Puede que el lector haya tenido sus propias experiencias en el aula con respecto al trabajo del autoestima de los alumnos. En mi caso, millennial de un colegio español de monjas evangelistas, tuve una mayoría de profesores corrientes, pero dos de ellos, la profesora de inglés y la de plástica, eran distintas, más permisivas con nosotros. Teníamos, por ejemplo, un tablón al que se le iban añadiendo estrellas por cada respuesta bien dada en clase, y sus correcciones de los exámenes tenían aquí o allá anotaciones animándonos por nuestro ingenio o esfuerzo por aprender. Mientras el resto de profesores corregía en rojo, ellas lo hacían en negro o en verde.
Es un debate que va y vuelve, que nos recuerda cómo ha cambiado el modelo educativo de los niños tanto en países anglosajones como en el resto de occidente. Una inteligencia emocional que se aplica en el aula, pero que permea las otras facetas formativas, como son la educación en el hogar o durante las actividades extraescolares.
Este replanteamiento pedagógico ha conseguido importantes avances. No están tan lejos los días en los que ciertos profesores aplicaban maltrato físico. Tampoco los padres que creían que la violencia es una herramienta útil (está demostrado que una educación autoritaria en la que los educadores sólo medien para castigar provoca problemas de desarrollo cognitivo). Hoy tenemos una visión de la educación más avanzada con respecto al uso del castigo físico y es gracias a ese cambio de chip mental.
Pero desde los años 80 y 90, y a causa de las tendencias en candentes en estas décadas en el campo de la psicología, también se ha colado una vertiente más utópica que tiene como objetivo sagrado lo siguiente: debemos hacer todo lo posible para que el niño tenga la mejor de las autoestimas. Como veremos 30 años después, inesperadas y perniciosas consecuencias.
De California al resto del mundo
La historia de la psicología del autoestima es la historia de John “Vasco” Vasconcellos. Vasconcellos creció en el seno de una familia católica. Viviendo como vivía en Estados Unidos, eso significaba que sus valores eran algo distintos a los de la mayoría de sus compañeros y amigos (protestantes). En su casa había, en comparación, una mayor defensa del sacrificio personal. Era un estudiante brillante y un gran miembro de su comunidad, pero, según él mismo contaba, se sentía mal consigo mismo. Incapaz de valorar su méritos. Pensando constantemente en todo lo que le quedaba por mejorar.
Tras sus estudios universitarios entró en política y acabó de congresista demócrata estatal en California. Después de muchos años de dedicación un buen día descubrió que se sentía miserable, un farsante pese a los logros que había logrado en la vida. Fue a terapia psicológica con un cura de ideas muy innovadoras por aquel momento. Según él, le cambió completamente la vida. Había aprendido a quererse y desde entonces luchó por que todo el mundo tomase la misma receta que le había salvado a él, especialmente los niños.
Porque ese problema que arrastraba desde su infancia debía ser, según él mismo, la causa de todos los males sociales. El fracaso escolar, la adicción a las drogas, la violencia doméstica y callejera y hasta el abuso infantil. Algo que, ey, le vendría muy bien solucionar al país para dejar de invertir tanto gasto en programas de reinserción y beneficencia.
Así nació el evangelio del autoestima, campañas por las que intentaba recaudar apoyos para llevar a cabo investigaciones estatales que diesen alas a su teoría. Necesitó varios intentos, los rivales y los medios se reían constantemente de su propuesta hippy trasnochada, pero el pueblo californiano estaba de su parte y en 1986 logró que el Gobernador de California George Deukmejian le permitiese llevar adelante el proyecto.
La Universidad de California puso a varios de sus investigadores a estudiar durante un par de años los posibles vínculos entre la baja autoestima y los conflictos sociales analizando todos los estudios previos en materia, para lo que se creó el Grupo de Trabajo para Promover la Autoestima y la Responsabilidad Personal y Social. Según recogería la prensa después, el equipo había concluido que “los hallazgos correlacionales son muy positivos y convincentes'".
Esta interpretación de la educación había ganado además notoriedad en todo este tiempo. Tanto Vasconcellos como otras figuras habían ayudado a dar tracción mediática a este discurso: nuestro político publicó el superéxito The Social Importance of Self-Esteem recopilando los datos de la investigación, los servicios sociales empezaron a enmarcar el problema de las drogas en base a la supuesta falta de amor propio de los adictos, bandas callejeras iban a los colegios a decirle a los niños lo poco que se querían en la infancia, lo que les había llevadp por el camino del crimen. Algunos profesores incluso empezaron a permitir que los alumnos también les evaluasen a ellos mismos. Así en un largo etcétera.
Después del informe del equipo técnico de Vasconcellos la tendencia se agudizó aún más, incorporándose como política oficial en forma de grupos de trabajo de autoestima meses después en las aulas de 40 de los 58 condados de California, a las que luego se sumarían otros tantos centros educativos del país. Los acusados en juicios relacionados con estupefacientes empezaron a aparecer en los juzgados con esposas distintas al resto de procesados. Si un condenado completaba exitosamente su pena o sus tratamientos de reinserción, el estado les premiaba.
A la corriente del autoestima se sumaba otro de los conceptos con más predicamento entre los estadounidenses: el pensamiento positivo, una ideología o terapia que ganó notoriedad también en esta época gracias a los manuales de autoayuda, un mercado de miles de millones de dólares en plena edad de oro. Ambas ideas se retroalimentaban: no importa que te encuentres con obstáculos o dificultades en tu vida. Lo importante es ver lo bueno que hay en ti y mirar al futuro con optimismo. Lo bueno llegará.
Una mentira repetida mil veces
Como explicaría el periodista Will Storr en uno de sus libros tras hablar con los investigadores del equipo californiano, aquel famoso estudio de 1986 que cimentó teóricamente todas las reformas educativas en pos de mejorar la autoestima de millones de alumnos… había sido una estafa.
Aquellos “hallazgos correlacionales muy positivos y convincentes” no se trataba más que una deformación de una de las declaraciones grabadas que hizo alguien del equipo en una de las sesiones de estudio. La frase original decía que “estos hallazgos correlacionales son bastante positivos, bastante convincentes…", refiriéndose a una parte de la investigación, y a continuación “pero en otras áreas las correlaciones no parecen ser tan buenas y no estamos muy seguros de por qué. Y dado que son correlaciones, no estamos seguros de cuáles son las verdaderas causas”. Esa segunda parte de la intervención no se conservó en los documentos del estudio, pero sí se usó la primera en la nota de prensa.
El resto del informe, del que poca prensa se hizo eco, venía a decir que todos sus resultados eran poco concluyentes, con frases tan demoledoras como "la asociación entre la autoestima y sus consecuencias esperadas son mixtas, insignificantes o ausentes".
Que el programa de investigación se hubiese gastado 30.000 dólares sólo en relaciones públicas y tuviese contratados a cinco publicistas a tiempo completo también pudo influir en la espectacular recepción de las premisas de Vasconcellos.
Pero en realidad, y como declaró uno de los investigadores que se negó a firmar el trabajo final, el documento sólo era un mero trámite para una revolución pedagógica que ya estaba en marcha. En su bestseller publicado en 1994, Los seis pilares del autoestima, el gurú del autoestima Nathaniel Branden insistía que uno:
No puede pensar en un solo problema psicológico (desde la ansiedad hasta la depresión, pasando por el miedo a la intimidad o al éxito y hasta la violencia doméstica y el abuso de menores) que no se pueda rastrear hacia el problema de baja autoestima.
Ese era el clima del momento.
Aquí van algunos de los fenómenos asociados a esa potenciación del autoestima en el alumno: los colegios empezaron a dar medallas tanto al del primer puesto de una carrera como al del decimocuarto. A día de hoy se dan incluso trofeos de participación en clase. Los profesores de educación física empezaron a eliminar pruebas difíciles como la de escalado de cuerda para no hacer sentir mal a los muchos niños que durante décadas habían sido incapaces de subirla. También el consabido cambio de rotulación de los fallos en los exámenes cambiando los bolis rojos por otros en tonos menos agresivos.
El balón Koosh, uno de entre decenas de ejercicios dedicados al autoestima, consiste en que los niños se pasen la pelota diciendo algo positivo del compañero que tienen al lado creando una cadena infinita de cumplidos. Colegios en cuyos espejos de los baños se leía: "¡Ahora estás mirando a una de las personas más especiales en todo el mundo!". Como demuestran libros infantiles populares de aquellos años como The Lovables in the Kingdom of Self-Esteem, se hizo mucho hincapié en que a partir de este momento todos los niños supieran que eran especiales. Porque bajo el prisma de las ideas de Vasconcellos y compañía, todo el mundo era especial de una u otra manera.
"Si crees en ti mismo todo es posible" o "Antes de poder amar a otro debes primero amarte a ti mismo" son ahora lugares comunes en la literatura psicológica y de autoayuda, sin embargo como señaló la psicóloga Jean Twenge, son premisas que ni se decían ni se daban por hecho antes de la llegada del movimiento por la autoestima. Son consejos individualistas e ilusorios, pero muchos creen hoy que son ciertos.
De millennials y consecuencias del refuerzo positivo
La campaña educativa por la mejora del autoestima es muy similar a otras que se han podido ver en algunas aulas tiempo después, como las poses de poder (la errónea creencia de que mejorando nuestro lenguaje corporal tendremos más liderazgo), los tests de asociación implícita (programas que creen que con mostrar a los alumnos sus prejuicios racistas o sexistas ayudará a que dejen de serlo en el futuro, cosa que no ocurre) o el "grit" (el último grito, una serie de juegos para mejorar nuestra "pasión y perseverancia"), todas ellas aplicadas en algunos centros formativos. Son modas pasajeras que podrían no tener mayor importancia.
Pero con el tema del autoestima estamos hablando de algo distinto, una premisa cuasirreligiosa y que se ha mantenido de forma subrepticia en las políticas educativas a lo largo de las décadas: proteger a los niños de todo posible feedback negativo, como sacar malas notas, y potenciar esas áreas en las que el niño es “especial”.
¿Consecuencia directa? Una brutal inflacción en las notas académicas estadounidenses hasta tal punto que han perdido su significado. Entre 1968 y 2004, el número de alumnos con expediente de sobresaliente antes de entrar en la universidad ha pasado del 18% al 48%. Es decir, que el sobresaliente es la nota más común que ha recibido cualquier niño norteamericano, tanto en la escuela pública como en la privada, desde 1997. Y esto no se debe a que los jóvenes sean ahora más inteligentes o vayan más preparados: la nota media que sacan los chicos en las pruebas de selectividad son las más bajas de la última década. Esta sobreprotección del ego del alumnado tampoco ha ayudado a mejorar especialmente los índices de escolarización, algo que podría beneficiar al conjunto de la sociedad contrarrestando esos efectos negativos: en estos 36 años el abandono escolar sólo ha caído un 5%.
A comienzos de los 2000 la literatura científica acerca del autoestima volvió a revisarse sólo para confirmar que es muy difícil vincularla directamente a todos los problemas sociales. Sí ha podido concluirse con más éxito que, entre los niños de secundaria, la autoestima del alumno no predice su rendimiento académico posterior, pero el rendimiento académico del alumno sí va vinculado a un autoestima superior al de la media de alumnos.
Es decir, que en contra de lo que proponían los responsables de esta campaña, la cosa no es que mejorando el amor propio y el sentimiento de valía del niño éste vaya luego a sacar mejores notas, sino que aquellos que se ven como mejores que sus compañeros tienen un sentimiento de valía superior, propio a sus capacidades. Uno es consecuencia del otro, pero en este caso no puedes intercambiar el orden de los factores para dar el mismo resultado.
Por eso mismo mucha de la literatura que consultaron previamente los analistas de California mostraba que ciertas conductas criminales y riesgos de sufrir altos niveles de agresiones físicas estaban vinculados a personas de baja autoestima. Pero de nuevo, este sentimiento de inferioridad puede deberse precisamente a esos problemas que arrastran, no una consecuencia de ello. Malinterpretaron los datos que tenían a su alcance.
Además, una autoestima alta no protege al sujeto de la violencia, más bien lo contrario: existe un subgrupo de individuos con mucho amor propio (específicamente aquellos cuya autoestima es inestable) que tienen mayor riesgo de acabar realizando agresiones físicas. Como se sabe, uno de los rasgos más comunes entre los psicópatas es el narcisismo.
Las personas con mayor nivel de autoestima son, también, peores a la hora de encajar las críticas: en pruebas controladas demuestran protestar ante evaluaciones negativas de su trabajo con más resistencia, respondiendo a sus evaluadores en un tono más alto que los participantes con un autoestima baja o media.
Nuestra estabilidad emocional, nuestras posibilidades de ser felices, dependen fuertemente de que seamos capaces de interpretar la realidad sin distorsiones. Una mirada exageradamente pesimista de nosotros mismos puede llevar fácilmente a la infelicidad, sí, pero un ego demasiado grande también tendrá consecuencias negativas cuando nos enfrentemos a los obstáculos.
Esto mismo es lo que ha llevado a muchos a concluir que los millennials, la primera generación de niños criados bajo el boom de la ideología del autoestima, corren más riesgo de sentirse "entitled", en posesión de unos derechos o privilegios que no se atienen a sus aptitudes. Cuando alguien se enfrenta a un reto que desafía el valor autopercibido le puede provocar heridas, así que cuanto más distorsionada sea nuestra imagen de nosotros mismos más probabilidades de salir mal parados.
Aunque ojo, por muchos selfies que nos hagamos los millennials no son (somos) en conjunto más narcisistas que las generaciones anteriores: el narcisismo es un rasgo que ha permanecido alto de igual manera en todas las generaciones desde que se tiene constancia (si acaso, somos menos vanidosos que los baby boomers), y a medida que nos hacemos mayores vamos perdiendo esta cualidad.
Lo que parece que ocurre es que sí somos más egocéntricos e individualistas. Desde los años 90 ha ido aumentando el número de jóvenes que se identifican con frases como "Creo que soy una persona especial" o "Sé que soy bueno porque la gente no deja de decírmelo". Se trata de premisas que afectan a esa visión de la realidad porque fomentan que nos responsabilicemos de nuestros éxitos y fracasos desproporcionada. Somos animales colectivos, y como tal muchas de nuestras condiciones dependen de factores externos a nosotros mismos, algunos de ellos que nunca podremos cambiar, por mucho que hayamos vivido en un entorno académico de progreso constante. Un cóctel perfecto para granjearse una bonita crisis de expectativas vitales. Un mal que, si fuese epidémico, explicaría muchas cosas.
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