Una de las primeras cosas que a un ciudadano español le puede asombrar a poco que se dé una vuelta por las calles de una ciudad venezolana, estando acostumbrado a que la venta de la piratería de cine sea cosa de los manteros que guardan rápidamente su artículos y ponen pies en polvorosa con la aparición de la policía, es el increíble paraíso que la República Bolivariana constituye para esta actividad ilegal.
Porque uno siempre tiene la ocasión de adquirir en este país caribeño un DVD o un Blu-ray de la película o la serie que se le antoje, incluso las últimas novedades de la cartelera o de las plataformas de streaming más boyantes, como Netflix, HBO o Amazon Prime, en cualquier parte, a la vista de todo el mundo y sin ningún impedimento.
Y no por el surtido de los primos tropicales de los manteros españoles —que también—, sino porque en quioscos, tiendas callejeras y hasta establecimientos de centros comerciales no se esconden en absoluto; dispensan sus copias piratas con total tranquilidad junto a restaurantes, supermercados, peluquerías, boutiques, farmacias y otros negocios legítimos porque las autoridades no mueven un dedo en su contra nunca. "Hay una falta de voluntad política por hacer cumplir la ley de propiedad intelectual", asegura Joaquín Núñez, socio del bufete de abogados caraqueño Hoet, Peláez, Castillo y Duque que se especializa en casos referentes a este campo y ya ha reunido en él una trayectoria de tres lustros.
Un diagnóstico evidente con el que no puede más que coincidir José Pisano, representante de la Asociación de la Industria del Cine (ASOINCI), que además encabeza la distribuidora Blancica, encargada de los filmes de Sony Pictures y Warner Bros. en Venezuela:
Tuvimos varias reuniones con el Gobierno y no hubo nada que hacer. Por su ideología, es un poco de mantener la puerta abierta a que la sociedad disfrute de cierto tipo de material, y no ha habido manera de actuar contra las copias (...) Se nos dijo que iban a proteger básicamente la propiedad intelectual venezolana, películas venezolanas. Pero luego eso, como tantas cosas, se fue relajando.
La persecución legal se realizó a través de la Guardia Nacional Bolivariana. En algunas ocasiones, muy pocas, este cuerpo de seguridad militar "fue a locales de venta pirata, incautó la mercancía y anotó los nombres de los implicados", cuenta Núñez, "pero después veíamos que se volvían a instalar en otra parte". Y ahonda en este aspecto específico así: "Son compañías que pagan impuestos, tienen todo legalizado excepto lo que venden; arman su estructura comercial de forma completa y, si les demandan y saben que viene la policía, eliminan la empresa, mueven el género y lo esconden y crean otro negocio con socios distintos. Porque en este país hay lugares donde puedes montar compañías de forma rápida".
Y prosigue: "Hay centros comerciales con más de cinco o seis puestos de venta de cine pirateado, empresas registradas cuya razón social dicen que es el entretenimiento". Todo el mundo lo sabe, “y los dueños del condominio lo toleran".
Si la policía no persigue estos comercios ilegales, ¿por qué van a hacerlo ellos si les pagan el alquiler correspondiente de sus locales y sin demoras? Si hasta cumplen con la tasa del Centro Nacional Autónomo de Cinematografía (CNAC), tal como señala Pisano, quien también indica que sus últimas gestiones con el Gobierno, seis o siete años atrás, se enfocaron desde la óptica de la gran recaudación pública de IVA que se está perdiendo por la falta de venta legal de películas ante la piratería avasalladora.
Consumir cine en la Venezuela en crisis
Más de una década atrás había comercios especializados que dispensaban ediciones legales en Recordland, en Cines Unidos, en determinados locales de electrodomésticos o en ciertas librerías. Cuando los reproductores de DVD y Blu-ray —formato de 2006— no podían leer las copias piratas, no había más remedio que comprar las ediciones originales. Pero desde que técnicos habilidosos consiguieron chipear los aparatos para hacerlo posible, dejó de ser necesario adquirir copias legales. Y de ahí el fulgurante despegue de las copias hacia el dominio absoluto del mercado; ilegales todas, pero mercantiles al fin y al cabo.
"En la actualidad, no existen tiendas de copias originales en el país", confirma Pisano, extremo muy fácil de comprobar después de una búsqueda infructuosa por las calles de Caracas, la ciudad mejor abastecida de la República, y por Internet. "Nosotros tuvimos en su momento un brazo de vídeo y DVD, y hubo que cerrarlo". Y apunta que, no obstante, "en el cine venezolano a veces un productor saca un tiraje limitadísimo de una obra, lo ofrece en espacios muy particulares, no quioscos sino librerías concretas y da la voz a sus conocidos para que compren una copia".
"Tengo en mi casa una videoteca bastante decente, de cuando podía adquirir películas en algunos lugares", cuenta Luis Bond, crítico y docente de narrativa cinematográfica con experiencia en realización audiovisual y circuitos festivaleros y que trabajó con Luis Alberto Lamata (Jericó, Taita Boves), uno de los directores venezolanos de mayor relieve. "Poco a poco, esas puertas fueron cerrándose: un DVD costaba una millonada. Y decidí comprar las películas en Amazon".
Pero el Gobierno de Hugo Chávez, en su infinita sabiduría revolucionaria, implantó el control de cambio de divisas y unos cupos ridículos para adquisiciones por Internet. "Y, a partir de ello, mi filmoteca de originales se quedó tal cual y tuve que pasarme a la piratería".
Los que coleccionan cine en Venezuela desde hace muchos años amontonan en su casa una abigarrada mezcla de ediciones originales en estados diversos; las primeras, compradas por Amazon y con envío a un casillero de empresa privada —porque no existe el servicio postal a domicilio—; o de segunda mano, de cuando Blockbuster liquidó sus existencias en 2014; o vendidas por particulares en Mercado Libre o frente a su domicilio.
"Si fuera por nosotros, todas estas películas serían originales", me dice el segundo hijo de la familia Orellana mientras me descubre las incontables ediciones que han ido acumulando, originales y piratas, y que abarrotan estantes de no pocos armarios y multitud de gavetas [cajones] en su apartamento de Caracas.
Hace unos años, cuando la situación económica aún lo permitía, el primer hijo de los Orellana compraba diez filmes en locales a reventar de clientes y un par de hamburguesas, y se lo zampaba todo con un amigo alegremente los fines de semana: obras previas de David Lynch, Quentin Tarantino, David Fincher y muchos otros cineastas a las que no podían acceder ya de otro modo en su lado de la frontera. Porque, según su hermano menor, "aquí no hay ninguna oferta legal en sí" y, si no fuera por la piratería, no habrían visto casi nada de cine salvo lo poco que estrenan en las salas comerciales. La primera vez que vio una tienda de películas originales fue al viajar a Estados Unidos en 2008.
Y en idéntica idea insiste la crítica cinematográfica Odalín Martín. "Yo me enamoré del cine gracias a la piratería", me confiesa de forma tan contundente. "¿Cómo vería la gente las películas extraordinarias que no llegan a la cartelera si no? Las distribuidoras son conscientes, y saben que uno, por amor al arte, decide visionarlas de aquella manera. Si no, ¿cuál es el cine del que uno debe aprender y que pueda amar? ¿Avengers? ¿Spider-Man? No son malas películas; están bien hechas; pero no son las indicadas para eso".
Y, según Bond, "sólo en Caracas han cerrado ocho salas de cine en los últimos cuatro años, incluyendo el Cinex de Centro Plaza, que pasaba películas independientes y de autor, y el Concresa, que ofrecía un poquito de todo".
Por otra parte, explica "muchos clásicos venezolanos —ya no de los años cincuenta, sino de los ochenta y los noventa— no están restaurados, y la única manera de conseguirlos es ir a un sitio muy famoso, el Pasillo de Ingeniería de la Universidad Central de Venezuela, donde hay un quiosquito en el que los venden, ordenados por directores, por los que son de culto...". El hijo mayor de los Orellana lo confirma: "El que vende películas piratas en la UCV sabe mucho de cine y, si tú fuiste a comprarle una, te saca otra del mismo director o del mismo actor protagonista y te la aconseja", y te dibuja los pormenores y las curiosidades de su realización para ponerte los dientes largos y que termines con ella bajo el brazo también.
Además, como todo negocio que se instaura al margen de la legalidad, muestra costumbres y detallitos que hablan de la complejidad de sus labores: "Es muy cómico porque te das cuenta de los nichos", dice Bond para contextualizarlo. "Hay muchos lugares donde venden películas piratas mainstream, la mayoría; pero el público que va a un sitio como el Trasnocho Cultural sabe que en el piso de arriba hay un quiosquito que vende clásicos y cine europeo".
Por otro lado, las restricciones estadounidenses a las operaciones bancarias impiden pagar la suscripción a Netflix, y eso dificulta el acceso a los contenidos de la plataforma.
"Debes utilizar una tarjeta asociada a un banco de otro país o herramientas como PayPal", expone Joaquín Núñez. Y el segundo hijo de los Orellana profundiza: "No puedes comprar tarjetas de regalo de Netflix porque no aplican en Venezuela, y nosotros ahora mismo no tenemos de crédito o débito extranjeras. A nuestro padre le quitaron las de Visa y Mastercard y con ellas pagábamos la suscripción. Va a intentar sacarse la de American Express".
Núñez ahonda en otras alternativas a las copias ilegales.
Aparte de Netflix, en DirectTV, que supone una mensualidad de tres dólares, una película que tú quieras comprar para verla en Pay-Per-View es extremadamente barata: menos de un dólar, casi lo mismo que cuesta un DVD en los quioscos piratas, y la tienes en HD para verla ya en tu casa. Pero hay mucha gente, de cualquier estrato social, con la costumbre de ir a comprar su disco pirata, que tienen un cerro de puras películas así y son entusiastas de este tipo de productos con tan fácil adquisición sin nadie que se lo impida. Y si ha disminuido la venta de piratería ha sido, creo yo, por la crisis.
Y probablemente no está equivocado.
"Cuando doy clase en la universidad, mando ver ciertas películas que sé que los alumnos pueden conseguir piratas u online: La naranja mecánica, El silencio de los corderos, Matrix...", explica Bond, "y me agarro al estreno que sé que todo el mundo va a ver: el pasado semestre, Avengers: Endgame; y más de la mitad de la clase no había podido ir a verla porque no tenía dinero suficiente. Pero ¿cuáles de mis alumnos no quieren ir al cine a ver Endgame?". La crisis empuja hacia las copias ilícitas.
"Es un tema de percepción porque no tenemos cifras sobre ello, pero quizá hoy en día son más fuertes las descargas que el físico a causa de que, con la situación del país, una copia en DVD es costosa, porque ya el disco lo es", coincide Pisano. Con este panorama, "lo que ha hecho la Motion Picture Association of America (MPAA) ha sido abocarse a vigilar las descargas. Hay un gran control: como las proyecciones son hoy en día digitales, es fácil precisar si hay un copiado ilegal del material". Y las circunstancias penosas de los alumnos de Bond no son excepcionales.
Según Pisano: "Hay una caída importante de asistencia: había treinta millones de espectadores anuales dos años atrás; el año pasado hubo dieciocho y este llegaremos a diez con suerte".
Con la catástrofe económica tremebunda que sufre la república, la escalada de precios ha llegado a un punto en que hasta las películas pirateadas equivalen a una buena porción del salario mínimo de 40.000 bolívares (unos 4.000), y por esa razón parece que ha disminuido su compra y aumentado las descargas por Internet. "Conozco a gente con una colección de películas en la computadora", cuenta el hijo mayor de los Orellana. "Pero ya muy pocos lo hacen, porque hay tantas páginas web para conseguirlas que, si uno quiere volver a verlas, las descarga de nuevo y listo".
La mafia de la distribución y el futuro
Es el padre de los Orellana quien me presenta a su proveedor habitual de copias físicas, Ricardo, un joven con una tiendecita en una transitada calle peatonal del centro de Caracas, de la que se ocupa junto con su madre y su hermano. Me explica que paga puntualmente sus impuestos y el alquiler del local; la curiosa paradoja de los que despachan este tipo de mercancía en Venezuela. Casi cada superficie disponible de su establecimiento la cubren copias de películas y series, de lo que se abastece en el Mercado de La Hoyada, donde se lo compra a los distribuidores principales que la industria, la mafia de la piratería.
"Según estudios que se hicieron hace seis o siete años, muchas de las copias piratas las traían de China, y Venezuela se volvió un centro de distribución importante en Latinoamérica”, afirma Joaquín Núñez. Y Pisano, lo que sigue: "Hay chats de piratas donde se ponen de acuerdo, quién copia qué. Y nosotros, como distribuidora, presionamos a los exhibidores para blindar la seguridad y evitar ese copiado".
Según Luis Bond, "la piratería va desde el día uno, con alguien interno", desde los equipos de filmación hasta los que integran jurados en festivales o instituciones del Gobierno. "En estos círculos que venden y distribuyen películas piratas tienen una especie de arreglo también con los artistas o directores venezolanos de que no copien sus obras", asevera Núñez, "o en algún momento se trató de hacer eso". Bond concuerda: "Supuestamente, tú sacas tu película venezolana y debes ir a hablar con un señor al que se conoce como el Peruano, y acuerdas con él que no va a lanzar tu película pirateada hasta que no salga de la cartelera".
Y me pone sobre la pista del cineasta venezolano Marcel Rasquin, que me narra desde Los Ángeles su alucinante historia con el jefe del negociado en Venezuela: "Cuando se estrenó Hermano (2010), mi amigo Beto Benites, director de casting y uno de los actores, había dado con el Padrino de la piratería en Venezuela, el que quemaba todos los DVD del país, y me pasó su teléfono". Se puso en contacto, identificándose como el director del filme, y el Peruano le dijo que "se iba a vender como pan caliente porque todo el mundo la pedía".
Rasquin pudo explicarle el gran esfuerzo que fue realizarla y le solicitó que no la distribuyera al menos hasta que abandonase la cartelera; y él, a cambio, le facilitaría el archivo digital original para que lo duplicara y lo vendiese. "En ese momento, no tenía ninguna propuesta de distribución y a día de hoy, sólo existen los DVD oficiales en EEUU y en España", recuerda. Para su sorpresa, el Peruano aceptó jubilosamente y declaró: "Hay que apoyar a los muchachos del cine nacional".
Pero "el recorrido del filme en cartelera fue muy sui géneris, muy raro, muy loco”. Por lo general, las películas gozan de más audiencia durante las primeras dos semanas y luego la recaudación sufre una curva descendente. "Pero con Hermano fue al revés: el boca a boca provocó una curva ascendente a lo largo de nueve semanas; cada vez más gente iba a ver la película". El acuerdo con el Peruano estaba en la cuerda floja; y entonces, alguien le mandó una fotografía de una copia pirata del filme en un quiosco.
El tipo, en otra comunicación telefónica, negó haberla lanzado él. Cuando Rasquin pudo analizarla, comprobó que era la versión no definitiva que habían enviado al Festival de Moscú, donde fue galardonada, a través del oficialísimo CNAC. Rasquin nunca conoció personalmente al Peruano, pero me comenta que alguno de los otros cineastas que estrenaron sus obras por entonces sí acudieron "a sus galpones con hileras e hileras de computadoras quemando los DVD".
El futuro del cine en Venezuela
"Queremos una ley más robusta, en la que haya algunos incentivos y unas penas bastante más fuertes para que las personas desistan de este tipo de actividades, pero el cumplimiento judicial es bastante complicado pese a que no se trata de que no se haya legislado ni de que sea necesaria una denuncia: las autoridades pueden y deberían actuar de oficio, sea por obras venezolanas o no", defiende Núñez.
En esta tesitura, para José Pisano no hay ninguna esperanza de que el Gobierno y los cuerpos policiales hagan algo: "Tendría que haber un cambio más fuerte. Pero un día debe ocurrir por el bien de la industria, si logra mantenerse. Porque hoy lo que está es sobreviviendo. Ya Fox no estrena en Venezuela". Desde el lanzamiento de Logan en 2017: la noche antes, los cines avisaron de que no la iban a exhibir por el cese de actividades de la empresa en el país.
Pisano admite que "Venezuela no suele ser de los primeros territorios en exhibir el material por el miedo a la piratería y la situación económica del país: desde hace tiempo, debido al control de cambio, las compañías estadounidenses se han visto muy limitadas en la posibilidad de repatriación de su dinero". Y ese temor comprensible no afecta sólo a las distribuidoras o a los exhibidores: los medios de comunicación venezolanos no pueden publicar sus críticas normalmente, antes de que termine el embargo.
"Si se violan a diario tantos derechos humanos acá, derechos tan básicos como el de la salud, la alimentación y a una vida digna, ¿tú crees que se van a poner a trabajar para defender los derechos de autor?", opina Odalín Martín. Y es que, según Núñez, "en los últimos diez años, la piratería ha disminuido en Latinoamérica por diversos factores. Pero Venezuela sigue formando parte de un grupo de países rezagados, mientras Colombia y Panamá, que tenían una situación muy similar a la nuestra, dieron un giro de ciento ochenta grados".
Tanto Bond como Martín piensan que si el gobierno chavista (u otro) tomara cartas de veras en el asunto, maniobrase y Venezuela se pusiese al nivel de otros países, la oferta legal no se acercaría automáticamente a la de otros mercados como el español, donde cada semana se estrenan entre cinco y once películas (en Venezuela son una o dos, tres en el mejor de los casos). Pero esto no ha sido siempre así: "Antes era fácil que se estrenaran seis o siete películas cada viernes, e incluso había convocatorias de pases de prensa que se pisaban", apunta Martín. "Con esta crisis, el cine es un lujo", añade Bond.
“Venezuela suscribió hace mucho tiempo acuerdos internacionales sobre derechos de autor y propiedad intelectual, y todos los sellos de cine están trabajando con la perspectiva de que esta situación mejore, y el país vuelva a ser una economía sana y rentable", asegura Pisano. Para Núñez, la perspectiva es similar: "Estamos esperando a un cambio de voluntad política". Una mejora en las instituciones y un proceso de bonanza económica diversificaría la oferta legal de cine asequible en Venezuela, pero para eso también hace falta voluntad.