Al igual que sus pares nórdicos, Dinamarca tenía grandes planes para el desarrollo del coche eléctrico. Su cuota de mercado creció a un ritmo sostenido y discreto durante la primera mitad de la década, suficiente para colocar al país, de tradición sostenible y verde, a la vanguardia europea. En 2016, sin embargo, el gobierno conservador de Lars Løkke Rasmussen decidió cortar de raíz los incentivos fiscales de los que dependía el creciente mercado. Y acto seguido murió.
Ahora, Dinamarca tiene un plan más ambicioso para fomentar el coche eléctrico: prohibir los diésel y los gasolina.
¿Cuándo? En 2030. Rasmussen lo anunció ayer en el Palacio de Christiansborg, la sede del parlamento danés: su gobierno aspira a independizar a Dinamarca de los vehículos contaminantes en 2030, y de los híbridos en 2035. La ley aún no se ha aprobado, pero la voluntad de principal partido del centro-derecha, el Venstre, parece suficiente: las fuerzas progresistas de la cámara, incluido el Partido Socialdemócrata, habían solicitado la prohibición con anterioridad.
Es decir, si hay cambio de gobierno, la política seguirá adelante. Es cuestión de estado.
¿Por qué? La decisión es afín a otras manifestadas con anterioridad por Países Bajos o Francia. Voluntades hay muchas, pero hechos sobre el terreno aún pocos: la mayor parte de los países siguen dependiendo en exceso de los diésel y los gasolina, y la cuota de mercado de los vehículos eléctricos sigue siendo minúscula. Con la excepción de Noruega, los EV no son competitivos en ningún rincón del planeta. Dinamarca no es una excepción.
Y si no puedes con tu enemigo, prohíbelo. Es el éxito asegurado para el eléctrico.
El contexto. En parte, el anuncio de Rasmussen es consecuencia de las decisiones tomadas por su gobierno dos años atrás. En su momento, Dinamarca disfrutaba de un boyante mercado de coches eléctricos gracias a generosos incentivos fiscales (quedaban exentos de los impuestos de registro, obligatorios para todas las importaciones). Para 2015 representaban el 3% de la cuota de mercado del sector (5.000 ventas al año y creciendo). En 2017, tras el fin de las desgravaciones, el porcentaje se desplomó por debajo del 1% (menos de 700 al año).
Sin exenciones fiscales (similares a las impuestas por Noruega o Suecia para fomentar su mercado eléctrico) los daneses dejaron de comprar EVs. El gobierno danés tenía buenos motivos para cortar los incentivos (un agujero contable, al fin y al cabo, en las arcas del Estado), pero lo hizo a costa de cercenar un sector al alza. El año pasado, cuando la realidad de los números resultaba abrumadora, Rasmussen abrió la puerta a recuperar algunas exenciones.
El mundo. Finalmente, ha optado por la medida más drástica: acabar con el coche convencional. Llevará su tiempo, quizá el suficiente para recuperar un sector, el eléctrico, hoy marginal. Sólo Noruega (40% de cuota de mercado) y Suecia (7%) cuentan con un parque EV significativo. Todos los países afrontan el mismo dilema que Dinamarca: el EV no es competitivo en el libre mercado, por lo que necesita de incentivos fiscales y ayudas estatales para ganar espacio.
Pero tales políticas tendrán que ser revertidas poco a poco, conforme su cuota de mercado aumente, si el Estado no quiere que su recaudación se desplome. Dinamarca, simplemente, lo hizo demasiado pronto.
Imagen: News Oresund/Commons
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