el geógrafo quiso marcar para siempre en la Carta el lugar de dónde vino. Si nos acercamos a Porta do Conde, su aldea, podremos leer la única licencia que se concedió después de más de 20 años de trabajo. Allí, entre paréntesis, bajo el nombre del lugar, está escrito "Patria del autor".
Se pueden ver todas las partes del mapa aquí.
Una versión anterior de este artículo fue publicada en septiembre de 2018.
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