No es muy habitual que una celebridad española confiese su orientación sexual tras años de popularidad y reconocimiento público. Hoy ha sucedido. Pablo Alborán es gay. Lo ha explicado él mismo en un elocuente vídeo subido a las redes sociales y compartido por miles y miles de sus seguidores. A esta hora de la tarde su nombre es ineludible en cualquier medio de comunicación. Interese o no el perfil artístico de Alborán, su salida del armario es un hecho noticioso.
¿Por qué? Hay varios motivos que ayudan a comprender el impacto mediático de, en el fondo, un acto personal e intransferible. El primero es lo extenso de la rumorología. Alborán ha estado rodeado de toda suerte de teorías y comentarios suspicaces sobre su orientación sexual. Los rumores se remontan muy atrás en el tiempo (esta noticia en La Verdad sobre un posible romance con Ricky Martin, en 2014, es sólo uno de muchos ejemplos), pero alcanzaron su punto culminante hace tres años, cuando el músico acudió al programa de Bertín Osborne.
Conscientes del misterio que circundaba a Alborán, los editores plantearon la promoción del programa al modo de un cliffhanger, el mecanismo narrativo empleado en las series de televisión para mantener enganchada a la audiencia hasta el siguiente capítulo. "Como ya lo ha superado, lo voy a contar", confesaba el malagueño en el último segundo del anuncio. Las redes sociales estallaron. ¿Revelaría Alborán de una vez por todas lo que era un secreto a gritos?
Como en tantas otras ocasiones, se trataba de un ardid. Alborán no anunció nada sobre su orientación sexual. Osborne le llegaría a preguntar, en indisputable tono castizo, si no habría "encontrado una chavalita" durante tantos años de gloria y fama. "En estos dos años he encontrado de todo, Bertín. Me lo he pasado muy bien, pero fija, fija, fija no hay. Pero tampoco lo he estado buscando", respondería Alborán. La cuestión del romance rotaría en torno al compositor en más momentos de la entrevista.
Aquel episodio representó el punto culminante de su sexualidad como artefacto mediático. La orientación de Alborán, el misterio irresuelto, se habían convertido en un elemento tan importante a la hora de comprender su impacto popular como su música. Real o figurado, la homosexualidad de Pablo Alborán era material informativo. Por supuesto, esto causó toda suerte de comentarios. En una columna publicada pocos días después en El Mundo, Esther Mucientes afirmaba lo siguiente:
Son muchos los que creen que el Pablo es homosexual. Qué más da, qué narices importa la sexualidad de un artista, qué aporta saber si es hetero o gay cuando lo que importa de Pablo es su música, su voz, su trabajo. Pero al final son muchos los que viven por los rumores y para ellos. Un run run con el que ha tenido que lidiar desde entonces. Pablo se mantiene callado, en silencio sepulcral, pero con toda la naturalidad del mundo. ¿Por qué leches tiene que dar detalles de su vida íntima? ¿Porqué es famoso? No, señores, no.
Es una visión compartida por muchos heterosexuales. Si vivimos en libertad, si somos iguales ante la ley, si nadie está perseguido ya por las personas que mete o deja de meter en su cama, ¿por qué no podemos hacer de todo esto un asunto estrictamente privado, despojado de cualquier lectura política o social? La homosexualidad (o el género, o incluso la raza, en función del asunto de actualidad que nos ocupe) como ideal normativo, tan normal que no merezca atención alguna.
Un gesto de grandes consecuencias
Por supuesto, fueron numerosas las voces que corrieron a negar esta idea. La orientación sexual de un cantante, en especial de un cantante cuyo aura compositivo y posicionamiento mercantil explotaba decididamente los terrenos más comunes de la heterosexualidad normativa, sí es relevante. Importa desde un plano mediático y social. Alborán no es simplemente un músico desvelando las entrañas de su alma en canciones mejor o peor escritas. Es un hombre con una posición social privilegiada. Capaz, por influencia, de cambiar mentalidades, fortalecer relatos.
Lo sintetizaba Paloma Rando en Vanity Fair:
Que una celebridad salga del armario significa que alguien, ese receptor principal, desde el otro lado de la pantalla a través de la cual le llega la noticia se siente menos solo. Significa que un adolescente homosexual que, por ejemplo, quiere ser cantante de éxito, actor de éxito, futbolista de éxito, o registrador de la propiedad de éxito, adquiere automáticamente la confianza para poder aspirar a serlo. Significa que en un momento vital en el que uno se siente incomprendido, encuentra –perdonenme la cursilería– una pequeña luz entre tanta negrura, un modelo a seguir, un referente.
Ninguno de nosotros vivimos en un vacío social. Nuestros actos, nuestras decisiones, nuestro propio carácter está moldeado y determinado por condicionantes externos. Un ejemplo particularmente evidente es el fútbol, donde la "presunción de heterosexualidad" se extiende a todos sus protagonistas. Son contadas las salidas del armario desde dentro de los vestuarios. Sólo cuando su periplo profesional finaliza algunos de ellos han reconocido su condición gay abiertamente, como Hitzlsperger.
¿Por qué? ¿Acaso no hay futbolistas homosexuales? Lo más probable es que sí, pero que teman las consecuencias económicas, laborales y sociales, amén de las emocionales, adheridas a una confesión semejante. Lo explicaba hace muy pocos días el capitán del Watford, club de la Premier League, Troy Deeney:
Probablemente hay un gay o un bisexual en cada equipo de fútbol. Están ahí, están ahí al 100%. Creo que las personas que son gay o pertenecen a la comunidad LGBT están definitivamente muy preocupados por cargar con la responsabilidad de ser los primeros. Creo que ser el primero en salir del armario tiene demasiadas cargas (...) Me pregunto por qué la gente se retira del fútbol, del rugby o de cualquier otro deporte y dice "Soy gay". Cargar con ello debe ser muy pesado durante toda tu carrera.
"Es complicado ser homosexual en el fútbol, ser jugador de fútbol y homosexual", sugirió Antoine Griezmann el año pasado. Sólo un futbolista en toda la historia del fútbol inglés (Justin Fashanu) ha salido del armario. Sólo un futbolista en toda la historia del fútbol francés (Yoann Lemaire) se ha confesado gay, y ha pagado laboralmente por ello. ¿A qué se debe? No tanto a un exceso de celo, a un deseo de proteger su privacidad, sino a condiciones estructurales que desincentivan confesarse gay.
Pablo Alborán no es futbolista. El entorno profesional que le rodea, la industria de la música, ha estado históricamente poblado por celebridades homosexuales. El tabú es menor, pero sigue existiendo. De ahí que gran parte de las reacciones a su confesión roten en torno a una misma palabra: "valentía". "Ojalá llegue el día en el que declararse homosexual no sea un acto de valentía", le ha respondido Ismael Serrano. "Ojalá cada vez cueste menos, hasta que no cueste nada", ha añadido Carlos Sadness. "Hoy seguramente muchos jóvenes hayan visto luz a lo lejos gracias a Pablo Alborán", ha escrito Hugo Silva.
En sus palabras reside la clave. Desde un punto de vista puramente teórico, abstracto, la orientación sexual de Pablo Alborán no tendría la mayor relevancia. Pero en el plano práctico sí la tiene. Los famosos no son sólo meros productos del interés mediático, figuras que dependen de la atención pública para labrarse una carrera profesional. Son también modelos de comportamiento. Establecen pautas, influyen en cómo visten, cómo hablan y cómo piensan millones de personas. Y lo que es más importante: son capaces de moldear el grado de tolerancia de determinados entornos. Cuando tu ídolo es gay, muchos prejuicios se vienen abajo.
Sucede algo similar a nivel legal. ¿Qué importancia tenía que el enlace administrativo entre una pareja homosexual se llamara "matrimonio"? La legitimación, la acogida social. En Suecia, un estudio reveló cómo la legalización de los enlaces entre personas LGBT contribuyó positivamente a reducir su tasa de suicidios, muy superior a la de las personas heterosexuales. La aceptación legal o social, la fijación de referentes iguales a nosotros, tiene un impacto favorable en nuestro bienestar.
Es algo que remarcaba el Ministro de Sanidad hace pocos días o que Bad Bunny sugería cuando apareció pintándose las uñas en un videoclip: los famosos son "referentes" a quienes miles de jóvenes "escuchan". Gente capaz de cambiar las cosas. Su importancia dentro de la comunidad LGBT es en muchos sentidos aún más amplia, dado que ejercen de legitimación social y refuerzo emocional en contextos opresivos y represores. Rompen marcos de pensamiento, demuestran que hay espacio en determinados entornos artísticos o profesionales para orientaciones sexuales o condiciones de género distintas. Algo estadísticamente dudoso.
El caso de Pablo Alborán es aún más significativo por su influencia en América Latina, donde los índices de aceptación de la homosexualidad son más bajos, y donde puede contribuir a normalizar identidades sexuales alternativas. Y si, es cierto, poco a poco la condición sexual de cada persona, pública o privada, ha dejado de importar. Salir del armario no tiene el mismo impacto hoy que en 1991, en un camino lento y paulatino hacia la tan anhelada "normalidad". Pero sigue siendo relevante. Tanto desde un punto de vista mediático como muy especialmente social.
Imagen: GTRES
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