Estados Unidos mantiene entre rejas a más de dos millones de personas. Pese a contar con alrededor del 4% de la población mundial, más del 20% de los presos del planeta se cuentan en sus cárceles. La tasa ha decrecido durante los últimos años, pero llegó a superar los 1.000 encarcelados por cada 100.000 habitantes: una proporción sin igual. Dadas las circunstancias (muchas sentencias, a menudo rápidas, pocas garantías procesales), los errores suceden.
Valentino Dixon era uno de esos errores, y lo llevaba siendo 27 años, desde que fuera condenado a prisión por el asesinato de Torriano Jackson en 1991. Dixon contaba con 21 años cuando fue incriminado por el fiscal de Buffalo, Nueva York, y sentenciado por la corte de la ciudad. Es decir, había pasado toda su vida adulta entre rejas. No había conocido otros lugares del mundo; no había acudido a cine alguno; no había pisado un campo de golf en su breve vida en libertad.
Para sorpresa de los editores de Golf Digest, una pequeña revista dedicada a los avatares diarios del deporte, eso no había impedido a Dixon deleitarse en dibujos idílicos y hedonistas sobre el golf. Tras perder su enésimo recurso, el hombre recibió una foto del Trofeo Augusta de la mano de un funcionario de prisiones, y comenzó a recrear en su imaginación los mil y un rincones en los que se podría practicar golf. Un lienzo en blanco, dado que jamás había pisado curso alguno, que le permitió llevar con mayor armonía su eterna estancia en prisión.
En 2012, Dixon escribió a Golf Digest explicándole cómo sobrevivía a la cárcel. Lo hacía a través de la pintura y de los dibujos, pero muy especialmente a través de un golf que no conocía, jamás había vivido o practicado, y que tan sólo le resultaba una imagen distante (pero redentora) en su imaginación. Max Adler, emocionado por las cartas de Dixon y convencido de su inocencia, como el preso reivindicaba, inició entonces una larga investigación periodística para sacarlo de la cárcel.
Y triunfó.
Seis años después Valentino Dixon es un hombre libre, gracias en gran medida a las pesquisas de una revista de golf. Si la frase resulta increíble es porque el sistema judicial y penal de Estados Unidos, en gran medida, lo es. Dixon ha necesitado del interés altruista de una revista deportiva, de un amplio eco en la escena mediática estadounidense, y de la colaboración de tres estudiantes de Derecho de Georgetown para resolver su caso con justicia. No todos los presos estadounidenses que cumplen condenas por crímenes que jamás cometieron tienen tanta suerte.
El artículo de 2012 espoleó una reacción nacional. La historia de Dixon apareció en otros medios de comunicación, deportivos o generalistas, y llegó al Prison Reform Project de la Universidad de Georgetown. Su hija inició un movimiento para recaudar dinero en defensa de su padre y con la esperanza de reabrir la investigación de la Fiscalía. En última instancia, sus dibujos, ciertamente relajantes y enternecedores, lograron conquistar su libertad.
Un problema estructural
De forma reciente, la Fiscalía del Condado de Erie (sobre el que reposan los cimientos de Buffalo) abrió una oficina dedicada en exclusividad al estudio de "wrongful convictions", es decir, de sentencias condenatorias que pudieran ser erróneas. Como explica Adler en su propia revista, fueron sus pesquisas y la reapertura del caso las que lograron subsanar el fallo. Golf Digest puso sobre la pista de Dixon y el subsiguiente eco mediático lo colocó en la lista de prioridades, pero la clave residió en la Fiscalía.
¿Por qué? Estados Unidos se ha acostumbrado a oficinas similares repartidas por todo el país. Es imposible saber cuántos presos cumplen condena por crímenes que no cometieron (de lo contrario no estarían en prisión), pero las cifras de condenas revocadas han crecido durante los últimos años. En 2015 fueron 149, un récord histórico (y un crecimiento exponencial si pensamos en los 22 de 1989). En total y durante las últimas tres décadas más de 1.600 condenados eran inocentes.
Como Valentino Dixon, la mayor parte de las personas encarceladas pese a ser inocentes son afroamericanos. El sesgo casa bien con la desproporción de personas negras frente a personas blancas en las cárceles, sin correlación alguna con la demografía estadounidense. Algunos estudios han intentado estimar cuántas personas pueden estar en las cárceles del país hoy sin ser culpables: unas 100.000, alrededor del 4% de la población reclusa. Algunos en el corredor de la muerte.
El ejemplo de Dixon es útil para entender qué tipo de problemas se dan dentro del sistema judicial estadounidense. Como revela el actual fiscal de Erie, no fue él quien disparó contra Jackson sino Lamarr Scott. Scott era el guardaespaldas personal de Dixon, por aquel entonces un traficante de drogas en los barrios de Buffalo. Pese a que la pistola empleada en el crimen pertenecía a Dixon, fue Scott quien la cogió y acabó con la vida de Jackson. Al parecer, Scott (que está en la cárcel por otros delitos) había confesado más de una decena de veces ser el autor del crimen.
En su momento, la Fiscalía de Erie recopiló una treintena de testimonios sobre el asesinato de Jakcson. Al menos 13 señalaron a Scott, no a Valentino Dixon, como el hombre que apretó el gatillo. Las dudas razonables y las repetidas confesiones de Scott (que confesó una vez más el delito antes del último y exitoso recurso de Dixon) no fueron suficiente aval para el sistema judicial. Como explica el actual fiscal de Erie, John J. Flynn, Dixon "no es un hombre inocente", en tanto que era un traficante y el arma era suya, pero tampoco un asesino. Su sentencia fue injusta.
Aquella injusticia encuentra numerosos referentes (casi siempre entre varones negros) en el resto del país, y el caso de Dixon ha tenido cierto eco por su capital simbólico. Los tiernos dibujos de un hombre que ha pasado más tiempo en la cárcel que en libertad tuvieron más relevancia en el proceso judicial que las confesiones de Scott, lo que apunta a las costuras del sistema legal estadounidense. En ocasiones son invisibles e irrelevantes (al fin y al cabo, miles de hombres frente a millones).
En otras, son imposibles de obviar. Dibujos mediante.
Imagen: David Duprey/AP
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