Dos noticias simultáneas explican una tendencia gestada años atrás y proyectada hacia el largo plazo: el fin de la aviación comercial tal y como la conocemos en el continente europeo. Las autoridades de distintos países parecen decididas a reducir la huella medioambiental de la industria aeroportuaria, lo que implica reformas onerosas para con las aerolíneas y sus pasajeros. Suecia planea más impuestos para los aparatos más contaminantes; y Francia acabar con los vuelos domésticos.
Paso a paso hasta un nuevo horizonte.
En Suecia. Lo anunció ayer el ministro de Medio Ambiente del gobierno sueco, Per Bolund, a su vez uno de los líderes del Partido Verde: su ejecutivo desea introducir impuestos al aterrizaje y al despegue en los dos principales aeropuertos del país, Arlanda (Estocolmo) y Landvetter (Gotemburgo). La idea, desarrollada aquí, consistiría en gravar a los aparatos más viejos y contaminantes, de modo que las aerolíneas más "sostenibles", aquellas poseedoras de los aviones con menos impacto medioambiental, se vean recompensadas. Generando un incentivo en el camino.
El contexto. En palabras del ministro de Infraestructuras, Tomas Eneroth, el gravamen iría encaminado a "recompensar a las aerolíneas cuya flota genera menos emisiones" o que "están aumentando la proporción de biocombustibles que utilizan". El gobierno desearía así ilustrar al mundo su deseo de "liderar" la "transformación de la aviación". Es en Suecia, recordemos, donde surgió "la vergüenza a volar" (flyhskam) y donde el año previo a la pandemia los vuelos domésticos se habían desplomado casi un 10% en beneficio de los ferrocarriles (un 5% al alza).
En Francia. Es este el camino escogido por el gobierno francés para reducir la huella medioambiental de la aviación. Ayer mismo la Asamblea Nacional aprobó suprimir los vuelos interiores cuando existiera la posibilidad de cubrirlos en tren en menos de dos horas y media. La ley aún debe superar el filtro del Senado. Macron se ha propuesto reducir las emisiones de Francia un 40% respecto a los niveles de 1990 antes de 2030. Los enlaces aéreos entre París, Lyon, Nantes y Burdeos, por ejemplo, hábiles en apenas dos horas en tren, desaparecerían.
Modulando. Sendas medidas marcan el camino de Europa en su futura relación con la aviación, pero también evidencian sus limitaciones. La Asamblea Nacional optó por el filtro escueto de las dos horas y medias en lugar de las cuatro previstas porque regiones como el Macizo Central, aisladas y mal conectadas en tren, perderían su conexión con el resto del país (y lo que es casi más importante, con Europa, al carecer de aeropuertos internacionales). Similares argumentos se han esbozado en Suecia, añadiendo el mal estado de las líneas ferroviarias.
El voto también se topó con argumentos contrarios por el coste en la industria aeronáutica, muy poderosa en Francia. Este mismo año el gobierno inyectaba €4 millones para recapitalizar Air France, en teoría una empresa privada, tras la crisis derivada del coronavirus. El desplome de los vuelos ha puesto en peligro a las principales empresas del sector, pero al mismo tiempo ha facilitado la transición hacia un futuro menos aéreo. Alrededor de 200 aeropuertos están hoy al borde de la quiebra fruto de la paralización de turismo y de los viajes.
Estructural. No se trata de capricho de Francia o de Suecia. La presidencia de Ursula von der Leyen al frente de la Comisión Europea se inauguró con un discurso explícitamente verde, destinado a neutralizar las emisiones del continente antes de 2050, y a encarecer de un modo u otro los billetes de avión (encareciendo los derechos de emisión que las aerolíneas están obligadas a comprar). En la misma línea, el gobierno austriaco ya ha introducido un impuesto de €30 sobre el precio del billete para todos los vuelos por debajo de los 350 kilómetros.
Es un aperitivo de lo que está por venir, aunque siempre con matices y barreras: la medida austriaca, por ejemplo, no aplica a vuelos muy cortos que conecten con otros de larga distancia. Y está por ver hasta qué punto la ambición de los gobiernos persiste cuando el turismo y la demanda de pasajeros vuelva a sus niveles habituales (que hasta la epidemia, siempre eran crecientes). Pero el tono de la conversación es claro. Europa debe reducir sus emisiones y la aviación pagará el pato.
Imagen: Marty Sakin/Unsplash
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