Hace dos semanas, las autoridades ucranianas identificaron dos pequeños incendios en los alrededores de la Zona de Exclusión de Chernóbil. La noticia pasó relativamente desapercibida en los telediarios de todo el planeta, fruto del monopolio informativo amasado por el coronavirus. Su escala, además, era pequeña (entre veinte y sesenta hectáreas) y al cabo de pocos días parecía controlado.
Quince días después la situación es más dramática. Las llamas se han multiplicado. Dos focos distintos, de 20.000 y 12.000 hectáreas cada uno, cubren las eternas masas boscosas del norte de Ucrania. Uno de ellos se ha aproximado lo suficiente a la antigua central nuclear como para que las alarmas de media humanidad, los fantasmas del pasado, se hayan multiplicado: el fuego se encuentra dos kilómetros del reactor.
"La situación es crítica, las llamas han llegado a la zona", escribió hace unos pocos días el presidente de la asociación de guías turísticos de Chernóbil. Las autoridades han salido prestas a calmar los ánimos: la situación es "completamente segura", declaró el ministro de Interior ucraniano, Anton Gerashchenko; conviene obviar los "mensajes apocalípticos", expresaron los servicios de emergencia nacionales.
Sucede que el recuerdo del accidente está demasiado presente. Algunas voces críticas han acusado al gobierno de minusvalorar y encubrir el verdadero alcance de los fuegos, no infrecuentes en la región, pero desde luego a menor escala. Los espectros de Chernobyl, serie de ficción focalizada en el precio de la mentira, y del trágico incidente de 1986 están demasiado presentes en la memoria de todo el mundo.
¿Corre riesgo el norte de Ucrania de otro pico de radiación? Es cierto que los niveles se han disparado en los alrededores de la central, pero también que, según las autoridades, se mantienen estables en Kiev (2.800.000 de habitantes). El sarcófago que cubre el infausto Reactor 4, protagonista del accidente y recientemente inaugurado, no corre peligro, según los comunicados emitidos por el gobierno durante los últimos días.
Una buena forma de aproximarse al problema es desde el aire. La NASA ha publicado varias imágenes de los incendios en los alrededores de la Zona de Exclusión. Esta fotografía del 8 de abril y esta otra de 9 de abril, tomadas por el Espectrorradiómetro de imágenes de media resolución (MODIS), a bordo del satélite Aqua, ilustran gigantescas columnas de humo aproximándose a Prípiat y a la central nuclear.
Otras imágenes tomadas por Planet Labs Inc. evidencian la inquietante cercanía de las llamas.
Alrededor de 300 bomberos forestales trabajan en la zona. El pueblo de Poliske ha sido evacuado. El estado de seminaturalización del norte de Ucrania y sur de Bielorrusia, fruto del abandono humano, ha provocado que la severidad de los incendios haya aumentado con el paso de los años. Incendios cuyo impacto en regiones con alta contaminación atmosférica es elevado, provocando picos en la radioactividad.
A grandes rasgos, ni en Bielorrusia ni en los alrededores de Kiev las autoridades han registrado grandes saltos en los niveles de radioactividad. Pero el riesgo es real, dada la escala de los incendios y los riesgos inherentes a un complejo nuclear aún extremadamente peligroso. Y la memoria de lo acontecido entonces, cuando la suma de negligencias y ocultación causó un desastre sin precedentes, demasiado reciente.
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