Caster Semenya no podrá seguir compitiendo en los 400 y 800 metros lisos sin tomar medicamentos que supriman sus elevados niveles de testosterona natural. La decisión, adoptada por el Tribunal de Arbitraje Deportivo (TAS por sus siglas en francés), la máxima autoridad en jurisprudencia deportiva profesional, obliga a todas las mujeres DSD (diferentes en el desarrollo de su sexualidad biológica, comúnmente englobadas bajo la etiqueta "intersexuales") a medicarse para correr.
Es una sentencia histórica, y muy polémica. Su origen se remonta a una regulación introducida por la Federación Internacional de Atletismo (IAAF) hace un año. En ella, se obligaba a las atletas DSD a competir con niveles de testosterona por debajo de 5 nmol/l. Era una distinción crucial: la mayoría de mujeres producen niveles más bajos, entre los 1,12 y los 1,79 nmol/l. Los de Semenya y otras mediofondistas entraban en el rango masculino, entre los 7,7 nmol/l y los 29,4 nmol/l.
Semenya decidió recurrir la decisión de la IAAF en el TAS. Algunos años antes, el máximo organismo de arbitraje deportivo había dado la razón a otra atleta DSD, Dutee Chand, ante restricciones similares. En esta ocasión y tras varios meses de ajustadas deliberaciones, el TAS ha decidido que la normativa introducida por la IAAF es conflictiva y "discriminatoria", pero necesaria para preservar el carácter protegido de la categoría femenina en las pruebas de atletismo.
¿Por qué? En el caso Semenya operan numerosos factores que, a menudo, enfangan la conversación sobre las atletas DSD. La ausencia de evidencias científicas robustas que respalden la decisión del TAS, el difumine de las barreras entre sexos biológicos y la actual conversación global sobre la identidad de género y las concepciones normativas sobre el cuerpo de la mujer juegan un papel crucial para entender el alcance de la polémica y las muchas opiniones a su alrededor.
Pero de fondo, plantean un interrogante aún mayor: ¿es deseable que exista una categoría "femenina" en las pruebas deportivas que dependan en su mayoría del rendimiento físico? Y de ser así, ¿cómo definir esa categoría? La respuesta de Semenya y la de la IAAF varían, y en ella se entreve el futuro del deporte femenino. Una cuestión crucial que, de momento, pone un interrogante en una de las mayores atletas de su tiempo. Para entender mejor el asunto, aquí va un Q&A.
Los orígenes de la controversia
Caster Semenya impresionó al mundo del atletismo durante los Mundiales de 2009, cuando obtuvo el oro con tan sólo 19 años. Su musculado aspecto físico, lo precoz de su hito y los constantes rumores dentro del mundillo provocaron que la IAAF exigiera un certificado biológico para acreditar su sexualidad. La federación sudafricana lo expidió, pero el precedente causó una gran controversia, y convirtió a Semenya en una atleta siempre acompañada de polémica.
Desde entonces ha obtenido otras cuatro grandes medallas, todas de oro: las dos olímpicas de Londres y Río y las dos mundialistas de Daegu y Londres. Su marca personal es 1:54:25, es virtualmente imbatible, y es la única mujer junto a Pamela Jelimo que se ha acercado al legendario récord de Jamila Kratochvílová (1:53:28), el más antiguo del atletismo (1983) y obtenido bajo las preparaciones típicas de los regímenes comunistas. Numerosos expertos creen que Semenya podría batirlo.
Es improbable que lo consiga tras el veredicto del TAS. Semenya produce niveles de testosterona muy superiores a los de la mayoría de mujeres. La IAAF la engloba bajo la categoría "atletas 46 XY DSD", un cajón de sastre que incluye "diferencias en el desarrollo de la sexualidad" y a mujeres con el cromosoma XY (es decir: intersexuales) cuyos genitales masculinos jamás se desarrollaron durante la gestación. A consecuencia, son capaces de generar más testosterona, aunque no la suficiente (ni una serie de hormonas cruciales) como para ser hombres.
Este es un punto importante. Caster Semenya es una mujer. No es un hombre. No es una mujer transgénero. Es una mujer. Tanto desde el punto de vista biológico (de su sexualidad) como desde el punto de vista social, de género (se autoidentifica como "mujer" y ha sido educada y socializada como tal durante toda su vida). Su excepcionalidad no reside aquí, sino en una característica genética que, de forma resumida, le permite producir más testosterona que otras atletas.
¿Por qué es relevante? Porque desde el punto de vista teórico, a mayor testosterona mayor desarrollo muscular y físico. O lo que es lo mismo, mayor capacidad para recorrer una distancia (pongamos los 800 metros lisos) en el menor tiempo posible. Como apunta aquí el experto en ciencia deportiva y fisiología Ross Tucker, el cromosoma Y, y en concreto el gen SRY, es la "ventaja genética" más determinante que un atleta puede poseer. Y la que marca la distinción de categorías deportivas.
De ahí que hombres y mujeres hayan competido separadamente desde el advenimiento del deporte moderno. Amby Burfoot, ganador de la Maratón de Boston y periodista deportivo, lo plantea de otro modo: la segregación competitiva es un mecanismo de protección para las atletas. Si no existieran ambas categorías, las mujeres no tendrían oportunidades ante la superioridad física de los hombres, que corren más, saltan más y lanzan más lejos gracias a la testosterona.
Un ejemplo: la actual marca mundial de la maratón femenina corresponde a Mary Jepkosgei Keitany, fijada en 2:17:01 en 2017. Alrededor de quinientos hombres son capaces de bajarla cada año. Los hombres ya estaban corriendo en los tiempos actuales de las mujeres a mediados de los años cincuenta. La única forma de asegurar que las atletas sean capaces de mostrar su talento y valía al máximo nivel es en una categoría segregada.
De modo que, ¿cómo ayuda a Semenya generar más testosterona que el resto de sus competidoras? Sabemos algo en base a la experiencia. En 2011 la IAAF introdujo un límite máximo a la testosterona natural producible por una atleta. La regulación afectaba a todas las mujeres y a todas las pruebas: aquellas que lo superaran, debían medicarse para reducir sus niveles. Durante los cuatro años que estuvo en vigor (2011-2015) Semenya tuvo problemas para correr en torno al 1:55:45, su estelar marca de 2009.
En los Juegos Olímpicos de Londres, de hecho, ni siquiera ganó la carrera. Semenya tuvo que conformarse con la plata, a un segundo de la rusa Mariya Savinova. Tan sólo el escándalo de dopaje estatal desvelado tres años más tarde y la sanción de por vida impuesta a Savinova, con la consecuente anulación de sus resultados, le entregaron el título a posteriori.
En 2015, sin embargo, la normativa de la IAAF cayó en desgracia. Una atleta india hiperandrógina, Dutee Chand, quedó apartada de los Juegos Asiáticos y de los Juegos de la Commonwealth por sus elevados niveles de testosterona natural. Chand recurrió al TAS, alegando que los estudios sobre los que se amparaba la IAAF para exigir niveles máximos a las mujeres no contaban con el suficiente respaldo de la investigación científica. Ganó. Y la federación internacional tuvo que revocar su normativa de 2011.
Desde entonces Semenya se convirtió en una mediofondista imparable. Volvió a correr en torno al 1:55:00 y ganó con autoridad todas las grandes citas del calendario, desde los Juegos Olímpicos de Río hasta los Mundiales de Londres. El revés de 2015 no impidió que el TAS actualizara su normativa, la ciñera a pruebas específicas (en concreto, al 400, al 800 y al 1.500, todas las pruebas donde Semenya participa) y volviera a introducirla en la primavera de 2018 (con modificaciones).
Un año después, el TAS tomó la decisión contraria. Semenya tendrá que medicarse para competir.
¿Quién decide "cómo" es una mujer?
Han pasado diez años desde que Semenya irrumpiera en el circuito internacional de atletismo, y tanto la investigación científica como muy especialmente la opinión pública han evolucionado de forma radical. Hoy las barreras biológicas entre hombres y mujeres son más difusas, o se comprenden mejor en su amplia variedad, que antaño; y la conversación sobre la visibilidad de géneros o sexualidades no normativas ha avanzado a pasos agigantados.
Quiere decir esto que Caster Semenya se ha convertido en un símbolo, y que en su defensa (o en el respaldo al veredicto del TAS) se mezclan tanto argumentos ideológicos como técnicos.
Hay uno que, para el caso del atletismo, resulta crucial: ¿qué hacer con la categoría "femenina" dentro del deporte? Semenya no es la única mujer capaz de producir elevados niveles de testosterona. Tan sólo en el 800 hay al menos otras dos atletas DSD (Francine Niyonsaba y Margaret Wambui, ambas inscritas en la prueba de Doha de la Diamond League). Todas ellas se verán afectadas por la regulación introducida por la IAAF. Y su rendimiento, probablemente, caiga.
Lo cierto es que hay opiniones variadas. Madeleine Pape, ex-atleta olímpica del 800 metros y hoy doctoranda en la Universidad de Wisconsin-Madison, considera que la extrema complejidad de la materia a regular por la IAAF hace cualquier tipo de legislación "científica y éticamente indefendible". Pape cree que las resistencias internas dentro del mundo del atletismo (muchas atletas recelan de Semenya) provienen de un marco moral muy competitivo y receloso de ideas externas.
De forma crítica, durante este periodo [sus años preparando el doctorado, tras dejar el atletismo] entablé amistad con algunas mujeres con altos niveles de testosterona. Introduzcamos otro factor de complejidad: al margen de las preocupaciones científicas y éticas, ¿estaba dispuesta a reconocer a mis amigas como mujeres fuera del ámbito deportivo pero a negarles el derecho a competir junto a mi lado en la pista? La respuesta, pronto concluí, era no.
Katrina Karkazis, investigadora en la Universidad de Yale, ha sido una de las voces más críticas con las regulaciones impulsadas por la IAAF. En un artículo publicado el año pasado, poco después de la nueva legislación anunciada por la federación internacional, Karkazis denunciaba la endeble ciencia sobre la que se sostenían sus argumentos. No había suficiente evidencia que correlacionara altos niveles de testosterona y mejora del rendimiento deportivo entre las mujeres intersexuales.
Llevaba parte de razón. Las reglas planteadas por la IAAF partían de una investigación muy criticada por otros científicos en la que se atribuía una mejora del rendimiento del 3% en las atletas DSD. Roger Pielke, Erick Boye y el propio Ross Tucker descubrieron que entre el 17% y el 32% de la información analizada en el estudio era incorrecta, y que contenía "anomalías y errores significativos" en las muestras de datos (desde la inclusión de mujeres dopadas hasta marcas inexistentes).
"En cualquier otro ámbito científico", declararía Pielke, "fallos de esta magnitud provocarían que el estudio fuera corregido, y con certeza no serviría como base para amplias regulaciones que pueden tener un profundo impacto en la vida de las personas". El trío de investigadores diseccionó el estudio de la IAAF en un largo paper publicado en el British Journal of Sports Medicine.
Otras investigaciones han sido incluso más aventuradas. Este trabajo de Kenneth Huang y Shehzad Basaria reconoce que la utilización de hormonas y testosterona exógena sí tienen un impacto sustancial en el rendimiento de los atletas (como los extensos programas de la República Democrática Alemana demuestran), pero que aún no se ha hallado evidencia capaz de unir la producción de testosterona endógena en las mujeres intersexuales y una mejora consecuente en sus marcas.
El propio Pielke, una de las voces más duras contra la IAAF, ha criticado la sentencia del TAS, recordando que vuelve a ampararse en estudios científicos desacreditados y muy discutidos. Gran parte surge de un problema: si bien a nivel teórico los mayores niveles de testosterona sí impulsan un mejor rendimiento deportivo, la comunidad científica aún no ha podido encontrar la evidencia que sostenga su premisa. Y de ahí la controversia: ni la IAAF ni el TAS se están basando en la ciencia disponible, sino en motivaciones políticas y arbitrarias.
Como recuerda Tucker, no hay una respuesta sencilla a si "la producción de testosterona en las mujeres DSD conlleva mejores marcas y más victorias". La gradación de características genéticas y biológicas y la forma en la que se entrelazan con el propio organismo es muy variada, y pese a la premisa teórica (+ testosterona = + rápido) estandarizar unos límites puede tener consecuencias perniciosas, no probadas caso a caso, e injustas en el largo plazo.
¿Pero qué hacer si realmente las atletas DSD tienen una ventaja comparativa y genética respecto al resto de mujeres? Es aquí donde la concepción de la categoría femenina es objeto de debate. Semenya y otras atletas intersexuales podrían ser entre seis y siete segundos más lentas si se medican para cumplir los nuevos estándares de la IAAF, dejando a un lado las inciertas consecuencias en su salud que un tratamiento tan drástico podría tener. ¿Podemos pedírselo?
Quizá haya un futuro en el que la ciencia sí logre demostrar la correlación entre mayores niveles de testosterona (o contar con el cromosoma Y) y una capacidad atlética superior. ¿Seguirían compitiendo el resto de mujeres en igualdad de condiciones? Es una variación biológica muy diferente, por ejemplo, a disfrutar de mayor altura, de fibras musculares más resistentes o de una capacidad VO2 máxima por encima de la media. Al fin y al cabo, la producción de testosterona sigue siendo la mejor forma de identificar ambas categorías (masculina y femenina) con nitidez.
Es una pregunta que el mundo del deporte debe responderse, y que no por casualidad llega en plena redefinición del género y de la sexualidad. Su respuesta es compleja. Uno de los doctores de la IAAF, Stéphane Bermon, ya ha lanzado la primera semilla. Según él, una categoría intersexual podría suceder tarde o temprano, "probablemente en cinco o diez años", habilitando a atletas como Semenya a correr sin restricciones.
Puede ser la vía que permita sostener la segregación por sexo en el deporte, algo deseable por sí mismo, sin perjudicar a los atletas DSD. No está exenta de otras consideraciones morales. Pero hasta entonces, ¿qué será de Caster Semenya? Su respuesta ha sido una incógnita. A corto plazo, su paradójico futuro sigue en el atletismo. Las nuevas normas de la IAAF no incluyen ni al 5.000 ni al 10.000 metros.
Imagen: GTRES
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