“...Veíale en las manos un dardo de oro largo, y al fin del hierro me parecía tener un poco de fuego. Este me parecía meter por el corazón algunas veces y que me llegaba a las entrañas. Al sacarle, me parecía las llevaba consigo, y me dejaba toda abrasada en amor grande de Dios. Era tan grande el dolor, que me hacía dar aquellos quejidos, y tan excesiva la suavidad que me pone este grandísimo dolor, que no hay desear que se quite, ni se contenta el alma con menos de Dios...”
Capítulo 29 de El Libro de la Vida, Santa Teresa de Jesús.
El celibato, un invento tardío
Lo sexual siempre ha sido un tema estrechamente vinculado a los principios de la Iglesia Católica, ya desde sus orígenes. No sólo en lo referente al celibato de los sacerdotes de la congregación, un precepto estipulado en el I Concilio de Letrán de 1123, y que, hasta su publicación, dejaba al libre albedrío de los representantes eclesiásticos la opción de vivir en pareja, sino en las diferentes representaciones literarias, artísticas, etc. que veían (y siguen viendo) la luz bajo el seno de la institución romana.
Que ésta, la iglesia entendida en su sentido más amplio, fuera la aglutinadora de casi todo movimiento pictórico, escultórico, arquitectónico o literario hasta el nacimiento del arte burgués, hasta el desplazamiento del foco del templo a la ciudad, fue un factor de vital importancia para que las pulsiones sexuales, reprimidas interior o exteriormente, afloraran de diferentes maneras en las obras, aparentemente sacras, de variados artistas o artesanos.
Catedrales con sorpresas
Algún ejemplo a lo largo del tiempo de esta sexualidad más o menos obvia puede ser el texto de Santa Teresa de Jesús que abre este artículo, y que sirvió de inspiración para la famosa escultura de Gian Lorenzo Bernini (Éxtasis de Santa Teresa) que aún puede verse en la romana Iglesia de Santa Maria della Vittoria, las aberrantes prácticas sexuales descritas por El Bosco en su Jardín de las Delicias, o los aditamentos eróticos que fueron añadidos a algunos de los templos románicos construidos en la Península Ibérica durante el medievo.
Pero merece la pena, más allá de estos arquetipos, recordar alguna forma de expresión quizá menos conocido pero no por ello menos intrigante.
Culo o codo feminine medieval style
La imagen de portada pertenece al Salterio de Bonne de Luxemburgo, un manuscrito del Siglo XIV, perteneciente a la Duquesa del mismo nombre (Bonne de Luxemburgo), conocida mecenas de las artes y madre del Rey de Francia, Carlos V, que ahora puede verse en la colección The Cloisters del Metropolitan Museum de Nueva York.
La miniatura, atribuida al ilustrador de manuscritos Jean Le Noir, muestra la herida en el costado de Cristo producida por la lanza con la que el soldado romano Longinos abrió el pecho de Jesús de Nazaret. Sin embargo la imagen se parece curiosamente al interior de la vulva femenina ¿es esta similitud una mera coincidencia?
No es este salterio el único ejemplo de representaciones vaginales en diferentes libros del medievo tardío, siempre asociados a una plasmación en vertical de la herida en el costado de Jesucristo. Una similitud en la forma aparece en muchos Libros de Horas, manuscritos que eran usados por las mujeres nobles para recitar sus oraciones diarias.
Esta asimilación cobra un especial interés en las reflexiones de las místicas donde la herida tiene suma importancia para alcanzar el estado contemplativo que define este modo de entender el sentimiento religioso.
Cuando Jesús encontró a Santa Teresa (y a más santas)
En efecto, si volvemos de nuevo al texto de apertura y buscamos, en las líneas que lo forman, la génesis del éxtasis de la Santa de Ávila, veremos que viene determinado por la entrada en su cuerpo de una lanza que, a similitud de la de Cristo, deja una herida en su costado y al mismo tiempo una mezcla de dolor y placer físico muy similar en su descripción a la de un orgasmo que “no hay que desear que se quite” y que le hacía “dar aquellos quejidos”.
Pero no es la religiosa abulense un ejemplo aislado en el que se muestra la similitud entre las heridas físicas y un sentimiento placentero consecuente a la exaltación sexual. Si consultamos la obra de Juliana de Norwich, uno de los máximos exponentes del misticismo británico, podemos hallar la siguiente reflexión autobiográfica:
Concebí un gran deseo de recibir tres heridas en mi vida, a saber, la herida de la verdadera contrición, la herida de la compasión del amor, y la herida de desear ardientemente a Dios con toda mi voluntad.
Y también un cáliz
Este paralelismo que vincula a la herida en el costado de Cristo con el concepto de lo femenino en una institución tan patriarcal como la Iglesia Católica, tiene su conclusión en el Cáliz Sagrado, en el Santo Grial que sirvió como utensilio en la última cena y también para recoger la sangre de Cristo tras el lanzazo de Longinos.
De nuevo las similitudes entre el cáliz, es decir, una copa que, en el catolicismo, simboliza el ciclo eterno de nacimiento-muerte-resurrección, y los órganos reproductores/sexuales son más que evidentes, haciendo que sea posible añadir una interpretación en femenino de estos preceptos cristianos tradicionales.
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