Hace 30 años la humanidad entera soñaba con un futuro en el que todo era posible: robots haciendo el trabajo sucio, coches voladores, pasear por ahí ataviados con ropas plateadas, comida en la nevera con sólo pedirla en voz alta, videojuegos indistinguibles de una imagen real... Las guerras serían una ordinariez del pasado y nuestra mayor preocupación sería en qué gastar los montones de dinero que el neocapitalismo infalible ingresaría en nuestras cuentas.
Nos hemos quedado muy lejos de esa utopía, pero si no nos hemos vuelto locos de frustración y de rabia en este futuro desilusionante es gracias a una sola cosa, un salvavidas tan bello y tan puro que nadie imaginó jamás que podría suceder, ningún autor de ciencia ficción lo incluyó en su lista de Cosas Chachi Del Futuro y ni el más optimista de los vendehumos del marketing y la publicidad supo conjugarlo. Esa cosa es, efectivamente, el porno gratis.
Pero como todo en la vida, el porno gratis nunca es del todo gratis. Hay que pagar un precio, y los antros de necesaria perversión que son los tubes porno se alimentan de nuestra alma y nuestro tráfico de datos con un peaje del horror: los banners:
Hoy, para evitar que llenéis vuestro ordenador de malware y mantener a salvo vuestra cordura, me pongo una escafandra y un traje de neopreno y me lanzo al abismo de la publicidad pornográfica de baja estofa. Sin jaula de seguridad, y sin sentido común, quiero sacar a relucir y tratar de explicar y clasificar las delirantes pepitas de abandono moral que corren por las venas de los tubes porno. Un ordenador viejo, un pestillo reforzado, una botella de whisky y una caja de aspirinas. Todo sea por la ciencia.
El tamaño es importante
Hace lustros que la Viagra y sus imitaciones pueblan el spam en el correo electrónico, y en el porno no es diferente. Aquí, eso sí, parece que el problema que tratan de abordar las oscurísimas empresas que contratan estos banners tiene que ver más con el tamaño que con el rendimiento.
Y lo habitual es que echen mano de clásicos de la medicación para el adelgazamiento o la musculación como la idea de que la industria farmacéutica se siente amenazada por productos demasiado efectivos y lo quieren prohibir. Es un truco muy viejo y, por la frecuencia con la que seguimos viéndolo, parece que todavía funciona.
Y, como todo en el porno, la constante es siempre ir un poco más allá hasta que los cartelitos de reclamo pasan de ilustraciones de anatomía con medidas de crecimiento plausibles a montajes fotográficos de un señor con un miembro de tres metros al hombro y la promesa de una progresión mágica.
Las redes sociales son tu salvación
¿Cansado de que las mujeres te rechacen? ¡No hay problema! Las redes sociales que se anuncian junto al porno son lo más parecido a las alucinaciones de un mártir de Al Qaeda: docenas de señoritas dispuestas a satisfacer las necesidades sexuales de uno, con el criterio completamente anulado y lubricación permanente. ¡Te están esperando!
Obsérvese cierta tendencia obsesiva a huir de todo atisbo de sentimentalismo o romance: aquí se viene a lo que viene. Las citas son idioteces y las conversaciones son chorradas. Algunos de estos sites hasta argumentan una necesidad que te acerques para compensar la abrumadora sobrepoblación de mujeres hambrientas de sexo que vienen sufriendo, como si fuese una plaga de langostas.
La mitología que disfraza estos indudables campos de nabos solo se puede materializar de una forma que nos lleva a la siguiente categoría de banners: los espantapájaros.
Si tan solo tuviera un cerebro...
Como animatronics esclavizados, cientos de banners tratan de simular ventanillas de chat donde una señora de buen ver intenta llamar nuestra atención. No sé hasta qué punto esta treta funciona con gente acostumbrada a las engañifas de internet, pero no me cuesta imaginarme a más de un pobre infeliz tratando de relacionarse con ese gif malsano y cruel.
De nuevo, la amiga Sofía parece haber captado al vuelo la filosofía de todo este tinglado: propuestas sencillas, respuestas fáciles. Un logo de WhatsApp para confundir, y al grano. Algunas parecen un poco más dadas a los rodeos, pero la elaboración del ligoteo tampoco es ninguna maravilla.
El Método
Una de las prácticas más recientes en la publicidad porno es aludir a lo que se conoce como "Seducción científica", ese tipo de ingeniería social que algunos tarados aplican en la vida real para tratar de meterla en caliente a costa de su propia dignidad.
Se habla de tretas psicológicas, técnicas de hipnosis y otros tipos de estafa emocional que para algunos pobres diablos son el salvavidas de una vida sexual muerta. Y los banners porno, acostumbrados a pescar entre los desinformados, los enfermos y los disfuncionales, han encontrado ahí un nicho perfecto para llamar la atención.
Algunos hasta bordean la apología de la violación o acuden a la vieja escenita del vendedor de crecepelo y los misterios de la química aplicados a la seducción a través de las hormonas.
O incluso se atreven con algo como unas hipotéticas palabras mágicas, literalmente, que convierten a la mujer en un robot despojado de voluntad dispuesto para el sexo. Porque, total, puestos a ser un misógino por qué no llegar hasta el final.
Cuando ya nada importa
Y aquí llegamos al tipo de banners que da sentido a este artículo y al que da más miedo asomarse, los que siguen el viejo patrón:** “si no puedes ser el mejor, sé el más raro”**. Hentai disparatado, escenas de sexo renderizadas por ordenador que son una auténtica pesadilla, mensajes sin ningún pudor ni sentido de la ética y cosas que difícilmente alguien es capaz de explicar.
El Gollum travestido es ya un clásico del surrealismo publicitario e internet, pero no es ni mucho menos el más impactante. En este punto los autores de estos banners parecen haberse vuelto locos, como si dedicar la jornada laboral a hacer estas postales demenciales les hubiese destruido el cerebro o han descubierto que a veces un click depende de la curiosidad y la sorpresa más que de la sugestión.
Santo Dios, por qué y qué hay detrás
Entre los traffickers, que son los que encargan este material gráfico a los diseñadores, es bien sabido que cuanto más ridículo, soez y peor elaborado es el banner, más clicks recibe. De hecho los banners porno con diferencia el tipo de publicidad que más Conversion Rate consiguen, y los estudios de las compañías apuntan un éxito especialmente amplio entre los anuncios de aspecto poco profesional e incluso con errores gramaticales.
En una ocasión leí una entrevista a una diseñadora israelí que se dedicaba a realizar estos montajes para una empresa alemana, y recordaba que la frase que más le decían era “demasiado bonito, dale otra vuelta más amateur”. «Las mujeres son solo la imagen», explicaba, «pero las frases las escriben hombres y las leen hombres, al final es todo un poco gay.»
Las traducciones eran siempre a base de Google Translate, las imágenes tomadas sin permiso de cualquier web o red social y el cliente tras el banner... una de esas compañías legalmente borrosas que viven de mover tráfico, instalar malware en el ordenador o el teléfono móvil y hundirnos en una espiral.
No hay más, enlaces que llevan a otros enlaces que llevan a otros enlaces, sólo laberintos de ventanas emergentes.
He evitado a conciencia los banners de productoras porno y me he centrado en los que parecen ocultar algo más, y lo único que esconden es un gran vacío: no hay contenido, no hay productos en venta y no hay más que agujeros negros de tráfico moviéndose de un lugar a otro. Mientras tanto, mi viejo ordenador para experimentos ha dejado de arrancar y mucho me temo que esta ha sido su última aventura.
Dicen que la pornografía y los juegos de azar son los dos motores del progreso tecnológico (los primeros DVD comerciales eran porno y las primeras películas para la inminente realidad virtual también lo son), pero si la publicidad acaba por acercarse a este modelo, quizá quedarnos sin coches voladores ni ropa plateada es lo mejor que nos podía pasar.
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