Hong Kong está lidiando con muchos problemas y muy variados. Tiene, por ejemplo, un rompecabezas con la educación sexual de sus jóvenes, uno que se resume en una palabra: bádminton. Otros son de tipo económico, como el hecho de que se gastara una fortuna para convertirse en una capital del turismo en Asia y le falten los turistas. Sin embargo, hay uno que está por encima de todos, y el gobierno quiere ponerle coto: mejorar las condiciones de vida prohibiendo la convivencia en “zulos”. El problema es dónde metes a tantas personas.
Las viviendas subdivididas. Para entender el paso dado por el gobierno debemos hablar de este tipo de “casas” de un tamaño extremadamente reducido, creadas al dividir apartamentos o espacios más grandes en múltiples unidades más pequeñas. Estos espacios, que pueden variar entre unos pocos metros cuadrados, se alquilan a familias o gente de bajos recursos que no pueden acceder a viviendas convencionales debido a los elevados costes de alquiler en la ciudad.
Este tipo de subdivisiones suelen encontrarse en edificios antiguos de vecindarios densamente poblados y de clase trabajadora, donde los propietarios dividen los departamentos para rentarlos a más personas y así maximizar sus ingresos. Aunque estos espacios se usan como viviendas, sus condiciones suelen ser de lo más precarias, con problemas de ventilación, luz natural insuficiente y condiciones de higiene inadecuadas. De hecho, en algunos casos, las cocinas y los baños están integrados en un solo espacio o incluso son compartidos entre varias unidades.
Esto no puede ser. En estas condiciones descritas más arriba, producto de la especulación y la desigualdad económica, viven alrededor de 220.000 personas. De ahí la nueva propuesta del líder de Hong Kong, John Lee: establecer normas mínimas de espacio y condiciones, para ser más exactos, que la gente debe convivir en un área de al menos 8 metros cuadrados, y cuyos baños y cocinas estén separadas y, a poder ser, con ventanas.
De fondo: eliminar este tipo de casas para 2049 (porque el gobierno piensa que el problema de la vivienda está detrás de las revueltas como la de 2019). Esto, paradójicamente, crea otro problema.
Cuando tu casa no llega al mínimo. Contaba el New York Times varias historias como la de Liu Lanhua, una madre que vive con su hija en un espacio de 7 metros cuadrados donde la cocina también es el baño. Para ella y un 30% de los que viven en estas “viviendas”, la nueva medida supone un riesgo. La casa de Liu no cumpliría con los nuevos requisitos, y su remodelación sería costosa e imposible.
Además, se teme un viejo conocido de la especulación inmobiliaria: que la nueva norma eleve los alquileres y provoque el desalojo de los inquilinos sin garantizarles opciones de reubicación. Por su parte, como decimos, los políticos de Beijing lo ven bajo otro prisma, unos cambios como forma de abordar la escasez de vivienda.
Un problema no resuelto. Y podía ser mucho peor, aunque parezca ciertamente difícil. Al parecer, el plan no contempla a quienes viven en las llamadas "casas ataúd" o "jaulas" de alambre o madera, espacios aún más precarios. En una reunión con la organización Kwun Tong Subdivided Home Concern Group, los residentes plantearon inquietudes sobre si hubiese subsidios para quienes no puedan asumir alquileres más altos o si se les daría algún tipo sw prioridad en listas de vivienda pública. Moon Tang, madre de tres, expresó al NYT que las finanzas de los residentes no aumentan al mismo ritmo que los estándares.
El gobierno indicó que la implementación sería gradual y que se ofrecería ayuda cuando fuera necesario, pero hasta ahí ha llegado el mensaje, ni una cifra en voz alta. No obstante, muchos expertos advierten que las nuevas normas podrían hacer aún menos asequible la vivienda, y consideran crucial aumentar los subsidios para apoyar a quienes quedarían en desventaja por estos cambios.
Y los últimos: los mayores. Es la última de las patas de un problema cada vez más gordo. Por ejemplo, el caso de Ben Shek, un técnico retirado que vive en una vivienda de 7 metros cuadrados y comparte baño con otras dos familias, una historia que ejemplifica las dificultades que enfrentarían muchos mayores si las nuevas normas los forzaran a mudarse. Para Shek, tras un derrame cerebral, su movilidad es limitada y valora como el oro la conveniencia de su actual ubicación a la que califica como “vital”. Para el anciano, mudarse simplemente no es una viable.
En definitiva, el caldo de cultivo en Hong Kong tiene muchos de los ingredientes que asolan en tantas grandes ciudades con el problema de la vivienda, el alquiler y la especulación a la que se enfrentan. La propuesta de nuevas normas en Hong Kong intenta mejorar las condiciones de habitabilidad, pero tiene un desafío mayúsculo por delante: lograrlo sin agravar la crisis de accesibilidad a la vivienda para la población más desfavorecida.
Imagen | Radu Micu
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