Como si hubiera surgido de la imaginación de Denis Villeneuve, San Francisco ha amanecido hoy bajo un espeso cielo naranja. Se trata de un acontecimiento no inédito, pero sí infrecuente y muy espectacular. La respuesta se encuentra en la enésima ola de incendios que asola California, un problema endémico de la región que ha arrasado sólo en 2020 más de 890.000 hectáreas. Las llamas devoran la montaña, pero se perciben ahora, en forma rojiza, sobre las cabezas de San Francisco.
La fórmula. Para entender el fenómeno hay que entender primero por qué el cielo es azul. Nuestros compañeros de Xataka cuentan con una estupenda explicación en este artículo. La culpa la tiene la atmósfera. La luz que irradia el sol es blanca (esto es, condensa la totalidad de los colores percibibles por el ojo humano), pero se filtra a través de los distintos gases que recubren la Tierra. Las peculiaridades del azul (menor longitud de onda que otros colores) le permiten dispersarse más.
A consecuencia, predomina en los cielos.
Qué ha pasado. Que las columnas de humo emitidas por los incendios han trastocado este proceso. Las partículas condensadas en el aire que hoy recubre la bahía de San Francisco sólo filtran luces cálidas, cuyas longitudes de onda son más largas y más visibles cuando los rayos del sol no inciden directamente (lo que, en paralelo, explica los bonitos colores del atardecer). Allá donde el azul se pierde aparecen el amarillo, el naranja y el rojo. Tiñen el cielo tal y como lo imaginamos en Marte.
¿Tan grandes son? Sí. El número y la intensidad de los incendios declarados en California cada año ha crecido durante la última década. De forma quizá irreversible. Ya no hay temporadas de incendios; las llamas prenden durante todas las estaciones. Es una noticia cícilica: hablamos de ello en 2017, en 2018 y en 2020. Muchos de estos incendios son de "sexta generación", especialmente virulentos, descomunales y difíciles de sofocar. A consecuencia, California entera se cubre de humo.
Desde el cielo. Una forma de entender hasta qué punto el problema es grave: observándolo a vista de pájaro. La NASA ha publicado dos fotografías durante las últimas semanas. En la primera observamos cómo el humo de los incendios ha llegado a puntos tan distantes de la costa, donde se ubican los frondosos bosques californianos, como Las Vegas. En la segunda, entendemos mejor el manto naranja que se ha adueñado de la bahía de San Francisco. Y no es el punto más afectado.
¿Y la contaminación? Paradójicamente, las estaciones de medición de la calidad del aire de San Francisco registraron entre ayer y hoy niveles más bajos, menos perjudiciales, que en las semanas previas. En parte se debe a las peculiaridades de la bahía. Los fuertes vientos mantienen las columnas de humo a gran altitud, y la célebre niebla de San Francisco, origen de su caprichoso clima, ejerce de capa protectora. La suma de los tres factores se traduce en cielos extraordinariamente naranjas.
Excepción. Es un magro consuelo. Durante las últimas semanas, los humos sí han contribuido a deteriorar muy rápidamente la calidad del aire de la bahía. Durante los últimos días la concentración de partículas contaminantes superó con frecuencia el umbral de alerta (PM2.5). Las cifras oficiales ilustran hasta qué punto el cielo naranja sólo ha ofrecido un pequeño alivio. La situación es mala, lo que ha llevado a las autoridades a advertir de sus consecuencias en plena crisis del coronavirus.
Otros ejemplos. Como decíamos al inicio del artículo, la imagen de un cielo completamente naranja es extraordinaria, pero no inédita. Hace tres años Gijón amaneció frente a un panorama similar. La razón fue la misma: la densa humareda producida por los incendios en la cornisa cantábrica perturbaron la dispersión natural de la luz del sol, oscureciendo el ambiente. También ha sucedido en Nueva Zelanda, en Australia, Edmonton (Canadá) y la propia San Francisco.
Imagen: Cristopher Michel/Flickr