¿Un impuesto al jamón? Hay quien ya lo plantea como el mejor modo para comer menos carne

Comer carne roja no es la actividad más saludable de cuantas tiene a su disposición el ser humano. Hace tres años la Organización Mundial de la Salud la incluyó en su largo listado de cosas que, posiblemente, dan cáncer. Se sabe que hay una fuerte correlación entre el alto consumo de carnes y enfermedades cardiovasculares. Y también que el consumo de productos cárnicos, procesados o no, va al alza, alcanzando picos de 116 kilos por persona al año (en Australia, ese concepto).

¿Como solucionar esto? Con un impuesto.

¿Quién lo dice? Lo plantea un estudio publicado en el journal PLOS One. Según los investigadores, un impuesto global al consumo de carnes rojas prevendría alrededor de 220.000 muertes prematuras en todo el planeta. A cambio, además, los gobiernos internacionales obtendrían unos 172.000 millones de dólares en bonitos impuestos para sufragar los sistemas de salud (ahorrando en el camino 400.000 millones en tratamientos).

¿Cómo? Para llegar a tan rotunda conclusión, el trabajo ha cruzado los datos internacionales de consumo de carnes rojas con la incidencia que determinadas cantidades ingeridas tienen en nuestro organismo. A partir de ahí, han elaborado un impuesto específico para cada país. En Estados Unidos, un país enganchado a la carne, sería necesario elevar el precio del filete un 160%. En Etiopía, un consumidor modesto, tan sólo un 1%.

¿Por qué? Hay beneficios netos en reducir el consumo de carne. Por un lado, nuestro cuerpo lo agradecerá (y nuestra esperanza de vida). Por otro, también lo hará el planeta: las granjas industriales son contribuidoras netas al calentamiento global, principal causa de la deforestación en numerosos ecosistemas tropicales y, en gran medida, crueles. La FAO plantea una reducción del 60% del consumo de carne individual para salvar al planeta.

Pese a que el paso a las dietas vegetarianas no es la panacea, en general sí tienen menos impacto para el planeta que las que aportan fuertes dosis de carnes. El estudio, sin embargo, se centra en el apartado saludable (tu bolsillo, por cierto, también respirará aliviado).

¿Llegará? La carne, sin embargo, no es el tabaco. Ni siquiera es el automóvil privado, el alcohol o el azúcar. Por el momento un impuesto parece muy remoto: su percepción social es mucho más favorable y goza de gran popularidad en la mayor parte de gastronomías occidentales. Dinamarca intentó introducir una tasa similar a la planteada por el estudio y tuvo que retirarla ante el evidente rechazo electoral que suscitó.

En otros países mucho más dependientes de la carne es aún más improbable. No cuesta imaginar el sino político del primer partido español que plantee un impuesto al jamón.

Una advertencia. Los autores del estudio critican el diseño del impuesto en Dinamarca por su carencia de externalidades positivas. A cambio, se sabe que algunos impuestos a las bebidas azucaradas están teniendo consecuencias directas para el bien de los electores. Sin embargo, el trabajo sirve como advertencia hacia el futuro: la carne roja es la siguiente gran batalla por la salud pública. Aunque a día de hoy estemos muy lejos de ella.

Imagen: Zoltan Kovacs/Unsplash

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